Un migrante corre para alcanzar "La Bestia" en Chiapas, México, el 21 de junio de 2015 (AFP / Alfredo Estrella)

Lo que México no sabía de Elvin

PALENQUE (México), 8 de julio de 2015 - Estados Unidos lanzó la alerta y México respondió con el endurecimiento del control de su frontera sur. Pero la ola de menores migrantes no acompañados que conmocionó al mundo hace un año no ha cesado. Lo comprobamos hace tres semanas cuando un equipo de texto, foto y video fuimos a investigar cómo estaba la situación en los estados de Tabasco y Chiapas. 

Y vimos lo que ya advertían las cifras: que miles de chicos centroamericanos, la mayoría adolescentes, siguen huyendo de la pobreza y de la violencia de las pandillas buscando una mejor vida en Estados Unidos. Sólo que ahora su sueño acaba precozmente en el sur de México, muy cerca de Guatemala. Alrededor de un 80% más de indocumentados son detenidos en esa zona por el llamado Plan Frontera Sur. 

Elvin - vamos a llamarlo "Elvin" - fue uno de ellos. 

Conocimos a este hondureño de 16 años un jueves por la noche en las vías de “La Bestia” en Tenosique (Tabasco), frustrado porque no había logrado subirse al tren de carga. Estaba solo y jugueteaba nervioso con los tirantes de su mochila mientras nos explicaba con frases lapidarias por qué había huido de su país y por qué quería seguir cruzando miles de kilómetros en México hasta llegar “al otro lado”. 

No importaba que ya hubiera sido deportado unos meses atrás. La realidad de la que escapaba era tan dura que no dudaba que valía la pena el riesgo. Esa noche, Elvin siguió su camino andando. 

Dos días después, nos lo volvimos a encontrar en las vías de Palenque (Chiapas), a unos 100 km de distancia. También era de noche y mientras esperábamos juntos a que llegara el tren –él para subirse y nosotros para documentar como él y otros treinta migrantes lo intentaban- empezamos a conversar. 

Elvin me habló de su vida en Honduras, del infierno que vivía en su casa, de cómo quería evitar que las maras le reclutaran, de chicas, del colegio, de religión… El ruido del tren cortó nuestra conversación. Ya arriba, Elvin se despidió con efusión. ¿Qué sería de ese niño? 

Nosotros seguimos “La Bestia” con nuestro carro esperando poder grabar la otra cara de la moneda: cómo, en los últimos meses, las autoridades bajan y capturan a los migrantes en el tren. La noche anterior habíamos estado hasta las 2 am persiguiéndolo, tratando sin suerte de “cazar al cazador”. Pero esta noche, milagrosamente, lo logramos. En la escenificación amable para las cámaras que acabó siendo el operativo, la “migra” detuvo a unos doce migrantes. Entre ellos Elvin. 

En las estadísticas, este costeño de ojos grandes será un número más, pensé. No quedará ningún registro de la historia detrás de él, como no lo hay de los 6.113 menores detenidos entre enero y mayo. ¿Saben los agentes que lo detuvieron por qué huye Elvin? ¿Sabe México a dónde lo va a condenar a volver? ¿Es esta la solución a la crisis migratoria que vive Centroamérica?

En el camino de vuelta al hotel, empecé a escribir un listado de aquellas cosas que pensé que quizás deberían haber sabido las autoridades antes de capturarlo sin siquiera pedirle una identificación y, con toda probabilidad, deportarlo a Honduras.

Aquí lo que México no sabía de Elvin.

Que fue su madre quien le dio 30 dólares y lo animó a hacer el camino, aunque él quiso echarse atrás a última hora.

Que su tía, en cambio, lloró al verlo partir.

Que aunque es flaco y sus ojos asustados le hacen parecer frágil, quería subir a "La Bestia" más que nadie.

Y conocía bien los pasos: "primero la mano izquierda, luego las piernas y luego la mano derecha”.

Que no sólo huía de la recluta de las pandillas, también de su padrastro, que ha amenazado con matarle varias veces.

Que tiene una cicatriz en la oreja izquierda por el impacto de un celular que él le lanzó.

Que su hermanastro de 10 años también ha amenazado con matarle con un machete dejándole "la boca llena de moscas".

Que empezó el camino con dos amigos, pero se quedó solo porque a uno le dio miedo subirse al tren y el otro lo logró dos días antes que él.

Que se le iluminaba la cara cuando pronunciaba dos palabras: "Estados Unidos" y se lo imaginaba como un país "hermoso".

Que es "bueno" estudiando, aunque dejó la escuela a los seis años para trabajar en el campo.

Que, de hecho, le gustaría haber seguido formándose para dejar de trabajar para “el rico”.

Que no le asustaban Los Zetas ni los cárteles en el camino.

"Si me matan, me matan y si sigo vivo, le doy para adelante".

Que daba gracias a Dios que esta vez "sólo" le asaltaran a punta de pistola en Guatemala, y recordaba con enojo el golpe que recibió al ser detenido hace unos meses en el DF, y el grito del agente de migración: "Ya te cargó la chingada, cabrón".

Que su tío y su abuelo son pastores evangélicos y él quisiera ser uno algún día.

Que sus ojos se abrían entre incrédulos y asustados cuando alguien le decía que era ateo, y le recomendaba que "nomás" se hincara en el suelo y pidiera a Dios que se le apareciera.

Que cree que todo el mal y la violencia en Honduras son "obra del diablo", y que las personas tenemos que aprender a aceptar la muerte porque después de esta hay dos vidas: una con todavía más sufrimiento y otra donde uno "es perfecto, sin pecados".

Que él prefería "mil deportaciones, antes que llevar la mochila" llena de droga a Estados Unidos, porque quien hace el bien “es recompensado”.

Que no tenía plata para pagar un ‘pollero’, pero repetía convencido: "Dios es mi coyote".

Que saludaba feliz cuando logró subirse a “La Bestia”.

Pero palideció cuando “la migra” logró agarrarle una hora después y, aunque México lo condene a regresar a Honduras, él volverá pronto a buscar su suerte en Estados Unidos porque si regresa a Honduras, le "pueden matar".

Carola Solé es corresponsal de AFP en México