Covid y nada más que covid
París - “No habrá muchas noticias candentes, lo que dejará más tiempo para trabajar en temas atemporales”. Eso me dije cuando llegué a la sección de Salud/Medicina de la AFP en mayo de 2017. ¡Gran olfato! Y ni siquiera puedo atribuir al covid la pérdida de olfato.
Menos de tres años después, estalló la pandemia que puso patas arriba nuestra vida personal... y la de todo el mundo.
Para los periodistas que cubrimos la pandemia también supuso una experiencia profesional única: contar la ciencia que se escribe ante nuestros ojos, a toda velocidad. ¿Cómo predecir que cubriríamos la aparición de una enfermedad desconocida para la humanidad y luego el desarrollo de las vacunas para combatirla?
Literalmente comenzamos de cero: releer hoy lo escrito hace dos años da la impresión de que ha pasado un siglo.
En el hilo de noticias de la AFP, la primera mención a esta enfermedad que aún no se llamaba covid data del 5 de enero de 2020, con un despacho de la oficina de Pekín: “Misteriosa neumonía en China: 59 casos, Sars excluido”.
Mi primer artículo desde París se remonta al 17 de enero. La enfermedad había dejado hasta entonces dos muertos en China y se habían detectado tres casos fuera de ese pais: dos en Tailandia y uno en Japón.
El artículo pretendía hacer una puesta a punto de lo que sabíamos hasta ese momento: los especialistas se preguntaban cuánto se transmitiría esta enfermedad entre humanos, esperaban que fuera menos grave que el SARS (800 muertos y 8.000 casos en el mundo durante una epidemia en 2002-2003) y creían que China se había mostrado más bien transparente...
Sabemos lo que finalmente pasó, lo que ilustra el considerable salto dado en materia de conocimiento científico desde la aparición del virus.
Este salto también se vio en el cambio radical sobre la utilidad de las mascarillas. Por ejemplo, en Francia al principio no estaban recomendadas para el público general (una de las razones menos declaradas era, sin embargo, evitar una escasez para los trabajadores de la salud); pero luego no solo fueron recomendadas, sino que a partir de abril de 2020 impuestas en prácticamente todo el mundo.
Ello ocurrió tras determinarse que el principal modo de transmisión del virus era por esas nubes de partículas que emitimos cuando respiramos, hablamos o gritamos y que quedan suspendidas en el aire.
Luego, vino una sucesión de estruendosos anuncios por parte de los laboratorios que estaban en la carrera por las vacunas de fines de 2020, con rimbombantes anuncios sobre sus porcentajes de efectividad cada vez mayores.
Virología, epidemiología, inmunología... La pandemia nos impuso un entrenamiento a marchas forzadas en los rudimentos de estas disciplinas, evitando cualquier pecado de soberbia. Soy periodista y no tengo las habilidades de los especialistas; mi trabajo es hacerlos hablar, no reemplazarlos.
Puede parecer paradójico, pero esta flamante incertidumbre implica apegarse más que nunca a las buenas viejas reglas del periodismo de agencia: Hechos, precisión, equilibrio.
Con este imperativo, tratar siempre de transcribir lo más fielmente posible lo que dice la ciencia en el momento, controversias incluidas, haciéndolo comprensible para el vulgo.
Desde el inicio de la pandemia fue necesario tener un especial cuidado en respetar un delicado equilibrio: no alarmar sin razón pero tampoco minimizar los riesgos de esta enfermedad que ya deja más de 5,75 millones de muertos en el mundo.
Recuerdo, por ejemplo, haber sopesado cuidadosamente las palabras de mis primeros trabajos sobre un tema angustiante por excelencia: el lugar de los niños en la epidemia, tanto desde el punto de vista de los riesgos como del contagio... una cuestión que, además, nunca se despejó por completo.
Esto a menudo resultó en que un colega y amigo de la AFP se burlara (amablemente) de mí... Nunca en toda mi carrera había escrito tantos artículos solo para decir "no sabemos".
Pese a las incertidumbres y las respuestas parciales, terminé conociendo bien al covid, casi en tiempo real.
Esto no solo me sirvió para mi trabajo como periodista. También me resultó útil para la vida. Tan pronto apareció en Francia la variante delta, altamente contagiosa, en el verano boreal de 2021, solo uso mascarillas FFP2 en interiores, que ofrecen mayor protección que las quirúrgicas.
Lo mismo ocurrió con la necesidad de ventilar las habitaciones, algo que aconsejé muy tempranamente a mi familia para disipar las nubes invisibles cargadas de virus, como el humo del cigarrillo, mientras las autoridades tardaban en pasar esas instrucciones.
Sin embargo, nunca me sentí cómodo las muchas veces en que mi entorno me preguntó cómo serían las próximas semanas, como si yo fuera un oráculo.
Del mismo modo, este bagaje teórico nunca me quitó del todo el miedo a equivocarme en una de las tareas más complicadas -y menos visibles- de la rúbrica: atender los pedidos de aclaración de las oficinas de la red global AFP cuando necesitaban orientación para sus propias historias. El síndrome del impostor...
Esto es tanto más cierto en la medida que mi relación profesional con el covid es ambivalente: íntima y distanciada. La mayor parte de mi trabajo consistió en intentar descifrar la parte científica de la pandemia para su divulgación, pero sin abarcar los efectos concretos de la enfermedad en el terreno, como los hospitales superpoblados o la recuperación de los enfermos.
Probablemente eso también fue lo que permitió que esta cobertura nunca me afectara emocionalmente, por muy angustiosa que haya sido (además de la suerte de no haber tenido un caso dramático en mi entorno).
Sencillamente, el efecto sorpresa de los comienzos, cuando todo era nuevo, acabó dando paso a cierta rutina. Alfa, beta, delta, ómicron... las variantes pasan pero siempre conllevan las mismas interrogantes.
La pandemia también se tragó todo lo demás y desde hace dos años prácticamente he escrito sobre este único tema, algo contra natura para un periodista de agencia, incluso para uno especializado. Uno de los efectos de las olas, epidémicas o no, es la erosión.
Y después de dos años de lidiar con estudios sobre el covid, me siento un poco como un cabalista que levanta la vista de sus textos sagrados para salir a respirar aire afuera...
No obstante, disfruté más que la mayoría en un momento único: el duro confinamiento de marzo/abril de 2020.
Debido a que la carga de trabajo y las necesidades de coordinación eran grandes, integré el pequeño puñado de periodistas que decidió seguir yendo a la sede de AFP en el centro de París en lugar de teletrabajar. Agradezco aquí a mi pareja, que durante varias semanas dejó lo suyo para cuidar de nuestros hijos.
La mayoría de la gente recuerda este período como un encierro más o menos doloroso. Para mí, por el contrario, seguirá siendo sinónimo de una rara libertad. Pasear bajo el sol primaveral por las calles desiertas de París es un lujo del que me confieso nostálgico.
Ese silencio apenas roto por el canto de los pájaros, la ausencia del olor a combustión de los motores, la impresión de una atmósfera clara y nítida, de tiempo suspendido: mi traslado al trabajo fue como el viaje de una película de ciencia ficción sobre el fin de la humanidad, sin los zombis.
Uno de mis únicos encuentros en la calle durante ese paréntesis fue con dos jóvenes policías que querían comprobar mi permiso de salida. Les había explicado cuál era mi trabajo y el chequeo se convirtió en un curso acelerado sobre los riesgos y la gravedad de la enfermedad, para responder a sus inquietudes.
Pero la sensación de libertad absoluta fue haber encontrado sólo cuatro o cinco periodistas en la sede de AFP en Place de la Bourse, como un pequeño comando. Allí éramos Macaulay Culkin en "Home alone", solos en la gran casa familiar, polizones en este enorme transatlántico vacío.
Que no haya malentendidos: esas semanas fueron de trabajo y no hicimos las estupideces del pequeño personaje de la película. Bueno, para ser perfectamente franco, un par de veces busqué relajarme intentando obtener récords de velocidad con la silla de rueditas por los largos y desiertos corredores de la Agencia...
Ese período de intenso trabajo y libertad única creó un espíritu de cuerpo entre aquellos que estuvimos allí. No pude evitar sentir una fugaz sensación de despojo cuando todo el personal de la AFP volvió a la oficina, nuestra oficina, tras el largo confinamiento.
Al momento de dejar la sección de salud bajo el muy saludable principio de rotación impuesto por AFP, quisiera entregar las principales lecciones que de ello saco.
Primero, Covid o no, esta sección es de esas en que la responsabilidad periodística es más pesada, porque el tema de la salud provoca en el lector miedos viscerales, tanto por él como por su familia y sus hijos.
Una mala cobertura de estos temas -las enfermedades y la búsqueda de tratamientos- puede provocar tanto pánico infundado como falsas esperanzas. También es una sección que aporta mucho a quien la ocupa, e incluso en ocasiones puede ayudarle en su vida cotidiana.
Cuando empecé me dijeron: “Ya verás, te pones hipocondríaco”. A mí me produjo el efecto contrario: salgo de estos cinco años lleno de esperanza en los avances de la medicina y lleno de admiración por estos investigadores y cuidadores que frenan o revierten tantas enfermedades.
Ah, por cierto, una cosa más: después de dos años, terminé dando positivo al covid por primera vez el 31 de enero. Mi último día en la sección de salud.
Relato de Paul Ricard en París, traducción y edición en español de Yanina Olivera Whyte en Montevideo