(AFP / Mahmud Hams)

Tierra prometida por fin

He estado 25 años esperando para poder ir a Jerusalén. Mi abuelo solía viajar todos los viernes. Iba a rezar y luego visitaba a amigos y familiares en pueblos y ciudades de Israel y Cisjordania. Pero eran otros tiempos… era antes de la primera Intifada.

Soy palestino residente en Gaza, lo que significa que para ir a Israel y a Cisjordania necesito un permiso de las autoridades israelíes llamado “tasreeh”, algo muy difícil de conseguir. No es algo que te dan así como así, necesitas tener una buena razón para poder visitar esos lugares y luego hay que pedirlo y esperar. Uno no puede sencillamente argumentar: “Quiero rezar en Jerusalén los viernes como hacía mi abuelo”. No. Tras años de violencia y conflicto, Israel es tremendamente selectivo acerca de quién puede entrar, especialmente si uno viene de Gaza.

Conseguí mi primer codiciado “tasreeh” en diciembre de 2015 después de 18 años pidiéndolo en vano. Trabajar para la AFP me ayudó ya que la agencia organizó un curso de entrenamiento en entornos hostiles en Cisjordania, e Israel me autorizó a ir. Para conseguir el permiso me entrevistaron durante dos horas en el puesto fronterizo de Erez, conseguí los papeles tres meses más tarde y el día que salí de viaje estuve detenido en la frontera cinco horas hasta que me dejaron pasar. No hay privilegios en Erez: todo el mundo es interrogado e investigado por igual.

Un cura palestino camina por el paso fronterizo de Erez hacia Israel, el 22 de diciembre de 2011. (AFP / Mahmud Hams)

El curso de entrenamiento se canceló a última hora así que tuve una semana libre en Cisjordania en plena Navidad en la que pude visitar Ramala, Naplusa, Tulkarem y Belén y hacer unas buenas fotos del viaje.

Al año siguiente la AFP organizó otro curso en París y pidió otro pase para mí, pero esta vez no me permitieron ir.

Por fin este año conseguí el permiso para visitar Jerusalén durante una semana para asistir a una formación y tuve tres días libres al final, así que por fin pude darme una vuelta por la ciudad.

Estaba tan contento… Era la primera vez que iba a Jerusalén en 25 años. La última vez que había estado era un chico de 13.

(AFP / Mahmud Hams)

Tenéis que entenderlo: Jerusalén es un lugar místico para los musulmanes. Recuerdo que cuando fui a Cisjordania, hace años ya, pude atisbar el domo de la mezquita de Al Aqsa entre las colinas de Belén y mi emoción fue enorme. Quería ir ahí verdaderamente, no la recordaba bien porque cuando fui era solo un niño, así que me aseguré de que llevaba mi cámara a punto para poder mostrar una buena galería de souvenirs gráficos a mi familia, y porque no sé cuándo podré volver. Además, pude ir a rezar e incluso asistí a algunas oraciones al alba.

Mujeres rezan bajo el domo de Al-Aqsa en la ciudad antigua de Jerusalén, en abril de 2017. (AFP / Mahmud Hams)

La ciudad antigua era en parte como la recordaba: los puestos vendiendo mil cosas, desde alfombras a especias, el ajetreo constante de gente yendo de un sitio a otro por las calles estrechas… la mezquita de Al Aqsa también era como en mis recuerdos, aunque había algo diferente respecto a 25 años atrás. 

La seguridad se había incrementado. Había soldados por todas partes, parando a la gente y pidiendo identificaciones. En una semana me detuvieron cinco veces en la Puerta de Damasco por la que se entra a la ciudad antigua y fui cacheado una vez. 

Vivir en Gaza es como vivir en una prisión así que, aunque disfruté al máximo la oportunidad de salir un poco de ahí, me hubiera gustado que mi familia estuviera conmigo: mi mujer Shaymaa, y mis cuatro hijos: Ibrahim, de 11, Youssef, de 9, Mohammad, de 7 y Ali, de 3. Por eso hice tantas fotos, para que pudieran disfrutar virtualmente el viaje. No es tan bueno como ir, pero es mejor que nada.

Calles de un mercado de Jerusalén, en abril de 2017. (AFP / Mahmud Hams)
 
(AFP / Menahem Kahana)

 

Hablé en ingles con los israelíes que encontré porque no hablo hebreo y ellos no hablan mucho árabe, y traté de omitir el hecho de que soy de Gaza porque quería evitar eventuales problemas y detenciones y ser tratado con respeto. También evité participar en conversaciones políticas que probablemente hubieran acabado en un callejón sin salida.

Conversé mucho con el chófer israelí de la oficina de la AFP, Mano, que viaja a menudo a Cisjordania, donde visita a mis colegas palestinos, y que tiene profundas raíces en tierra santa, ya que su familia lleva once generaciones viviendo en la ciudad antigua de Jerusalén, desde 1948.

La Puerta de Damasco, en abril de 2017. (AFP / Mahmud Hams)

Charlamos sobre lo que charlan dos hombres trabajadores y padres en cualquier parte del mundo: el coste de la vida de sacar adelante una familia, el precio de la comida, el alquiler, el gas, el tamaño de nuestras casas y lo que pagamos de agua y electricidad. Asuntos de la vida cotidiana.

Le sorprendió el poco acceso a la electricidad que tenemos en Gaza, que ha estado plagada de problemas de abastecimiento durante años. Actualmente tenemos dos horas de electricidad al día y a cada barrio le corresponde su parte en función de una lista de turnos. Expliqué a Mano que si queremos tener luz por la noche utilizamos las baterías del coche para encender una bombilla, y quedó muy sorprendido. Me preguntó que cómo hacíamos para vivir así y le dije que nos íbamos arreglando. Al final acabamos saliendo adelante.

Una mujer palestina estudia con un niño a la luz de una vela en el campo de refugiados Khan Yunis en Gaza, en abril de 2017. (AFP / Mahmud Hams)

Vi la línea ferroviaria de Jerusalén con sus elegantes tranvías deslizándose y pensé lo maravilloso que sería tener algo así en Gaza. En un tiempo hubo una línea de tren que iba de Jaffa, hoy en Israel, a El Cairo pasando por Yibna, mi pueblo ancestral. Mi familia tuvo que salir de ahí, junto con el resto de los habitantes, durante la guerra árabe-israelí en 1948. Mi padre tenía 11 años entonces, y tuvieron que instalarse en un campo de refugiados en Gaza al que llamaron Yibna porque todas las familias del pueblo se emplazaron en aquel lugar.

Recuerdo haber ido al pueblo con mi padre y mi abuelo cuando era un crío, cuando todavía podíamos viajar libremente por Israel. Me acuerdo de los campos y de las casas con jardín, de un montón de jardines, y del día en que mi abuelo me mostró dónde había estado su casa. Todo lo que quedaba era una pared del jardín y un pedazo de una habitación.

La generación más veterana de Gaza recuerda aquella línea de tren muy bien. Es una pena que no haya restos de las estaciones antiguas en las ciudades de Gaza. 

Imaginaos poder ir en tren a El Cairo, sin checkpoints, sin permisos… debía ser increíble.

(AFP / Mahmud Hams)
 
(AFP / Menahem Kahana)

Tras el viaje el balance fue definitivamente positivo. Quedé más contento que triste de la visita. Sigo creyendo que existe una solución a este conflicto que parece interminable. Gaza ha sufrido tantas guerras, tantas veces… Ya basta. Tiene que existir una solución. ¿Por qué no iba a existir? ¿Por qué no puede rezar la gente de todas las religiones en Jerusalén, en su mezquita, su iglesia y su sinagoga? Es su derecho. La religión no debería tener que ver con la política, no tendría que estar mezclada con ella como lo está ahora.

Espero que la próxima vez que salga de Gaza pueda viajar con mi mujer y los chicos y enseñarles los hermosos lugares que hay para ver: Acre, Jerusalén, Tel Aviv. Me gustaría que mis hijos estudiaran en Cisjordania, en cualquier otro lugar del mundo, o incluso en Israel, si algún día llegamos a una solución de paz.

(AFP / Mahmud Hams)
Mahmud Hams