Caras de Pyongyang
Pyongyang – Pregunten a cualquier persona a qué se parece Corea del Norte. La imagen que viene espontáneamente a la mente es la de un desfile militar con miles de caras y piernas que se mueven como si fueran un solo hombre. O la foto robada, a través de la ventana de un autobús, de ciudadanos concentrados en sus labores, indiferentes a vuestra presencia.

Desde 2012 voy seguido a Corea del Norte, y estas suelen ser dos tipos de imágenes que envío regularmente, en particular por las restricciones que pesan sobre los medios extranjeros que viajan al lugar.
Pero desde que la AFP abrió, en septiembre, su primera oficina en la capital norcoreana, empecé a reflexionar sobre las maneras de mostrar algo diferente.

En mi concepción de la fotografía, el aspecto personal de los asuntos que trato es importante. Pero se puede revelar complicado en Corea del Norte. Generalmente está mal visto acercarse a la gente en la calle para entrevistarla o tomar fotos libremente, por fuera de los lugares designados.
Si se quiere hablar con alguien o tomarle fotos, se debe pedir permiso por intermedio de los dos empleados locales de la agencia que nos acompañan todo el tiempo. Sus esfuerzos no siempre tienen éxito.

Buscaba un proyecto que desembocara en fotos realmente interesantes, sin necesariamente sacrificar los principios deontológicos de nuestro trabajo y sin comprometer a nadie.
La idea de hacer una serie de retratos parecía buena porque involucra a sus protagonistas, aunque en Corea del Norte a veces puede volverse problemático dada la desconfianza innata frente a los medios extranjeros.

Como fotógrafo, me motiva la interacción entre la gente y, por razones que desconozco -o por una falta de imaginación-, mis fotos pierden fuerza cuando ese intercambio está ausente. Para establecer esta interacción había que hacer una serie de retratos.
Con mi colega encargado de video, Antoine Demaison, nos pusimos de acuerdo sobre un método que consistía en filmar a una persona mientras recitaba su nombre y su ocupación, primero en un plano general y luego en primer plano.

Lo importante era capturar los retratos lo más rápido posible, para conservar cierta espontaneidad. Al protagonista sólo le decíamos donde debía pararse, pero no como posar.
Después de algunas pruebas, los empleados locales se prestaron al juego y ganaron confianza para acercarse a los protagonistas, quienes a su vez generalmente se mostraron entusiasmados en participar.

Empezamos por aproximarnos a personas que pensamos que no serían muy reticentes a ser fotografiadas, como los guías turísticos que están alrededor de los monumentos más emblemáticos de Pyongyang.

Pero rápidamente pudimos ampliar nuestra búsqueda e incluir, por ejemplo, a una joven que patinaba en una plaza, a un agricultor de ginseng en Kaesong, o hasta a un soldado en Panmunjon, cerca de la zona desmilitarizada que separa el país de su vecino surcoreano.
Fue difícil, en cambio, obtener detalles adicionales sobre nuestros modelos. Algunos no tenían ganas de darnos sus nombres, otros dudaban en decirnos su ocupación.

Para mí fue una experiencia completamente diferente de las anteriores. Pude pasar tiempo con cada persona, establecer un vínculo y recolectar aspectos de su personalidad que se reflejan luego en la foto.
Pese a la rapidez con la que fueron realizados estos retratos, y a la reserva de la mayoría de los que fueron fotografiados, hubo un momento de intimidad. Por más breve que haya sido, fue auténtico y sincero.

Sé que esta serie de fotos no tiene nada de particularmente original o innovador, pero espero que la colaboración que demostraron ofrezca una energía y una verdad que a veces faltan en las imágenes de Corea del Norte que retransmito regularmente.
