(AFP / Piero Cruciatti)

El oso de peluche y el ataúd blanco en Génova

Génova Son las 12H20 de un martes cuando nos llega una alerta de la oficina de AFP de Roma: “Italia: se derrumba un viaducto en la autopista A10 en Génova (medios)”.

Enseguida comienzo a buscar fotos y videos del incidente en las redes sociales. Es una de mis tareas como periodista. Las primeras imágenes subidas son impactantes. Uno de los videos me deja helado: “¡Dios, dios!”, grita un hombre mientras filma el derrumbamiento de una parte del puente Morandi.

La redacción central se pone en marcha. Un videasta de la oficina de Roma toma el primer tren hacia Génova. Otra videasta, instalada en Brégançon por las vacaciones presidenciales, inicia su trayecto hacia el lugar de la tragedia. También viajan dos periodistas de Niza –un fotógrafo y un corresponsal- y un fotógrafo de Milán.

El editor de fotografía de la oficina de Roma, que se encontraba de vacaciones, se comunica con un fotógrafo de una redacción local, un amigo de una prima de su esposa, que transmitirá las primeras imágenes del viaducto.

14 de agosto de 2018 (AFP / Andrea Leoni)

En la sede de la agencia en París, los periodistas italianos son escasos la víspera de un 15 de agosto, día de fiesta en Italia. Uno de los redactores jefe que sabe que soy “medio italiano” me pregunta si estaría dispuesto a irme a trabajar al terreno.

Hago tres llamadas, apago el ordenador y me marcho. Llevo dos libretas vacías, tres bolígrafos negros y una grabadora. Paso por casa a recoger algunas cosas y regar mi planta de albahaca. A las 17H20 estaba a bordo del avión Air France París-Génova.

No era la primera vez que viajaba a Génova. Y el puente Morandi lo había atravesado infinitas veces. Sucede que mi familia materna vive en un pueblo al norte de Nápoles, y para viajar hacia allí desde el sur de Francia hay que ir por la autopista A1, la de ese puente.

De todas formas, no conocía su nombre. Pero recuerdo haberme sorprendido varias veces al ver a ese mastodonte rozar los techos de los edificios. El puente Morandi es tan solo uno de los numerosos viaductos que los automovilistas atraviesan en Génova. Si la miras desde la autopista, la ciudad es un entrelazado de puentes y túneles, un pequeño monstruo urbano acorralado entre el mar y las montañas.

14 de agosto de 2018 (AFP / Valery Hache)

El miércoles por la mañana, un videasta y un fotógrafo tienen previsto sobrevolar en helicóptero la escena del accidente. Pero les anulan el vuelo. Qué importa, sus imágenes ya son muy fuertes. Y sobre todo, las historias están ahí, debajo del puente y por toda la cuidad.

Aparece un anciano que no fue víctima del drama ni conoce a nadie que lo haya sufrido. Su historia parece insignificante, casi fuera de lugar ante la inmensidad de la tragedia. Sin embargo, nos cuenta cómo la vida se detuvo el martes, poco después de las 11H30 bajo el puente Morandi.

Hace algunas semanas, una gata parió a cuatro gatitos en la cabaña que este hombre tiene no lejos del viaducto. Desde entonces, viaja cada día en su bicicleta azul pequeña para alimentarlos.

Ahora tiene un problema: la casita está situada dentro de la zona cerrada por los policías. Es imposible acceder. El tiempo pasa y el anciano comienza a preocuparse. “Desde el lunes que no tienen para comer. No sé si están vivos o muertos”.

Finalmente, uno de los policías acepta escoltarlo hasta la cabaña. Salen diez minutos más tarde. Me dejé los lentes en París pero cuando entrecierro los ojos, veo su sonrisa a lo lejos. Misión cumplida: “¡Los gatitos están vivos! ¡Estaban hambrientos, se devoraron todo!”, exclama el anciano.

La vista del puente desde un apartamento de la ciudad de Génova, unos días después del derrumbe (AFP / Piero Cruciatti)

La mañana siguiente hablamos con Majid Alaoui, quien fue evacuado de su departamento al igual que otros 630 habitantes del barrio Sampierdarena. Hasta hace un par de días vivía en uno de los edificios ubicados bajo el puente Morandi junto a su esposa e hija de cuatro años, quien desde entonces “no para de llorar”.

La familia se instaló en un pequeño cuarto de hotel. “Nos dijeron que nos quedaríamos hasta noviembre”. “Pero hay gente peor que nosotros”, se corrige. Entre sus vecinos de pasillo hay una familia que perdió a un integrante. “Vinieron a Génova para asistir al funeral”, explicó mientras apretaba una pequeña botella de plástico.

El jueves por la noche, Anahide Merayan, una colega videasta de AFP, me da una buena noticia: los habitantes de cuatro de los once edificios evacuados hace dos días podrán regresar a sus casas.

Nos dirigimos hacia allí, nos llenamos de paciencia y esperamos. Todos los periodistas ya se habían ido, salvo un pequeño equipo de la RAI, la televisión italiana. Cae la noche. Un hombre se acerca. Carga con dos bolsas de plástico en sus manos. Francesco Formichella, 68 años, es uno de los primeros en recuperar su hogar. “Estoy un poco emocionado”, confiesa, y se le nota. “Soy uno de los habitantes más viejos de esta calle. Nací aquí, nací en este edificio”, repite.

El viernes por la mañana decido ir a entrevistar a personas que vivan debajo de otro viaducto de la ciudad. Unos viejos genoveses que conocí postrados en la barra de un bar el día anterior me habían dicho a donde ir. Llegamos con Marco Bertorello y Arman Soldin, fotógrafo y videasta de AFP, al barrio de Gavette, en el norte de Génova.

Apartamentos debajo del puente Morandi, el 16 de agosto de 2018 (AFP / Marco Bertorello)

El viaducto es colosal, casi dos veces más alto que el puente Morandi. Decenas de familias viven debajo. Algunos de los edificios de tonos pasteles tienen cinco pisos, pero todos parecen ínfimamente chiquitos bajo este puente tan grande.

Jacopo Strumia tiene 29 años. Vive en un apartamento ubicado en planta baja. El derrumbe del puente Morandi lo asustó. Y pese a tener una Virgen María de cerámica sobre su puerta, está preocupado por sus dos hijos. Ya pensó en mudarse pero tiene “que vender este apartamento”, se queja. “No será simple después de esta tragedia”, añade.

Es sábado de mañana. Un día de duelo en Génova. Los funerales de las víctimas están previstos para las 11H30 en un gran salón del centro de exposiciones de la ciudad.

Un señor vestido de gris se pasea silencioso con un marco de madera en la mano. En su interior se puede ver la foto de un hombre sonriente. Seguramente sea el rostro de una de las 43 víctimas del “puente maldito”.

Por otro lado, una pareja vino a despedir a un amigo de la infancia: “Trabajaba debajo el puente cuando se derrumbó”, confió Salvatore Catrini. Y su esposa acotó: “Era su día de descanso. Pero como el tiempo estaba horrible fue a trabajar y dijo que descansaría otro día que estuviera más lindo”.

El salón parece una catedral. El espacio se enrarece cada vez más. Pronto será la hora. Miles de personas, entre ellas varias anónimas, se encuentran sentadas o paradas detrás de los ataúdes.

Los féretros son de color madera y están alineados sobre caballetes posados sobre una alfombra roja. Pero hay uno que se destaca. Está ubicado delante de los otros, sólo frente al altar. Es blanco y más chico que los demás.

(AFP / Piero Cruciatti)

Le pregunto a dos fotógrafos italianos y a un policía: se trata del ataúd de Samuele, de 8 años,  quien murió junto a sus padres en el derrumbe. Viajaban a Sardaigne para pasar las vacaciones.

Tres niños y una adolescente murieron en la tragedia. La víspera, un bombero italiano contó a la prensa que estalló en lágrimas al encontrar un oso de peluche en la carcasa de un automóvil aplastado. Esta historia me desarmó.

(AFP / Piero Cruciatti)

Cuando Valéry Hache, fotógrafo de AFP en Niza, llegó al lugar del derrumbe el mismo martes, se encontró con varios cuerpos. “Fue el horror”, cuenta.  Él cubrió también el atentado en Niza del 14 de julio de 2016, por lo que no era la primea vez que se encontraba con cuerpos sin vida.  Yo no vi nada. Y creo que es mejor así.

Comienza la ceremonia. El órgano y los coros empiezan a sonar. El arzobispo de Génova inicia la misa y el olor a  inciensos se expande poco a poco. Es mediodía, quizá un poco más tarde: el puente Morandi se derrumbó hace varios días y por primera vez lloro al hacer un reportaje.

(AFP / Handout/Vigili del Fuoco)
Rémi Banet