Holi, una relación amor odio

Nueva Delhi - ¿Qué podría no gustarte de una fiesta en la que se lanza agua y polvo de colores a unos completos desconocidos? Es como volver a la infancia, ¿no? Pues… no exactamente. O no cuando eres un periodista que cubre el festival hindú Holi, en India.

Lo cierto es que llevo dos años trabajando para la Agencia France-Presse en Nueva Delhi, y todavía no tengo claro si me gusta, o si lo odio.

Cuando ves por primera vez los videos y las fotos, Holi parece una misión divertida. Se trata de la alegre celebración, a mediados de marzo, de la llegada de la primavera y de la victoria del bien sobre el mal, un festival de colores que se celebra fundamentalmente en el norte del país.

Las festividades duran toda una semana y la diversidad de los eventos me fascina. Además de ver el conocido lanzamiento de polvo pigmentado, Holi me ha permitido viajar a localidades rurales remotas donde he podido ver cómo unas mujeres golpean a hombres con palos y se arrancan las camisas  -todo un espectáculo en una sociedad tan conservadora y patriarcal-, o cómo un hombre sagrado cruza una hoguera de seis metros de alto y sale sin un rasguño mientras yo me quemo las manos grabando la hazaña desde una azotea a metros de distancia.

Un joven participa en el Festival Holi jugando con polvos de colores en Chennai, India, el 13 de marzo de 2017. (AFP / Arun Sankar)

En un país ya tan colorido como es India, la celebración de lo que también es conocido como el ‘Festival del Color’ solo puede ser un festín para la cámara, que puede conseguir una imágen fantástica, y para la producción de vídeo. El ambiente fiestero del evento conjura, además, imágenes de multitudes felices caminando por las calles, igual que el Songkran de Tailandia o el día de los Muertos en México. Imaginen música, bailes enloquecidos y un caos controlado: no puede ser sino una experiencia divertida.

(AFP / Dibyangshu Sarkar)

Sin embargo, cuando comenté esto a mis compañeros indios en mi primer año, me di cuenta de que muy pocos compartían mi entusiasmo y muchos incluso mostraron un verdadero odio por el evento. Ahora, con tres festivales de Holi a mis espaldas, empiezo a entender por qué.

La vidaesta y autora Agnes Bun y el fotógrafo de la AFP Dominique Faget, en el Festival Holi, en India, en marzo de 2017. (Photo courtesy of Agnes Bun)

El primer desafío es limitar los daños. ¿Cómo se asegura uno la cobertura de una polvareda con una costosa cámara sin tener que enviarla inmediatamente después a reparación? Este asunto me hizo darme cuenta de que el plástico y la cinta pueden ser los mejores aliados de un videasta. En los últimos dos años he desarrollado diversas técnicas: momificar mi cámara con incontables capas de film transparente haciendo agujeros para los botones y los objetivos, gastar rollos enteros de cinta para protegerla, envolverla en una funda resistente al agua, o una combinación de todas las técnicas… pero al final siempre hay un poco de polvo que se las apaña para acercarse peligrosamente al costoso sensor.

La siguiente prueba es ¿cómo se filma un evento cuando uno está inmerso en un polvo cegador y una música ensordecedora? Cuando comienza la acción, los fiesteros no se dan cuenta de los periodistas y algunas veces incluso somos su objetivo. Olvídate de las secuencias lindas y de los ángulos cuidadosamente planificados: cada vez que intento disparar, llega alguien y me lanza polvo, flores o todo un balde de agua coloreada directamente a la cara. Paso más tiempo tosiendo, estornudando, limpiando y secando mi lente que grabando.

También me he vuelto muy versada en el arte de sacar del encuadre a otros reporteros. Algunas celebraciones tienen lugar en los estrechos patios de un templo, ¡donde puede haber tantos periodistas como participantes! La mayor parte del tiempo solo puedo dejar que mi cámara grabe, ajustando a ciegas los parámetros y esquivando ataques traicioneros y a otros colegas, mientras confío en que de alguna forma, como sea, esté capturando imágenes decentes.

 

Por desgracia, ser mujer añade un poco de emoción no deseada al encargo. Durante el Holi, mucha gente bebe grandes cantidades de bhang lassi, una bebida infusionada con cannabis… y puedo aguantar las manos de niños que insisten en empolvarme la cara con un poco de (demasiado) entusiasmo, pero lidiar con el manoseo de una multitud de hombres adultos, algunos de hasta 70 años, hasta arriba de drogas o sobrios pero en busca de problemas, es otra historia. A menudo acabo dando puñetazos a los infractores para mantenerlos a raya.

(AFP / -)

El hecho de ser extranjera también juega un papel, si bien las mujeres indias son igualmente objeto de estos excesos. Tristemente, esto resta mucha diversión al Holi, y para mi es lo que más lo arruina.

No obstante, puñetazos aparte, todavía disfruto cubriendo el festival. Quizás el evento más entrañable de todos es la celebración de las viudas: la sociedad india a menudo rechaza a las viudas, que solo pueden llevar ropa blanca, y muchas veces se les prohíbe acudir a celebraciones. Holi es el único momento del año en el que se levanta la prohibición.

(AFP / Chandan Khanna)

A pesar de tener fotógrafos y videastas –incluida yo- amontonándose alrededor de ellas y a veces poniendo sus cámaras justo frente a sus caras en busca del mejor plano, la euforia genuina y la alegría que uno puede ver ese día en sus rostros surcados de arrugas es una imagen radiante para observar y documentar.

Con estos intensos recuerdos en mente suelo regresar a casa con sentimientos encontrados, dejando un caminito rosa detrás de mí, y con la perspectiva de varias horas de intenso cepillado y limpieza por delante, mis ojos enrojecidos por un polvo de dudosa procedencia y mi mano todavía dolorosa por mis puñetazos de principiante.

La única cosa de la que estoy segura es que Holi y yo tenemos una relación decididamente complicada.

(AFP / Chandan Khanna)