Navío triste

París – La catedral de Notre Dame es un lugar emblemático de la capital francesa. Vista desde abajo es, sencillamente, magnífica, pero desde lo alto ofrece un espectáculo de gran tristeza a causa de los daños provocados por la lluvia, el tiempo y la contaminación.

Sobre los tejados de Notre Dame, el 28 de junio de 2017 (AFP / Martin Bureau)

Hace unos días pasé tres horas en su cumbre con un equipo de la agencia: un redactor, un videasta y un pasante. Los responsables del edificio están buscando nuevos mecenas para contribuir a su restauración, y nosotros pudimos constatar la amplitud de la tarea por acometer.

Partes caídas de la catedral amontonadas en el jardín, a sus pies. (AFP / Martin Bureau)
(AFP / Martin Bureau)

El lugar es muy grande y es imposible orientarse solo. Nuestro guía tenía un enorme manojo de llaves y, sobre todo, un gran conocimiento íntimo del laberinto que conforman todos los niveles de esta catedral.

No dejamos de entrar y de salir de diferentes terrazas antes de llegar al tejado principal, para cuyo acceso hay que traspasar varias puertas y subir escaleras más o menos empinadas. La que sube a la aguja es tan estrecha que, dada mi corpulencia, tuve que subir de costado.

(AFP / Martin Bureau)

Quedé impresionado por el mal estado del sitio. El día, deprimente y gris, parecía haberse puesto de su parte, y acentuaba la tristeza por el deterioro del monumento.

Cuando empezó a llover, nos encontrábamos en primera fila para ver cómo el agua chorreaba a lo largo de las paredes hasta escapar por las tuberías que, en algunos lugares, remplazan a las gárgolas y a los canalones. 

(AFP / Martin Bureau)

Es la misma agua de lluvia es la que ennegrece, carcome y despega las piedras, con la ayuda de la contaminación y del tiempo.

Lo que me impresionó, desde mi posición de no especialista, es la amplitud y la gravedad de los daños. Como todo está relacionado, basta que una piedra caiga para que se fragilice todo el entorno que depende de ella.

El mayor temor reside en los arbotantes, esas estructuras que “sujetan” las bóvedas del techo. Si uno de ellos cediera, es fácil imaginar el riesgo que correría del conjunto.

(AFP / Martin Bureau)

El lugar al que es más complicado acceder es donde se encuentran las campanas de la torre norte: el acceso es tan bajo que hay que entrar gateando. Una vez en el interior, uno se da cuenta de la gran cantidad de madera que se ha utilizado en la estructura.

(AFP / Martin Bureau)
(AFP / Martin Bureau)
(AFP / Martin Bureau)
Estatuas de los apóstoles en lo alto de Notre Dame, con Santo Tomás en primer plano, al pie de la aguja (AFP / Martin Bureau)

Cuando se mira la catedral desde fuera, exceptuando el zinc del tejado, solo se ve piedra, por lo que es fácil imaginar que la catedral se sostiene gracias a ella. Sin embargo, la madera es imprescindible para el conjunto.

Invisible, es una estructura de madera la que soporta el tejado, por encima de las bóvedas de piedra de la nave que admiramos cuando estamos dentro de la catedral. La aguja también está constituida por un armazón de madera recubierto de cinc, y encontramos aún más madera en la estructura que contiene las campanas, especialmente la campana mayor, Emmanuel. Solo este material absorbe las vibraciones que generan las campanas al sonar. Un soporte de piedra no lo resistiría.

Nuestro guía nos explica que el presupuesto para instalar el andamio más sencillo asciende a un millón de euros. 

El espectáculo más triste se encuentra en la cabecera de Notre Dame, orientada al este, que da a la plaza Juan XXIII. Ahí vemos montones de piedras apiladas cuidadosamente a la espera de que su origen sea determinado.

Hay partes de la fachada en tan mal estado que tenemos la impresión de que bastaría con empujar un poco para hacer caer algunos pedazos. Se puede ver cómo, en ciertos lugares, el material entre las piedras casi ha desaparecido, y sitios en los que la barandilla ha sido remplazada por una tabla de madera. Nada de esto se ve desde la calle.

(AFP / Martin Bureau)

La constatación del mal estado de la construcción va más allá de una cuestión de fe. Es extraño y triste ver un edificio tan hermoso con ese deterioro.

No hace falta ser conservador, restaurador o especialista en monumentos históricos para juzgar la situación, pero da mucha lástima, sobre todo teniendo en cuenta que, además, se trata de un lugar extraordinario para admirar la capital.

La vemos desde el punto más central, con una perspectiva poco habitual, que permite fijar la mirada en la Torre Eiffel tras una gárgola de Notre Dame.   

(AFP / Martin Bureau)