La última pasarela de Gisele Bündchen
SAO PAULO, 23 de abril de 2015 - Faltaba menos de una hora para el desfile y yo acababa de salir de la pequeña sala de prensa donde entregaban los codiciados accesos. Iba con mi cartera, una mochila con la computadora, una chaqueta, tacones y llevaba el atesorado cartón en mi mano derecha. Había llegado con horas de anticipación y esperado por el pase en un enjambre de periodistas y fotógrafos que se empujaban y me empujaban y lo único que quería era sentarme a esperar el acontecimiento.
Apenas escuché lo que me dijo:
-¿Perdón?
-Que si tienes una entrada que te sobre para ver el desfile.
-Yo no tengo entradas, sólo mi acreditación de prensa.
-¿Y puedo entrar contigo?
-¿Cómo?
-Que si puedes hacerme pasar contigo. Al desfile.
-No, no puedes entrar conmigo. Lo siento.
Corrí al galpón y la escena era aún peor que en la sala de prensa: una marea humana esperaba por entrar. Me abrí paso entre los invitados, reporteros, curiosos, guardias de seguridad, fashion bloggers, famosos y aspirantes a famosos. Había enlaces con la televisión y más empujones.
Hasta que, poco antes de las nueve de la noche, finalmente logré entrar.
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La noticia comenzó a circular a última hora de un viernes a mediados de marzo. Eran días de mucho trabajo en la oficina de Brasil en medio del escándalo de corrupción en Petrobras, las dificultades del gobierno de Dilma Rousseff y en vísperas de la enorme movilización opositora del domingo 15.
Pero la información exigía un paréntesis: la supermodelo, la que ganó más dinero que ninguna otra durante años, la diosa brasileña Gisele Bündchen, se retiraba.
Esa misma noche hice un par de llamadas a los encargados de prensa de la Semana de la Moda de Sao Paulo (SPFW), contacté a su oficina en Brasil y a la marca de ropa local Colcci, para la que desfilaba. Pero nadie decía nada.
La confirmación llegó sólo días después: a veinte años de debutar en las pasarelas, Gisele Bündchen se despediría con un último desfile en la SPFW a mediados de abril.
Quería dedicar más tiempo a su familia y a otros proyectos. Anunció su retiro en un momento de esplendor en una industria donde la imagen es todo: 34 años de edad, encumbrada en el auge de su carrera y con millones de dólares en su cuenta corriente.
Hace tiempo ya había leído varias entrevistas y perfiles sobre ella, intrigada por esta mujer que forjó una carrera que la convirtió en un ícono mundial de la industria de la moda. Para preparar mi reportaje entrevisté al cazatalentos que la descubrió en la pequeña ciudad de Horizontina, en el interior de uno de los estados con mayor presencia europea del país, Rio Grande do Sul, hogar de inmigrantes alemanes, italianos y polacos.
Sólo en 2014 Gisele Bündchen ganó 47 millones de dólares, publicitó el perfume más famoso de todos los tiempos - el Número 5 de Chanel - y cerró el mayor contrato de su carrera con Under Armour por 25 millones de dólares.
Y ahora su retiro me daba la excusa para escribir sobre un personaje que parece perfecto: una mujer guapísima, de 1,80 metros de altura, rubia, fan del yoga y de los jugos naturales; gentil con sus fans, millonaria, con una cintura de 61 cms y casada con un ídolo del deporte que es guapo y también millonario.
Es imposible acercarse a toda la complejidad de un ser humano, pero era interesante detenerse a pensar en cómo enfocó su carrera y ocupó durante años un lugar al que ninguna otra brasileña había llegado antes.
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El día del desfile y los días después, Gisele estaba en todas partes. La televisión dedicaba especiales, había notas en la prensa, análisis sobre el secreto de su cabello ondulado, discusiones sobre su look, consejos para imitar su maquillaje. El escritor Xico Sá, en una crónica que publicó estos días en la edición brasileña de El País, plantea "cómo Gisele explica y confunde Brasil". Dice el columnista que la belleza de esta descendiente de alemanes nada tiene que ver con el imaginario de la mujer brasileña y su irrupción se encaja en el surgimiento, unos años antes, de un nuevo paradigma de belleza más blanco, más delgado, más lejano.
Aun así, Xico Sá remata: "Cambiaría un poco de elegancia y competencia en la pasarela por algunos kilitos de más".
Sí, Gisele Bündchen es muy delgada. Y sí, es muy hermosa.
Pero no es más delgada ni más bonita que otras grandes modelos brasileñas, no es algo que se pueda describir en esos términos: quizás, como cantó Fito Páez a fines de los '90, "es sólo una cuestión de actitud".
Gisele camina como si el mundo se hubiera detenido para verla andar.
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El galpón está repleto, en penumbras, y a tientas consigo llegar al lugar que me asignaron. A pesar de haber cubierto la SPFW seis veces desde 2012, nunca había sentido esa emoción en el aire. Y esa noche de abril, ahí estaba yo a metros de la pasarela para asistir al último desfile de Gisele.
Al sentarme, recordé al desconocido que me habló antes del show. ¿Habría conseguido pasar?
No sé por qué he quedado lejos del lugar para la prensa y estoy entre el público, lo que me da un ángulo diferente al resto de mis colegas. Desde mi asiento veo a su familia, veo a su marido Tom Brady. No es una mala perspectiva: estoy muy cerca de la pasarela y consigo ver en detalle sus dos entradas al inicio y al final. Y es más: cuando terminó el desfile y Gisele salía en medio de una ovación, la vi llorar.
A las nueve y diez, una voz en off anuncia que el desfile empezará dentro de poco. Aún hay muchas personas acomodándose y los guardias de seguridad nos piden que nos apretemos unos con otros para hacer espacio a los últimos en llegar. No quiero perder mi puesto, apenas me muevo.
De pronto el público se queda en silencio. Alguien levanta un cartel con un mensaje de despedida. Las cámaras y los teléfonos están listos.
Se encienden las luces, nos encandila.
Suena la música y una silueta se posa sobre la pista como una aeronave a punto de despegar.
Hay gritos. Hay flashes. Es ella.
El show va a comenzar.
Natalia Ramos es corresponsal de AFP en Brasil