A young girl waits for private water vendors to open the tap in the Kibera slum in Nairobi, Kenya, 10 December 2003. With nearly half a million residents, Kibera is one of the largest slums in Africa and it is served by only 4 water kiosks where the water from the city councils is sold. Private vendors, often illegally connected to the main pipes, offer water in alternative kiosks where during the dry season and during periods of shortages, residents queue for up to six hours. Aware of the health risks in Kibera, Nairobi City Council, which is able to supply some water but no sewer facilities, immunizes villagers every three months against water-borne diseases. AFP PHOTO/MARCO LONGARI

La niña de la foto

La imagen original de diciembre de 2003, en Nairobi. La niña, cuyo nombre no se sabía entonces, espera que un vendedor privado de agua le abra el candado del grifo (AFP / Marco Longari)

JOHANNESBURGO, 6 de junio de 2014 - Era diciembre de 2003 y yo estaba en una misión en el barrio de Kibera, en la capital de Kenia, Nairobi, buscando la manera de ilustrar las dificultades que sufría la gente frente a la escasez de agua y, en general, el problema que enfrentaban millones de personas en todo el mundo: el acceso al agua potable.

Cuando vagaba por las calles embarradas, llenas de tuberías de plástico con filtraciones que absorbían la suciedad y los gérmenes a medida que se desparramaban por la barriada, vi a esta niña sentada al lado de un grifo cerrado con un candado. Estaba esperando a que alguien le abriera el candado para poder comprarle agua.

Era una fotografía fantástica. No había tiempo para conversaciones: me apresuré a tomar esta foto porque me pareció que sería una importante ilustración de nuestra historia. Y, por ese breve momento, como en todas las fotografías, nuestros ojos se encontraron en la misma línea de visión. A los fotógrafos esto nos ocurre muy a menudo. Uno se halla en esa misma línea con el sujeto por una fracción de segundo. Nuestras vidas se cruzan durante un instante. Y luego nos vemos obligados a seguir adelante.

Una semana después, recibí un correo electrónico de un completo desconocido, Duncan Goose. Me dijo que había visto mi foto en el periódico británico The Guardian y que le había inspirado para luchar por el acceso de los pobres al agua limpia. La fotografía realmente le había pegado hondo. Así que le pedí a nuestra sede en París permiso para utilizar la imagen para este trabajo humanitario y la agencia estuvo de acuerdo.

Niños llenan sus recipientes con agua que compran de un vendedor privado en la barriada de Kibera en Nairobi, Kenia, el 10 de diciembre de 2013 (AFP / Marco Longari)

Duncan había trabajado como director de negocios para una empresa de comunicaciones en Londres y recientemente había pasado un par de años recorriendo el mundo en moto, por lo que crear una empresa filantrópica significaba un gran cambio en su vida. Me escribió un par de años más tarde para hablarme de la organización que había fundado, One, una marca de agua embotellada que dedica todos sus beneficios a ayudar a los pueblos de las naciones africanas a mejorar su acceso al agua potable.

Nos hemos mantenido en contacto ocasionalmente desde entonces. El año pasado, me escribió de nuevo para decirme que había transcurrido casi una década desde que la fotografía fue tomada y que, en ese lapso, él había logrado recaudar más de 16,8 millones de dólares que ayudaron a cambiar la vida de millones de personas.

Además, dijo, había encontrado a la niña de la foto.

Yo no lo podía creer. La historia sobre cómo encontraron Ann Njeri, que ahora tiene 15 años, era fascinante. Duncan y el cineasta Toby Richards recorrieron de cabo a rabo el barrio marginal de Kibera, mostrando a todo el mundo la imagen de la niña. Después de varias pistas falsas, finalmente la hallaron en la zona rural de Enbu, a unas tres horas de Nairobi.

Duncan y su equipo incluso habían contratado a un experto en mapeo y reconocimiento facial, quien pudo concluir con certeza que Ann era, en efecto, la misma niña que unos años antes se acuclillaba contra una pared esperando agua.

Y viajé en marzo de este año a la región, para reunirme con Duncan y conocer a Ann.

Ann Nyjeri en su escuela en Embu, Kenia, el 14 de marzo de 2014 (AFP / Marco Longari)

Por supuesto yo estaba muy feliz de verla, pero su historia no era nada feliz. Sus padres habían muerto y, aunque fue adoptada por sus tíos (que ya se hacían cargo de dos niños de otros miembros de la familia que habían fallecido), sus hermanos aún vivían en un orfanato. A un nivel personal, sentí una especie de terror al conocerla. Como fotógrafo, uno se involucra con la vida de otra persona durante un breve momento. Y, aunque uno pueda sentirse profundamente identificado y comprometido con la difícil situación de las personas que está fotografiando, sólo hay una manera de darles voz: tomando la foto.

Cuando uno fotografía a una persona en esta clase de aprietos, la ve sólo esa vez y luego no piensa demasiado en ella. No porque a uno no le importe, pero así es el oficio. Uno no tiene tiempo, uno sigue adelante.

Pero cuando tuve esta experiencia, lo sentí como una epifanía, un regalo del cielo. La gente de la Fundación One y yo seguiremos el progreso de Ann a lo largo de los años y se ha creado un fideicomiso para garantizar que “la niña de la foto” no carezca de recursos en el futuro. Ya se han recaudado más de 30.000 dólares para ayudar a la familia a reunir a los hermanos de nuevo, pagar por su educación y mudarse a una casa más grande. Si alguien se siente inspirado a contribuir, puede hacerlo a través de The One Foundation.

Marco Longari (izq.), Ann Nyjeri y Duncan Goose (AFP / Toby Richards)

Marco Longari