Un abrazo demorado 36 años
Ignacio/Guido y Estela, un abrazo demorado 36 años, en la rueda de prensa en Buenos Aires el 8 de agosto de 2014 (AFP/Leo La Valle)
BUENOS AIRES, 22 de agosto de 2014 - "No se apropiaron de nada. Han suspendido una verdad durante un tiempo. Yo fui y soy el músico que era mi papá y soy el orador que era mi mamá. Le ganamos hasta a la propia muerte. La verdad no se tuerce con nada, no se pierde con nada (...) La recuperación de la identidad no viene a revolver, viene a resolver", dice un lúcido Guido Montoya Carlotto, el nieto 114, sólo dos semanas después de haber conocido su verdadera identidad luego de haber vivido 36 años como Ignacio Hurban.
Sus palabras parecen dichas por un veterano militante de organizaciones de derechos humanos, pero no. Es el nieto de Estela de Carlotto, la presidenta de la célebre organización argentina Abuelas de Plaza de Mayo. Acaban de encontrarse. Una que lo buscó durante 36 años, el otro que apenas dos meses atrás supo que era adoptado y dudas sobre su identidad lo llevaron a hacerse un examen genético. Ahora sabe que fue uno de esos 500 niños robados por la dictadura argentina (1976-1983), el 114 recuperado a 31 años de la vuelta a la democracia. En un sorpresivo giro en su vida, Ignacio/Guido ya se convirtió en un emblema de esperanza en un país que aún no tiene saldado su pasado.
La noticia dio la vuelta al mundo y produjo un cimbronazo. Me tocó dar la alerta en la agencia. Para una periodista que viene cubriendo temas de derechos humanos hace dos décadas, fue una gratificación. "Estás presenciando un día histórico", le dije a una joven francesa pasante en la redacción.
Ese martes 5 de agosto, uno de los hijos de Estela de Carlotto lo confirmó: "Apareció Guido, el que buscábamos hace 36 años". A diferencia de lo que ocurrió con otros nietos restituidos, donde primó el respeto por la privacidad, esta vez la propia jueza del caso, embalada por el efecto de la noticia, dio a conocer que se trataba de Ignacio Hurban, que vive en Olavarría, una pequeña ciudad a 350 km al sudoeste de Buenos Aires. Las redes sociales hicieron el resto: en pocos minutos se supo que es músico, que escribió una canción sobre la Memoria y que, incluso, había participado en Música para la Identidad, un ciclo cultural solidario para promocionar la búsqueda incesante de las Abuelas de Plaza de Mayo.
A pocas horas de la noticia, en la primera conferencia de prensa, Estela habló como una abuela colmada y ya no sólo como presidenta de la institución que desafió la represión dictatorial cuando se formó en octubre de 1977 para iniciar la búsqueda de los hijos de sus hijos desaparecidos.
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"Esta alegría enorme que me brinda la vida", decía Estela, y sin conocerlo personalmente aún, invitaba a su nieto a ocupar esa "silla vacía" que lo había estado esperando en su casa, contenta porque "el portarretrato vacío va a tener su imagen". Su ilusión, contó, era entregarle por fin esa caja llena de camisetas, pines y otros recuerdos recogidos en todo el mundo para mostrarle cuánto lo había buscado a lo largo de los años. Cada abuela repitió a su manera ese tipo de ceremonias.
Ese día la casa de Abuelas se llenó de emoción. Todos se abrazaban, se sonreían, se felicitaban. Tantos años de lucha. Imposible no lagrimear, sin dejar de tomar nota, mientras hablaba esta mujer sin quebrarse nunca: "Hoy me tocó encontrar a Guido, pero voy a seguir buscando a los otros nietos", se comprometió. Faltan aún cerca de 400. Quizás alguno de ellos esté entre los centenares de llamadas recibidas en las últimas horas en Abuelas, personas con dudas sobre su identidad motivadas por la historia de Guido.
El reencuentro y el primer abrazo entre Estela y Guido ocurrieron en la intimidad familiar. Después vendrían otros ante las cámaras.
La noticia del encuentro fue reparadora, como un baño de esperanza para la gran mayoría de los argentinos. "¿Vio que la gente parece estar más tranquila hoy? Usted dirá que estoy loco, pero yo creo que la aparición del nieto de Estela Carlotto tiene que ver", dijo esa tarde soleada un taxista, testigo permanente de la crispación social, a esta pasajera.
Los mensajes de celebración recorrieron el espinel: desde el Papa Francisco al mítico roquero Indio Solari, pasando por los astros deportivos Diego Maradona y Lionel Messi.
Cuento de princesas
Como en un cuento de princesas, el final no podría haber sido más ideal: este nieto resultó ser un músico sensible y comprometido con la realidad, alejado del pensamiento de quienes le quitaron su identidad hace 36 años y cercano a lo que fueron sus padres biológicos, los verdaderos.
A los 36 años supo que esa afición por la música que “no encajaba” en su historia y cuyo origen no comprendía le provenía de su abuelo y su papá, que eran músicos amateurs: “Notas en el ADN”, resumió una colega de la AFP.
"Tuve una vida extraordinariamente feliz y a esto se suma esta historia maravillosa. Entraré en los libros de historia, es un peso que debo llevar", dijo Ignacio/Guido en su primera conferencia de prensa. Se vio a un hombre fresco, aportando su fina ironía para quebrar la tensión y el dramatismo de la propia historia y afectuosos comentarios que lo mostraron como un dignísimo nieto de su nueva “abu”, quien desde fines de los 80 preside la organización humanitaria postulada a Premio Nobel de la Paz.
Incluso tuvo espíritu para pedir calma a fotógrafos, camarógrafos y cronistas que pugnaban por un lugar en la sala de la “casa” de las Abuelas, en el centro de Buenos Aires, excesivamente pequeña para la ocasión.
Pero lo que parece un reencuentro de novela rosa, digerible para todas las mesas, tiene su origen en el más siniestro de los crímenes cometidos por el régimen militar: el robo de bebés y su entrega a matrimonios de militares o policías que los criaron, a veces inscritos como propios, incluso por los mismos victimarios de sus padres, y sólo en pocos casos adoptados de buena fe.
Ignacio/Guido fue arrancado unas cinco horas después de nacer de los brazos de su mamá, Laura Carlotto, que dio a luz a los 23 años engrillada en un hospital militar, adonde la llevaron desde el centro clandestino de detención de La Cacha, en La Plata (60 km al sur de la capital), donde terminó sus días. Por razones que aún se desconocen, ese bebé llegó a Olavarría. Allí tras ser fraguada su partida de nacimiento, fue entregado por un poderoso terrateniente de la zona a un matrimonio humilde de peones rurales que lo criaron con amor. "Gente buena", dijo Estela. De todos modos deberán dar explicaciones a la justicia, aunque luego sean exculpados.
A Laura Carlotto y Walmir Oscar Montoya los secuestraron y los asesinaron. Al cuerpo de Laura lo devolvieron enseguida, los restos de Walmir fueron identificados en 2009.
Como tantos otros jóvenes, en los años 70 en una América Latina marcada por la revolución cubana y el guerrillero Ernesto Che Guevara, Laura y Walmir militaban en la izquierda peronista. Eran una pareja pero sus familias no lo sabían. Recién ahora al confirmarse la identidad del hijo de ambos, cuyo examen de ADN dio 99,99% positivo, se confirmó que una historia común unía los miles de kilómetros entre La Plata, ciudad de los Carlotto, y Caleta Olivia, un pueblo al sur de la Patagonia, cuna de Walmir, donde aún vive Hortensia Ardura, la otra abuela de 91 años, que también soñaba con conocer a su nieto algún día.
En los 70 no había redes sociales, internet, correos electrónicos ni celulares, muchas casas ni siquiera tenían teléfono fijo en Argentina. Tras el golpe de Estado de 1976, eran tiempos también de militancia clandestina. Sólo muy de vez en cuando, se hacía un llamado telefónico a los padres, muy breve, para decir que aún se estaba vivo. Las citas eran peligrosas. Quizás por eso sus familias no conocían el vínculo.
Estela de Carlotto junto a otras Abuelas de Plaza de Mayo y el activista Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz (AFP)
Alcira Ríos, una abogada militante que trabajó mucho tiempo con Abuelas y sobreviviente de La Cacha, fue quien testimonió que el bebé de Laura había nacido. Cuando en 1978 llegó a ese centro clandestino, Laura, a quien le decían Rita, llevaba 10 meses secuestrada allí. En alguna ocasión pudieron hablar: "Laura me cuenta que la habían secuestrado en la calle, en Buenos Aires, que primero la llevaron a la ESMA, donde estuvo una semana y después vino a La Cacha con su compañero. Él fue fusilado a fines del 77 en La Cacha, en presencia de todos, le decían El Negro. Me contó que había tenido a su hijo el 26 de junio (de 1978) en un hospital militar, que no podía precisar cuál, que durante todo el parto la habían tenido engrillada a la camilla. El bebé era un varón, se lo dejaron tener un rato, cinco horas más o menos, y después se lo sacaron y ella le puso de nombre Guido en homenaje a su padre", declaró Alcira durante el juicio que probó la existencia de un plan sistemático de robo de bebés y que en 2012 condenó a los exdictadores Jorge Videla y Reynaldo Bignone a 50 y 25 años respectivamente.
Cuando se la llevaron a Laura de La Cacha, con promesa de liberación, ella creía que iba a reencontrarse con su bebé que supuestamente estaba con la abuela. Laura nunca llegó a su casa, fue asesinada. A diferencia de miles de desaparecidos, su cuerpo fue entregado. Tenía la cara desfigurada por un disparo. Tenía puesto un corpiño negro, era el que se había sacado Alcira para regalárselo como recuerdo, cuando se iba creyendo que iba a ser liberada.
Cada nieto, una historia
No todas las historias de esos bebés robados fueron tan benévolas como la que cuenta que vivió Ignacio Guido.
Ignacio Hurban, Guido Carlotto, en la rueda de prensa en Buenos Aires el 8 de agosto de 2014 (AFP/Leo La Valle)
"Fueron 32 años horribles, de angustia, de vivir mucha violencia y maltratos. Viví 32 años como un fantasma. Ha sido una historia oscura", contó en febrero de 2010 Francisco Madariaga, nieto recuperado 101, que había sido apropiado por Víctor Gallo, un capitán retirado del Ejército con prontuario frondoso.
Victoria Montenegro, hoy militante kirchnerista, fue apropiada con seis meses por el coronel Herman Tetzlaff, quien comandó el operativo donde la secuestraron con 13 días de vida y en el que sus padres fueron abatidos. Tetzlaff también se apropió de Horacio Pietragalla, hoy diputado, y se lo dio a su empleada doméstica para que lo criara como propio. Cuando supo la verdad, a los 25 años, a Victoria le costó mucho procesar que no era más María Sol Tetzlaff, su nombre apócrifo. Ella sentía que había sido criada con amor, su apropiador le hizo creer que la había salvado del enemigo, sus padres. Pero, luego entendió que "él es el asesino de mis padres, me dio el arma con la que los mató y hasta hace poco tiempo yo la tenía en mi casa. Ahí no hay amor", declaró en 2011, mucho después de saber la verdad.
Victoria Montenegro, Victoria Donda, Victoria Moyano… con pasados y presentes muy diferentes, tienen en común que habían dejado de llamarse Victoria por decisión de sus apropiadores y la vida les devolvió ese nombre que sus madres le habían querido dar, tan simbólico como un grito de esperanza en medio del horror.
Hoy, esos bebés son adultos, muchos están casados y tienen hijos. La falsa identidad atraviesa a otra generación. Los niños robados son los desaparecidos con vida que dejó la dictadura, por eso se los sigue buscando. Cada nieto es una victoria.
"Siento que le arranqué al infierno un pedazo de alegría", sintentizó Guido Carlotto, hijo de Estela y tío de Ignacio/Guido. Estela de Carlotto pudo abrazar a su nieto. No le ocurrirá lo que más temía, morirse sin poder abrazarlo.
La presidenta de la organización Abuelas de Plaza de Mayo junto a las fotos de los nietos extraviados, en Buenos Aires el 11 de enero de 2011 (AFP/Fabián Gredillas)
Liliana Samuel es corresponsal de AFP en la oficina de Buenos Aires