(AFP / Daniel Leal-Olivas)

La boda real

LONDRES – Cuando Harry conoció a Meghan y una cita a ciegas devino en un compromiso anglo-estadounidense, quedé acorralado entre una hermana cínica, una esposa entusiasta, amigos apáticos y el insaciable apetito mundial por historias de la boda real.

Como (un simple plebeyo) británico que acababa de volver tras vivir casi una década en Estados Unidos y recién casado con una estadounidense, esta improbable pareja transatlántica atrajo mi interés más que ninguna boda anterior de la familia de Windsor.

Meghan Markle ingresa a la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, el 19 de mayo de 2018 (AFP / Danny Lawson)

Tampoco es que tuviese muchas opciones. Después de haberme unido a la oficina de AFP en Londres poco antes de que la pareja anunciara su compromiso, quedó muy claro que cubriríamos todo lo relacionado con la boda real. Y con razón: el matrimonio de Harry y Meghan sería la última gran boda real británica para una generación y los medios del mundo estaban hambrientos de historias.

Y así pasamos a hacer un reportaje sobre una fábrica de cerveza que inventó la “Harry & Meghan Windsor Knot ale” y a maravillarnos con décadas de recuerdos sobre la realeza coleccionados por un superfan de la familia.

Pero esta boda me intrigaba, al igual que a otros, principalmente porque la novia no era la arquetípica “rosa inglesa”, que suele casarse con la realeza británica. En su lugar, la novia era una estadounidense mestiza, divorciada, con una exitosa carrera como actriz y apasionada por el feminismo.

 

El enlace de Harry y Meghan -quien se crió en Los Ángeles, donde viví los últimos años y donde conocí a mi esposa- parecía una improbable unión de culturas.

De juegos de cartas en Santa Monica, California (AFP / Frederic J. Brown)
... a cupcakes en el centro de Londres (AFP / Tolga Akmen)

 

El sur de California puede sentirse como un pequeño sueño, con la bruma del atardecer deslumbrando tus sentidos; los cielos grises de Londres pueden sentirse un poco tristes, mientras la lluvia cae sobre tu cara. Aparte del clima, si el sueño americano es salir de la nada para deja una huella en la gran industria, la nobleza británica ha sido definida por lo opuesto, un lugar donde tales sueños fácilmente pueden terminar en una pesadilla.

 

Según reportes de prensa, los amigos excesivamente privilegiados del  príncipe William solían burlarse de Kate Middleton porque su madre fue azafata, murmurando a sus espaldas cada vez que llegaba. Temí por el destino que le aguardaba a Meghan.

Meghan Markle y su madre Doria Ragland llegan a la ceremonia matrimonial en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, el 19 de mayo de 2018 (AFP / Oli Scarff)

Aunque no es la primera estadounidense admitida en la centenaria monarquía británica –la dos veces divorciada Wallace Simpson se  casó con el rey Edward VIII (quien para casarse abdicó)—, la mezcla étnica de Meghan y su contexto moderno hicieron que su matrimonio con Harry fuera muy significativo y probablemente más tenso.

Se dice que en Estados Unidos les gusta impulsar a las personas, mientras en Gran Bretaña les gusta derribarlas. En la primera semana después de la boda, un columnista del diario tradicional Daily Telegraph aconsejó a los lectores “que se aferren" a lo que les gustó de Meghan Markle porque el contragolpe “ciertamente está por comenzar”.

Cuando el gran día finalmente llegó, en medio de una frenética anticipación sobre todo -desde el color del sombrero que usaría la reina a los títulos reales que se le concederían a la pareja-, no todo el mundo estaba tan entusiasta sobre las nupcias.  Mi hermana, periodista del diario de izquierda The Guardian, se negó a participar en cualquier celebración, argumentando que nuestra atención debería estar en los más desafortunados del mundo atrapados en conflictos.

 

De padres que orgullosamente se proclaman socialistas, comprendí su sorpresa – ¿tal vez su decepción? – por mi tolerancia con la boda real. 

Me encontré atrapado en el periodismo sensacionalista, a medida que los dramas de la familia de Meghan se volvieron imposibles de ignorar.

Parte de la familia real durante la boda del príncipe Harry y la actriz estadounidense Meghan Markle, el 19 de mayo de 2018 (AFP / Pool/Owen Humphreys)

Su padre no pudo acompañarla al altar luego de sufrir un ataque cardíaco leve, poco después de un escándalo porque aceptó posar por dinero para un paparazzi.  Su familia extendida no fue invitada a la ceremonia –se inclinaron a dar mordaces entrevistas-  pero muchos llegaron a Gran Bretaña de todos modos. Luego la policía de Londres confiscó un cuchillo y un aerosol nocivo a un medio sobrino en su hotel la noche de la boda. Según reportes de prensa, se asustó con las advertencias del presidente de Estados Unidos, Donald  Trump, de que Londres “era como una zona de guerra”.

A veces parecía que toda la historia estaba hecha como un drama de televisión.

A pesar de una predecible cobertura reprobatoria en los diarios de derecha, el público británico parecía hacerse querer por la nueva duquesa y empatizar con sus problemas de familia. Esto no me sorprendió: los británicos pueden ser compasivos en medio de tanta confusión, como su querida princesa Diana lo demostró.

El consenso era que Meghan había manejado todo con una gran dignidad. Tal vez un modo no tan malo de empezar a jugar a la realeza.

El obispo Michael Bruce Curry da su sermón durante la boda (AFP / Pool/Owen Humphreys)

La influencia afroestadounidense en la boda, más visible en el coro de góspel, cuyos cantantes eran todos negros, y el entusiasta sermón del pastor Michael Curry -con referencias a Martin Luther King y a la esclavitud—fue visto por los principales medios como un poco de aire fresco en una institución a veces añeja.  Pero era difícil calibrar cómo se sintió la gente con estos elementos poco convencionales de la ceremonia (en la regia Gran Bretaña).

 

La multitud a las afueras de Windsor parecía cada vez más impaciente con el largo sermón, que duró 14 minutos, y una importante figura de la iglesia criticó la ceremonia como “muy mal entendida” y una apuesta a la “fama mundial”.

Inesperadamente sentí nostalgia. He escuchado a muchos pastores negros dar sus encendidos sermones durante mis años como reportero en Estados Unidos, cuando seguía a políticos blancos de Nueva York a iglesias negras, donde intentaban conseguir votos. La realeza no parecía particularmente cautivada por Curry, sin embargo su sermón fue muy significativo. La boda real estaba tan lejos –geográfica, cultural y étnicamente- de las Iglesias negras que se plasmaron en mi memoria, que tornó fascinante la ceremonia en la moderna Gran Bretaña.

El día de la boda, en una fiesta callejera en el barrio de clase trabajadora East End -organizada por un residente estadounidense y en la que participaron muchos extranjeros-, Janet Price, de 69 años, me dijo que la ceremonia fue “diferente” con el largo sermón de Curry, pero que igual le gustó. "Creo que no le fue tan bien con algunos de los miembros de la realeza, a juzgar por sus caras”, opinó con una sonrisa irónica.

 

Para Price, una residente de toda la vida en East End, la boda evocó recuerdos de su primer fiesta callejera en 1953, cuando apenas tenía cuatro años, para celebrar la coronación de la reina Isabel II. Desde entonces ha visto muchas bodas reales; para ella, son un momento para se reúna la familia y la comunidad.

(AFP / Hannah Mckay)
(AFP / Tolga Akmen)

 

Muchas personas vieron la boda como una oportunidad para generar una necesaria unidad nacional en medio del Brexit y otras divisiones políticas. Incluso los londinenses con tendencias republicanas o ambivalentes ante la monarquía aceptaron la invitación a celebrar, aunque casi ninguno de mis amigos se sumó y mi hermana, la abolicionista real, hizo su noble protesta en la peluquería.

 

En Hackney, alguna vez decadente pero hoy convertido en un municipio de moda en Londres, un trio de europeos brindó por las nupcias reales en medio de libros viejos y puestos de ropa en otra fiesta callejera afuera de la panadería Claire Ptak, que elaboró el pastel de bodas. "Hoy somos partidarios de la realeza, mañana no”, dijo Gitta Gschwendtner, una alemana de 46 años, que vive hace mucho en Londres.

La reina Elizabeth II durante la boda entre el príncipe Harry, duque de Sussex, y la actriz Meghan Markle, en la capilla de San Jorge, en Windsor, el 19 demayo de 2018 (AFP / Pool/Jonathan Brady)

Mi esposa Helen también celebró lo que llamó un cuento de hadas moderno, quizá con un toque de ánimo nacionalista. En Gran Bretaña, con su historia mancillada por conquistas coloniales y atraída por el auto desprecio, el patriotismo abierto no es común. Las bodas reales – y la votación del Brexit- parecen el modo preferido de expresar nacionalismo.

En cuanto a mí, sentí que tuve una pequeña participación personal en esta unión anglo-estadounidense. Así que con la puesta del sol tras la ceremonia y la cobertura concluida, finalmente puedo admitir: yo apoyo a Meghan y Harry.

El príncipe Harry, duque de Sussex, y su esposa Meghan Markle, duquesa de Sussex, de retiran del castillo de Windsor, el 19 de mayo de 2018 (AFP / Pool/Steve Parsons)

 

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