Las mujeres pueden perderlo todo en Afganistán
Pensé en Rada cuando decidimos con mis colegas hacer un perfil de las mujeres afganas que habían conquistado todo con su propio esfuerzo y que lo perderían todo con el regreso de talibanes al poder. Rada ejemplificó exactamente eso: una personalidad fuerte, testaruda, intransigente, una artista, una activista, una mujer totalmente inquebrantable.
Había visto como diplomáticos, colegas y "expertos" la minimizaban al preguntgarle si ella era "realmente representativa" de las mujeres afganas.
"¿Cómo podría ser menos?", replicaba con una mirada imperiosa. Estaba implícito: "¿Qué imagen te has hecho en tu cerebro? ¿En qué categoría pones a las mujeres afganas?"
Inicialmente, me alegró mucho regresar después de casi tres años a Kabul, donde había vivido y reportado desde 2016 hasta 2018.
Estaba llena de emoción, mientras el avión descendía lentamente sobre los picos áridos y polvorientos de las cadenas montañosas que se alzan alrededor de la ciudad.
Pero la alegría de ver viejos amigos se disipó rápidamente. Tenían miedo, estaban sufriendo, llenos de incertidumbre y aterrorizados por lo que podría suceder: trataban de imaginar el futuro mientras acechaba lo peor. Aquellos que a fines de mayo aún dudaban si querían irse, a fines de junio planificaban rápidamente su partida, con la esperanza de que aún hubiera tiempo de escapar.
Desde entonces, los talibanes no hicieron más que ganar terreno, hasta conquistar el país mucho antes de lo esperado. Los detalles que se filtraban desde los distritos de los que se apoderaban -a menudo sin resistencia debido a que las tropas del gobierno, desmotivadas y muchas veces no remuneradas, simplemente desertaban- provocaron un aumento del terror en un país que en general se siente abandonado por el resto del mundo.
Especialmente en las ciudades, aquellos con educación, activistas, intelectuales, escritores, manifestantes, eran blancos móviles. Entre septiembre de 2020 y mayo de 2021, las autoridades informaron de 180 asesinatos selectivos de periodistas, jueces, abogados, activistas de derechos humanos y de mujeres. Murieron a tiros o por coches bomba.
El servicio de inteligencia de Afganistán (NDS) en ocasiones advertía a las personas que estaban en "la lista". Otros recibían amenazas -llamadas nocturnas, papelitos pasados por debajo de la puerta- o se sientían seguidos.
Ya fuera una amenaza real o imaginaria, el resultado era el mismo: reducción de los movimientos, abandono de las rutinas, como ir al gimnasio, salir a cenar con amigos ... "Sigo dando vueltas, caminando por el calle"', contó el joven director de una emisora de radio que manejaba desde su casa tras el cierre de las oficinas en noviembre del año pasado.
Los talibanes no reivindicaron ninguno de estos asesinatos. Pero para aquellos que se sentían atacados, estaba claro que los islamistas estaban haciendo limpieza antes de tomar el poder. Las autoridades, que publicaban estas estadísticas a diario, no abrieron investigaciones ni se comprometieron a hacerlo.
Cuando llamé a Rada, también me puse en contacto con otras mujeres, conferencistas, investigadoras ... "Tengo muchas ganas de hablar contigo, pero sin fotos", decían. Una de ellas fue amenazada explícitamente en Twitter. Algunas decían estar enfermas o aisladas en momentos en que la pandemia de covida golpeaba fuerte. Otras ya estaban en el extranjero.
Rada volvió a dudar. Debió dejar atrás asuntos urgentes y en el invierno buscó refugio en un país vecino. Regresó, a pesar de todo, para terminar los preparativos de su exposición anual del 8 de marzo, día internacional de la mujer. Pero lo convirtió en un evento en línea. "Organizar algo como hicimos en el pasado habría sido demasiado peligroso para los invitados", explicó.
Limitó sus movimientos, apenas viendo amigos, nunca duermiendo más de dos o tres noches en un mismo lugar y rara vez en su casa. Su coche se quedó en el garaje, pues podía usarse para identificarla.
Una de sus mejores amigas, Fátima, fue la primera en ser asesinada en junio de 2020. Se dirigía a su trabajo en la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán cuando una bomba, colocada debajo de su automóvil, la mató a ella y a su conductor. Fátima, conocida como Natasha por sus amigos, era una reina en la pista de baile. Con tan solo 24 años, tenía dos maestrías y hablaba cinco idiomas. Acababa de regresar a Kabul después de cinco años de estudios en el extranjero.
Tras aceptar ser entrevistada ante una cámara, Rada dudó mucho tiempo sobre el lugar donde tendría lugar, hasta que decidió hacerla en casa de una amiga, un lugar donde se sintiera segura pero también "lo suficientemente afgana" para transmitir el apego que tiene a su país.
Recostándose en los toshaks (esos grandes cojines que recubren el suelo de las salas de estar afganas) dio cuenta de su enfado por la naturaleza acelerada e incondicional de la retirada estadounidense sin imponer exigencias a los talibanes. “No hay garantía de mantener nuestros derechos. Este acuerdo es una traición que legitima a los talibanes”, dijo.
Habló de reinas a lo largo de la historia, de arquitectas y constructoras, de la educación que ella y sus hermanas recibieron con la bendición de sus padres a pesar de su origen rural. Su independencia, sus logros se ganaron con el apoyo de sus mayores.
“Hoy es difícil mantener la esperanza. Cada día podría ser el último. Y no soy solo yo, todos sentimos lo mismo. ¿Qué va a pasar mañana? ¿Seguiré viva?”
Al verla tan conmocionada, se me llenaran los ojos de lágrimas. Empecé a llorar por primera vez durante una entrevista. Nunca antes había sucedido en mi carrera, ni siquiera en las peores situaciones. Mi colega Justine dejó de filmar. Adek dejó su cámara. La desesperación de Rada se había apoderado de la sala y había dado forma a la de las mujeres afganas. Turquía le negó la visa. Lo último que supimos es que Francia seguía siendo una opción. Pero antes de irse, Rada quería poner su trabajo a resguardo.
Hablamos con otras dos mujeres para esta serie -Mary Akrami, que abrió un refugio para mujeres que huían del abuso doméstico, y Laila Haidari, que ofrece a drogadictos en Kabul refugio, cuidados y una vida después de las drogas- que también dudaron sobre su futuro en un Afganistán en manos de los talibanes.
A algunos expertos y observadores les gusta creer que los talibanes han cambiado. Pero los testigos contradicen ese optimismo: las mujeres vuelven a verse obligadas a desaparecer detrás del burka y tienen prohibido salir sin un marham, el término para describir a un pariente masculino; las escuelas de niñas están en gran parte cerradas o reducidas a unas pocas clases para las menores de 12 años.
En el sur, alrededor de su bastión en Kandahar, los talibanes ajustan cuentas sangrientas con los ahora exempleados del gobierno que consideran traidores.
Rada, Mary, Laila tiemblan, pero los hombres también. Nadie puede tranquilizarlos o asegurarles que la noche no volverá a caer en Afganistán.