Volver al mundo de cenizas
El trabajo empezó un día de noviembre con un vaso de Limoncello en la mano. Estábamos en un pueblo israelí, donde el reconocido historiador Yuval Noah Harari murmuraba entre limoneros. La cita no era con los familiares del autor del exitoso libro "Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad", sino con un sobreviviente de Auschwitz, que vivió en carne propia una larga historia de la inhumanidad. Danny Chanoch, un hombre de ojos chispeantes y humor ácido, fue de alguna suerte nuestro guía, el primero en creer en este ejercicio. Y de nuevo se lo agradecemos.
En noviembre del año pasado, un equipo de la AFP en Jerusalén se lanzó a este proyecto. Nuestro objetivo era conocer a los últimos sobrevivientes de Auschwitz que vivían en Israel y convertirlo en una gran historia para el 75 aniversario de la liberación del campo de exterminio nazi.
Montamos un miniestudio móvil para tener el mismo fondo sobrio con la iluminación adecuada y hacer los retratos de estos testigos del infierno.
Danny Chanoch, con sus buenos modales, sus chistes irónicos, los recuerdos que cuelgan de sus paredes y que están arraigados en su corazón, nos permitió empezar nuestra inmersión en el asunto con un comentario inusual: "No sé cómo podría haber vivido sin Auschwitz". El hombre no llora en la noche, por las imágenes del pasado, sino que tiene los campos de la muerte clavados en su alma. Son parte de él, de lo que fue y de lo que se ha convertido. Y no me puedo imaginar su vida de otra manera.
Es un poco extraño irrumpir en las casas de las personas, montar un estudio en su sala de estar, pedirles que saquen sus vidas del baúl y que regresen al infierno para responder a las preguntas de nuestros reporteros. Pero en estos sobrevivientes había una voluntad de transmitirlo a las futuras generaciones, a quienes el genocidio de los judíos por la Alemania nazi puede parecerles vago, casi sin ningún asidero en su presente. Hay un sentido del deber entre estos sobrevivientes. Recuerdos emocionales que varían.
Algunos de ellos son enciclopedias vivientes del Holocausto: les haces una primera pregunta y la respuesta dura 30 minutos. Pero, ¿ puedes interrumpir a un sobreviviente de Auschwitz? Y si es así, ¿cómo? ¿Cuánto tacto debe usar? ¿Sigue siendo necesario el tacto al levantar la voz, porque el entrevistado, a los 90 años, ya no puede oír como lo hacía en su juventud?
Eso es lo que le pasó con Shmouel Blumenfeld, de 94 años. "Pero, no quieres saber", dijo el ex guardia de la prisión israelí cuando tuvimos que interrumpir una de sus respuestas. Schmouel repasaba la cronología del Holocausto día por día.
Sin embargo, no estábamos en su casa para repetir la historia del genocidio judío por horas, sino para averiguar cómo él, Schmouel, había sobrevivido. Cómo él, Schmouel, vivió su vida después de la guerra; cómo crió a sus hijos después de Auschwitz; y qué quería él, Schmouel, transmitir a las generaciones futuras. Por lo tanto, era necesario tratar de frenar ese raudal de recuerdos para acceder al hombre de carne y hueso, a sus sentimientos, a lo que quedó en él de todo esto.
No digo que lo hayamos logrado, pero ese era el desafío. El objetivo. En un momento dado, Shmouel Blumenfeld revivió ante nosotros su encuentro con Adolf Eichmann, el organizador de la Solución Final.
Este nazi fue juzgado 16 años después de la guerra en Jerusalén. Y Schmouel había sido uno de los guardias de la prisión del líder nazi.
La escena de su intercambio, reproducida por Shmouel en alemán, fue francamente inquietante, como si la reviviera, como si sacara del fondo de su ser un trozo escondido del pasado para traerlo al presente.
Varios sobrevivientes estuvieron a punto de llorar, sin haber cruzado nunca ese límite. Era necesario mostrar la imagen de fuerza, de victoria, de un pueblo casi blindado contra todo, que avanza en la historia a pesar de la adversidad, que jamás flaquea.
Y también están aquellos que nunca en sus vidas habían buscado las cámaras, y a quienes las cámaras quizás tampoco los habían buscado. Entre ellos está Szmul Icek.
Este hombre no puede hablar desde que tuvo un accidente hace muchos años o lo hace con dificultad. En el mejor de los casos, puede soltar unas pocas palabras. Pero nuestros ojos se humedecieron cuando Szmul se las arregló para sacar un "no se puede hacer" agarrándose el cuello con las manos e imitando la muerte a su alrededor en Auschwitz.
Nos hubiera gustado abrazar a Szmul. Sentimos la emoción de un hombre que vivió su vida con el recuerdo de sus dos padres y dos hermanas asesinados por los nazis. Frente a Szmul tuvimos, aunque fuera por un momento, la sensación de que vivíamos con él ese dolor.
También estaba Malka Zaken que nos recibió rodeada de muñecas, y abrazando a una de ellas dijo: "No te preocupes (...) no son alemanes", le señaló mirándonos. Su trauma gritaba, estaba ahí frente a nosotros. También Helena Hirsch contó como tuvo que sobrevivir de niña con miedo en el estómago, en un campo de concentración, y como se las arregló para esconderse y evitar la cámara de gas. Es como si esa niña horrorizada por el pasado hubiera vuelto para reaparecer ante nosotros.
Semanas de largas charlas han dejado una extraña marca de ansiedad en nosotros. ¿Qué hay que evitar de todo esto? Cada historia, cada narración, siendo tan fuerte, tan desgarradora, tan perturbante, ¿cómo podemos reunirlas en un solo texto sin traicionar a nadie? ¿Cómo podemos construir puentes entre las historias de los demás? ¿Cómo le haces?
En el periodismo, me parece que la narración de historias tiene que estar en sintonía con las personas. Tiene que traducir la realidad, copiarla, casarse con ella. No es un chiste escribir sobre sobrevivientes del Holocausto que tienen 90 años. El punto culminante no está necesariamente en el primer párrafo. Está en el respeto y la dignidad de las víctimas. Estos sobrevivientes formaron un coro, recordando los horrores del Holocausto, encarnando cada uno de los puntos culminantes: la separación de los padres, el hambre, el terror, la fila de la muerte, la búsqueda de la justicia, la preocupación por transmitirlo al resto del mundo.
Los silencios que hablan, las lágrimas contenidas y el llanto vivo de estos sobrevivientes del "mundo de cenizas", utilizando la expresión del escritor israelí que también pasó por Auschwitz, Yehiel Dinur, han dejado su huella en nosotros. Ahikam, Menahem y Michael son israelíes. Esta historia tiene una resonancia muy especial en ellos. Sobre todo porque varios miembros de las familias de Menahem y Michaël fueron asesinados en Europa por los nazis.
"No conocí a mi abuelo que sobrevivió a Auschwitz y murió antes de que yo naciera. Ir al encuentro de los últimos sobrevivientes del peor campo de exterminio nazi también fue una oportunidad para mí para escuchar la vida diaria de mi abuelo - cuyo nombre es el mismo que el mío - de la boca de aquellos que él pudo haber conocido", dice Michael.
En las entrevistas sentimos este eco de la memoria. Pero también después, mientras escribía, mientras editaba un texto que tenía como objetivo la sobriedad. Una sobriedad que perturba, que produce un efecto en el curso de los testimonios de estos "viejos", estos últimos sobrevivientes, que eran tan solo unos niños o adolescentes cuando se encontraron con el mal absoluto.
Por inútil que parezca, en el "mundo de la web" de hoy en día, las decenas de miles de veces que nuestro reporte fue "compartido" es una fuente de alegría. Y nos da una mayor convicción de la relevancia que tiene el formato largo, de que hay una búsqueda del lector para ir más allá del momento y de la conciencia de que el Holocausto persiste.
Así que un día tendremos que celebrarlo, con toda sobriedad, bebiendo un segundo vaso de Limoncello en casa de Danny Chanoch.
Historia escrita por Guillaume Lavallée, con Michaël Blum, Ahikam Sei y Menahem Kahana en Jerusalén. Edición: Michaëla Cancela-Kieffer en París.