Germany's midfielder Bastian Schweinsteiger (R) and Germany's forward Lukas Podolski (C) take a 'selfie' after their victory in extra-time in the final football match between Germany and Argentina for the FIFA World Cup at The Maracana Stadium in Rio de Janeiro on July 13, 2014. AFP PHOTO / ADRIAN DENNIS

Los periodistas también jugamos un Mundial

Aficionados al fútbol ven una transmisión pública del partido entre Brasil y México en la playa Copacabana en Rio de Janeiro, el 17 de junio (AFP / YASUYOSHI CHIBA)

BRASILIA, 12 de julio de 2014 - El Mundial terminó. Tras la final, mientras caminaba el domingo por la playa de Copacabana, buscando declaraciones de aficionados alemanes, argentinos y brasileños, pasaron por mi mente muchos recuerdos. Detrás quedaron casi cuarenta días de cobertura.

Parece que fue ayer cuando llegué a Curitiba, mi primer destino, y me planté ante el estadio mundialista de esa ciudad del estado de Paraná. Allí comenzaba la aventura brasileña.

Ante aquella tribuna traté de imaginar lo que me depararía este Mundial brasileño.

Después llegarían ruedas de prensa, partidos, vuelos, carreras contra el reloj para enviar las noticias a tiempo. Curitiba, Salvador, Rio, Fortaleza, Sao Paulo y Brasilia fueron mi hogar durante más de cinco semanas. 

Curitiba estaba lejos de la imagen del Brasil tropical que uno tiene de Brasil. En el sur del país, sobre todo en esa ciudad de Paraná, que está en altitud, las temperaturas no son cálidas, pero la gente sí lo es.

Y Curitiba es más europea que otras zonas del país, con brasileños de origen polaco, ucraniano, alemán o italiano. Poco a poco fui descubriendo una parte de Brasil poco conocida, que no aparece en los folletos turísticos, pero que existe y enamora.

Prueba de la gentileza brasileña es que los compañeros de Gazeta do Povo, el diario local, me llamaban continuamente para interesarse por saber si estaba bien. Mis primeras impresiones sobre la ciudad eran muy buenas.

Los españoles Xavi (izq.) e Iker Casillas en una conferencia de prensa en Salvador, el 12 de junio de 2014, la víspera del juego ante Holanda (AFP / LLUIS GENE)

La aventura brasileña había comenzado en realidad un día antes de llegar a Curitiba, cuando tomé el avión en París el 6 de junio.

En la maleta metí algunas ideas. Iba a seguir a España, una selección a la que he cubierto en varios torneos importantes desde la Eurocopa de Inglaterra en 1996. La Roja era uno de los grandes favoritos al título, tras haber ganado los dos últimos títulos continentales y el Mundial de 2010.

Era probablemente el último gran torneo con España de Iker Casillas y Xavi Hernández, a los que conozco personalmente desde el Mundial Sub-20 que ganaron en Nigeria en 1999, por lo que pensé que tendría opciones de conseguir una entrevista con alguno de los dos.

Escribí con antelación a Paloma Antoranz, la jefa de prensa de la selección española, para advertirla con tiempo de mis intenciones. No me prometió nada, pero yo tenía esperanzas de conseguirlo.

Pero las cosas se torcieron desde el principio. Holanda goleó en el primer partido a España por 5-1, el 13 de junio en Salvador. Cuando los resultados son buenos, los jugadores son solícitos con la prensa, pero cuando las cosas van mal desaparecen de la circulación.

El delantero Arjen Robben (2do izq.) anota un gol para Holanda en el juego ante España en Salvador, el 13 de junio de 2014 (AFP / DAMIEN MEYER)

Mis esperanzas de entrevistar a Casillas y Xavi en este Mundial comenzaron a derrumbarse. Casi todos los jugadores españoles se volvieron invisibles. Otros compañeros de prensa, que también habían hecho planes de entrevistas personales, estaban en la misma situación que yo. Los jugadores estaban casi únicamente disponibles en rueda de prensa.

Ante la falta de jugadores, había que agudizar el ingenio para buscar ángulos alternativos, en espera de que España se levantara en el partido contra Chile, el 18 de junio en Rio, y todo volviera a la normalidad.

Inesperada eliminación de España

Fernando Torres, camino del autobús tras el partido contra Holanda, nos había dicho a dos compañeros y a mí que el equipo seguía siendo el mismo, pero desde su llegada a Curitiba, donde tenían su lugar de concentración, algo me decía que no era así, que no tenía nada que ver con la selección española de otras ediciones.

Una derrota contra Chile en el segundo partido, le dejaba fuera del Mundial sin necesidad de esperar al tercer encuentro contra Australia.

El español Sergio Busquets (C) no consigue atravesar la barrera del arquero chileno Claudio Bravo en el partido del 18 de junio en Rio de Janeiro (AFP / YASUYOSHI CHIBA)

Y España consumó el desastre. Cayó 2-0 ante Chile y quedaba fuera del Mundial, apenas seis días después de haber comenzado la competición. Todos mis planes de seguimiento a la selección de Del Bosque se fueron por la borda.

Con casi un mes por delante, debía rehacer todo mi programa de cobertura en el Mundial. Cuando se hizo el sorteo del Mundial, pensé que España tenía posibilidades de quedar eliminada en octavos, si caía en un cruce con Brasil, pero no imaginaba que estaría fuera tras solo dos partidos.

Las siguientes jornadas no fueron mi mejor experiencia como periodista. España debía jugar un partido sin nada en juego, contra Australia, el 23 de junio en Curitiba, cinco días después de haber quedado eliminada ante Chile.

Si los jugadores españoles habían escurrido el bulto tras la derrota contra Holanda en el primer partido, las cosas empeoraron tras la humillación ante Chile. En la jornada posterior al duelo contra el equipo sudamericano no hubo rueda de prensa y al día siguiente dieron la cara dos suplentes, Santi Cazorla y Jorge 'Koke' Resurrección.

Las cosas no mejoraron un día después. En la rueda de prensa se presentaron David Silva y Raúl Albiol. Había que ingeniárselas para buscar temas interesantes, ya que la federación española no ayudaba mucho trayendo a las ruedas de prensa a jugadores poco significativos.

Un fan chileno tras la victoria de su país ante España en Rio de Janeiro, el 18 de junio de 2014 (AFP / MARTIN BERNETTI)

Para rematar la faena, los dos jugadores encargados de hablar en la previa del partido contra Australia fueron dos nuevos suplentes, el portero Pepe Reina y el defensa Juanfran Torres.

Si el futuro de los equipos en un Mundial y de los jugadores depende de si entra la pelota, los planes de los periodistas también están ligados en muchas ocasiones a lo mismo.

Un Mundial de fútbol es una cobertura diferente a cualquier otro evento deportivo. En unos Juegos Olímpicos, en un torneo de tenis o un Mundial de atletismo, la duración suele ser de dos o tres semanas y todas las pruebas se disputan en el mismo sitio.

La cobertura de un Mundial de fútbol dura casi 40 días y se va alejando mucho de lo planeado según se van dando resultados inesperados. Si un equipo queda eliminado de forma imprevista te ves obligado a rehacer todo tu programa. 

También puede pasar que el equipo pase de ronda, pero siendo segundo de su grupo, cuando se esperaba que fuera primero, por lo que los planes de viaje que habías previsto hay que cambiarlos. De este modo, mientras escribes tus artículos, tienes que estar también un poco pendiente de temas administrativos y de logística.

Pablo San Román recibe una inesperada visita mientras trabaja en Rio de Janeiro (Foto: Pablo San Román)

Periodistas argelinos eufóricos

Las cosas no estaban saliendo como estaban pensadas. En Salvador, en el primer partido contra Holanda, unos problemas imprevistos de tráfico me hicieron llegar apenas media hora antes del inicio del partido, cuando normalmente me gusta llegar con al menos dos horas de antelación.

Y en el segundo, en Rio Janeiro contra Chile, la niebla en el aeropuerto de Curitiba, me hizo salir con tres horas de retraso y no llegar a la rueda de prensa de la selección española en Maracaná. Afortunadamente, otro compañero se encontraba ya en Rio y pudo cubrirla en mi lugar.

Tras el partido contra Australia, con victoria por 3-0, la selección española tomó el avión de vuelta a Madrid y con ella una legión de periodistas cuyo futuro en el Mundial estaba ligado al de la Roja.

Con España ya en Madrid, adopté a Argelia, que llegó a Curitiba para jugar el último partido de la primera fase contra Rusia, el 26 de junio, que logró empatar (1-1) y de paso clasificarse para octavos.

Los periodistas argelinos vivieron aquella clasificación con un entusiasmo poco habitual entre los profesionales de la información. Se abrazaban con tanta alegría, que casi te contagiaban. 

Aficionados argelinos celebran su triunfo ante Rusia en Curitiba, el 26 de junio de 2014 (AFP / ADRIAN DENNIS)

Esas escenas de júbilo poco tenían que ver con la pesadumbre que había visto pocos días antes entre los colegas españoles, que ya habían vuelto a casa antes de lo que esperaban.

Los colegas argelinos estaban tan eufóricos que alguno se atrevió a cantar el grito de guerra de los aficionados de su país: 'One, two, three, Viva l'Algerie'.

Son muchos los periodistas que se dejan llevar por la emoción y se convierten por segundos en aficionados. En muchos casos es por amor al equipo y supongo que en otros porque eso también les mantiene en vida en la competición ya que una eliminación también les devuelve antes a casa.

Tras vivir la euforia argelina, tocaba reciclarse de nuevo y huérfano de la cobertura sobre España, heredé a Holanda y a Alemania. 

El siguiente destino me llevaba a Fortaleza para el partido de octavos de final entre Holanda y México, el 29 de junio.

En la tribuna del estadio de Fortaleza, cuando tenía ya terminada la crónica y lista para mandar, con el triunfo de México por 1-0, a Holanda se le ocurrió marcar dos goles en los minutos 88 y 90+4 y ganar por 2-1. Tocaba rehacer todo. 

No hay nada más frustrante para un periodista deportivo de agencia, que tiene que mandar la crónica lo más pronto posible, tras la conclusión del partido, que el resultado cambie completamente en los últimos minutos.

La estrella holandesa Arjen Robben festeja su victoria ante México, el 29 de junio en Fortaleza (AFP / EMMANUEL DUNAND)

El ordenador echaba humo mientras trataba de ser lo más rápido posible para transformar una crónica en la que el ganador era México en otra en la que salía vencedor Holanda.

Cuando pude terminarla, agarré el ordenador encendido en una mano y bajé corriendo las escaleras hacia la zona de la rueda de prensa para tomar las declaraciones a los entrenadores Miguel Herrera y Louis Van Gaal. Afortunadamente llegué a tiempo, porque por una vez se retrasó la comparecencia de los técnicos.

Recta final del Mundial

Una vez que terminó la rueda de prensa, de nuevo una veloz carrera para alcanzar la zona que une los vestuarios de los futbolistas al autobús para robar algunas palabras a jugadores eufóricos, como los holandeses, o destruidos, como los mexicanos. 

El retraso en la rueda de prensa me había sido beneficioso ya que pude tomar las declaraciones a los técnicos, pero hizo que perdiera las de los jugadores, al no llegar a tiempo a entrevistarlos antes de que subieran al autobús. Afortunadamente, un compañero de la agencia me había tomado el relevo y tuvimos sus declaraciones.

El defensor brasileño Thiago acude consuela a su colega David Luiz, quien estalla en llanto tras la humillante derrota ante Alemania en el Mineirao en Belo Horizonte, el 8 de julio (AFP / ADRIAN DENNIS)

En la sala de prensa, los holandeses, más comedidos que los argelinos, mostraban también cierta algarabía. "Este año ganamos el título y encima nos quedamos más días en Brasil", dijo un compañero holandés.

Mi siguiente destino era Rio de Janeiro para el duelo de cuartos de final entre Alemania y Francia, el 4 de julio.

La cosa fue más sencilla en ese partido. Alemania se adelantó en el minuto 13 y mantuvo ese resultado de 1-0 hasta el final. No tuve pues que hacer cambios de última hora en la crónica y mi trayecto hacia la sala de conferencia de prensa fue más tranquila, sabedor de que llegaba con tiempo.

El siguiente partido que me correspondía era la semifinal de Sao Paulo entre Argentina y Holanda, el 9 de julio. El tercer encuentro que cubría de la selección naranja en este Mundial.

El día antes del partido Argentina-Holanda, seguí por televisión, en la sala de prensa del estadio de Sao Paulo, la semifinal que disputaban en Belo Horizonte las selecciones de Brasil y Alemania.

Alemania humilló a Brasil por 7-1. La peor derrota de la historia del equipo sudamericano. Y se me partía el corazón al ver las lágrimas de algunos voluntarios brasileños que estaban a mi lado.

El delantero argentino Lionel Messi festeja la victoria de su equipo en la semifinal ante Holanda el 9 de julio, en una ronda de penales que envió a la albiceleste a jugar la final con Alemania (AFP / ADRIAN DENNIS)

En la semifinal de Sao Paulo entre Holanda y Argentina, hubo que esperar a la definición por los penales, otra dura prueba para un periodista. Con la incertidumbre hasta el último lanzamiento, tienes otra lucha contra el reloj para escribir con rapidez la crónica o el análisis, para bajar veloz las escaleras de la tribuna y llegar a tiempo a la sala de prensa.

Tras escribir un texto sobre el portero Sergio Romero, el héroe argentino en los penales, afortunadamente me dio tiempo por pocos minutos a llegar antes de que aparecieran los entrenadores.

La jornada se hizo larga, pero pude encontrar un restaurante abierto a medianoche para poder llenar el estómago.

Ya solo me quedaban dos partidos, el duelo por el tercer puesto entre Brasil y Holanda, el sábado en Brasilia, y la final, entre Alemania y Argentina, el domingo en Rio.

En Brasilia, tras perder el partido por el tercer puesto ante Holanda (3-0), el 12 de julio, el seleccionador brasileño, Luiz Felipe Scolari, quería terminar cuanto antes aquella pesadilla de Mundial para su equipo.

Decidió dar la rueda de prensa nada más acabar el partido, por lo que no pudimos ver la entrega de medallas a Holanda. De nuevo veloz carrera hasta los bajos del estadio para la rueda de prensa. La comparecencia de Scolari fue una defensa de sí mismo y una apología de su trabajo.

La 'selfie' de los alemanes Bastian Schweinsteiger y Lukas Podolski al ganar la Copa del Mundo (AFP / ADRIAN DENNIS)

Después, el holandés Louis Van Gaal, que tampoco es el mayor exponente de la simpatía, se volvió a pelear con los periodistas cuando le preguntaban cosas que no le gustaban.

Al día siguiente, el 13 de julio, día de la final, tocaba madrugar para llegar a tiempo al partido de Rio entre Argentina y Holanda. 

A las 14h00 del domingo, más o menos, ya estaba en la playa de Copacabana. Tenía que cubrir la transmisión del partido en pantalla gigante e informar de eventuales incidentes, además de escribir sobre las reacciones de los aficionados.

Al final, la suerte sonrió a Alemania. Aficionados alemanes y brasileños, ya que estos últimos no querían ver a su gran rival, Argentina, ganar el Mundial en su suelo, bailaban en la playa, mientras los hinchas albicelestes dibujaban su amargura sentados en la arena.

Las luces del Mundial se apagaron. Hubo llantos y risas, alegrías y desilusiones. Dirigí mi vista al mar, en mi última mirada al Mundial, y me acordé de cuando estaba sentado frente al estadio de Curitiba, donde empezó todo, aquel 7 de junio, cuando trataba de imaginar lo que me ofrecerían los casi cuarenta días de cobertura. 

Y dieron mucho de sí. Me ofrecieron, sobre todo, nuevas enseñanzas a nivel periodístico y el descubrimiento de un país amable y sonriente.

Un hombre juega fútbol en la playa de Aracajú, Brasil, el 15 de junio de 2014 (AFP / ARIS MESSINIS)

* Pablo San Román es editor jefe del desk español de Deportes en París, actualmente enviado a Brasil a cubrir el Mundial.