El día en que todo se volvió tinieblas
AMÁN, 25 de marzo de 2015 – Cuando el jefe de la Fundación AFP, Robert Holloway, me preguntó si estaba dispuesta a viajar a Erbil, la capital del Kurdistán iraquí en marzo, para ayudar a las mujeres refugiadas a contar sus historias personales de como huyeron del grupo Estado Islámico, no lo pensé dos veces.
Irak ha jugado un rol central en mi carrera como periodista, desde la toma de Kuwait en 1990 a cargo de Sadam Husein, hasta la guerra liderada por Estados Unidos en 2003, y más allá. Recuerdo primicias y anécdotas, y también cómo me fui ganando problemas con las autoridades del momento. Escapé a dos intentos de asesinato, seguramente ordenados por las autoridades, y tuve una larga estadía en el hospital después de un ataque en la vía a Basra.
Este viaje a Irak es diferente. Estoy acostumbrada a entrevistar refugiados. Lo he hecho muchas veces antes para la AFP. Pero esta vez, lo que cuenta no es lo que voy a escribir, sino cómo le puedo ofrecer a estas mujeres las herramientas para definir sus propias formas de contar su historia.
Un taller de cinco días organizado por la Fundación AFP y Chime for Change, un grupo de ayuda fundado por Gucci, busca enseñarles cómo usar técnicas de narrativa periodística para enviar sus mensaje de forma más clara.
Guío las sesiones del taller, junto con la periodista Mariane Pearl, autora del libro “Un corazón poderoso”, que trata sobre el asesinato de su marido, el reportero estadounidense, Daniel Pearl, a manos de milicias paquistaníes.
Nuestra meta es escuchar y dar ánimo. Llegué a Erbil al atardecer, antes de encontrarme con Mariane y Jo Weir, la jefe del proyecto. Juntas discutimos cómo asegurarnos de que nuestras “estudiantes” saquen el mayor provecho de nuestro trabajo.
La docena de mujeres, de entre 20 y 33 años, provenienen de las minorías religiosas cristiana y yazidí. Todas tienen un origen humilde y la mayoría recibía educación superior en Mosul antes de que la ciudad fuese tomada por el grupo Estado Islámico. Todas están traumatizadas por su terrible experiencia.
Primero necesitábamos conocernos las unas a las otras. El primer día nos dedicamos a lo general: hablamos sobre las diferentes formas de escritura, acerca de técnicas narrativas y ética profesional. Una especie de minicurso de periodismo. Luego le dijimos a las estudiantes que si ellas querían podríamos ayudarlas a compartir sus historias: sobre ser forzadas a abandonar sus hogares, ser desarraigadas y dejar sus vidas atrás.
Nos reuníamos cada día desde las 8h30 hasta las 17h. Algunas de las mujeres tenían dificultades para encontrar las palabras. Para Mariane y para mi debemos ir poco a poco. No parecer demasiado curiosas o inquisitivas, y sí hacer a las participantes sentir que lo que ellas tenían que decir era importante, y explicarles por qué.
Dejé mis hábitos periodísticos de lado, y a cambio, seguí mi intuición. Esto no es acerca de conseguir historias para escribir, es acerca de hacerles sentir cómodas, de crear un vínculo que les permitirá contarme sus vivencias privadas y dolorosas. Simplemente porque eso les puede ayudar.
El segundo día, noto que estaban más tranquilas. Se apresuraban a abrazarme para saludarme. Las sonrisas y la calidez suplantaban los rostros temerosos y decaídos que vimos al comienzo. Ellas pueden percibir si alguien está interesado en su destino, y eso les ayuda a confiar.
Sus historias, compartidas finalmente, se quedarán conmigo por mucho tiempo.
Entre ellas está Mona, una contadora de 33 años, oriunda de Bajdida, la mayor ciudad cristiana en Irak donde vivía con su padre, en silla de ruedas. Un día de agosto del año pasado, comienzan los gritos en la ciudad: “El Estado Islámico está en las entradas”, ellos huyeron sin dudar, junto con sus vecinos, dejando todo atrás.
Les tomó más de 10 horas recorrer los 74 kilómetros desde Bajdida hasta Erbil, la mayoría a pie. Miles de personas huyeron de la ofensiva yihadista, coincidiendo en la ciudad norteña protegida por las fuerzas kurdas peshmerga.
Pero cuando su jefe la llamó al día siguiente, rogándole volver y ayudarle a pagar a sus empleados, Mona aceptó. “Tuve que ir”, explica. “Me aseguré de que mi papá estuviese en buenas manos y regresé a Bajdida, pagué los salarios, y volví”.
Ella se sorprende por mi impresión, sonriendo como si su historia fuese lo más natural del mundo.
Actualmente Mona y su padre comparten un apartamento sencillo en Erbil con otras 14 personas. La iglesia les da un pequeño estipendio para vivir, así como medicinas para atender a su papá, quien sufre de una enfermedad cardíaca. Ella está desempleada, pero no ha bajado los brazos.
Cada noche ella sueña que regresa a la casa que su familia construyó. Trabajó en ella por cuatro años, junto con sus padres y sus cinco hermanos. En ella, Mona dejó sus posesiones, sus memorias y su identidad. “El Estado Islámico nos quitó todo lo que teníamos. Nos volvió exiliados pero no pueden romper mis sueños”, dice.
También está Lara, de 20 años, cuya abuela le solía contar las atrocidades que su comunidad yazidí tuvo que soportar, primero a manos de los otomanos y luego del régimen de Bagdad. “Para mi es parte de nuestra historia, pero no era el presente”.
Como miles de refugiados, Lara y su familia dejaron Mosul luego de ser conquistada por los milicianos del Estado Islámico, temiendo un genocidio en contra de su minoría religiosa, que se ha convertido en un blanco de los yihadistas.
Ella está simplemente aterrada. “No puedo dormir”, dice la joven de ojos verde esmeralda. “Tengo miedo de moverme ¿Como sé que no voy a enfrentar el mismo destino de las mujeres yazidíes de Sinjar?
El pueblo de mayoría yazidí fue atacado en agosto de 2014 cuando las fuerzas del Estado Islámico masacraron buena parte de su población. Miles de mujeres yazidíes, muchas de ellas adolescentes, fueron violadas, vendidas como esclavas, casadas a la fuerza o simplemente entregadas como si fuesen un objeto a combatientes del grupo. Se estima que entre 3.500 a 7.000 aún están en manos de los yihadistas.
Lara no puede superar ese miedo. Pasa los días encerrada en la casa que comparte con otras 17 personas. Venir a nuestro taller fue una rara oportunidad para salir de casa.
Una tercera mujer, de 24 años, también llamada Mona, estaba a punto de graduarse de arquitecta, y se preparaba para casarse con el amor de su vida, cuando los yihadistas lanzaron la ofensiva.
“Estábamos planeando las dos ceremonias con algunos días entre ellas”, me cuenta. Ella había encontrado “el vestido de novia perfecto”. Comienza a llorar cuando me muestra las fotos de su ajuar. “Unos días antes de la boda, tuvimos que huir hacia Mosul. No pude llevar nada conmigo”.
“Miraba a todos esos convoyes de carros, gente caminando, algunos viejos, mujeres y niños. Eso rompió mi corazón. Mi sueño desapareció y todo lo que era luz se volvió oscuridad como el cielo de la noche”.
Mona se casó con su prometido hace dos meses en Erbil, pero las cosas no son fáciles. “Hay 16 personas viviendo en la casa de mis suegros. Es difícil para nosotros no tener privacidad”.
Las historias de las jóvenes serán publicadas en las revistas del grupo Hearst, promovida por el proyecto Chime for Change. Todas nuestras estudiantes estaban a favor de publicar sus historias, a pesar de que varias utilizarán nombres ficticios. Otras también aceptaron ser entrevistadas, la mayoría con sus rostros ocultos, para un documental que será expuesto en el festival de cine de Tribeca en Nueva York este año.
Cuando nos despedimos, todas nos dijeron que se sentían más esperanzadas, más seguras de sí mismas como resultado de nuestro trabajo juntas. Todas intercambiamos emails y números de teléfono, y espero que estemos en contacto por algún tiempo.
Randa Habib, es una periodista de AFP radicada en Amán, y es la representante de la Fundación AFP para el Oriente Medio y África