Un silencio que grita
KABUL -- Sus ojos llorosos son los más tristes que he visto jamás. Esos ojos – los de un adolescente secuestrado por un comandante policial como esclavo sexual en un rincón olvidado del sur de Afganistán- pedían ayuda a gritos. En silencio.
Me encontré en ese lugar abandonado debido a una imagen.
Hace unos meses, me costaba mantenerme despierto en la madrugada luego de reportar un ataque nocturno del talibán en el barrio diplomático de Kabul. Encorvado en mi silla, aturdido, estudiaba detenidamente las fotografías de mi talentoso colega Wakil Kohsar.
Una de ellas me impactó. Un soldado afgano parecía patear el cuerpo mutilado de uno de los atacantes suicidas, con su bota en el aire, congelada en el tiempo. Ese retrato surrealista capturaba la reacción de ira luego de un espasmo de espantosa violencia. Pero había algo más en esa fotografía que no pude olvidar: lo joven que era el atacante.
Esa imagen inspiró esta historia, en la que un atacante suicida adolescente, que alguna vez quiso ser boxeador, fue capturado en una provincia del sur de Kandahar. Su relato ofrece una inquietante visión sobre cómo el conflicto en Afganistán se ha vuelto una guerra oculta de niños. En la confusión que provoca el conflicto, crímenes horribles son perpetrados contra niños, por ambos bandos.
Y luego, descubrí algo incluso peor: la práctica generalizada de la policía de someter a los niños como esclavos sexuales en Uruzgan, una provincia del sur, y cómo los talibanes los usan como ‘caballos de Troya’ para matar a sus agresores.
La costumbre de esclavizar sexualmente a los niños, que es conocida como ‘bacha bazi’, es una práctica que data de hace siglos en Afganistán, donde los oficiales estadounidenses lo consideran una forma cultural de violación masculina. Los niños, que en general tienen entre 10 y 18 años, son feminizados. A veces los maquillan y usan campanas en sus pies. Usualmente son secuestrados o vendidos por sus pobres y desesperadas familias a la poderosa elite, señores de la guerra, políticos y comandos policiales, que los usan como sirvientes, como un símbolo de autoridad o para recibir placeres sexuales.
Cuando una fuente de Uruzgan me contó esta historia por primera vez no podía creerlo. ¿Podrían los talibanes infiltrar policías afganos financiados por Occidente con ansias de explotar niños sexualmente? Esa táctica de guerra me evocó la Edad Media. Pero cuando empecé a investigar sobre ello, múltiples fuentes corroboraron la historia.
Al informar sobre un tema tan sensible, había muchos riesgos de seguridad ya que la ‘bacha bazi’ suele practicarse con gran impunidad por parte de policías corruptos y poderosos.
Cuidando que nadie percibiera mi investigación, pasé dos meses en Uruzgan investigando otras historias, mientras en secreto realizaba entrevistas y recopilaba datos.
Al leer mi libreta de notas, quedé sorprendido por el gran alcance de los casos de abuso en niños. Prácticamente en todos los 370 puntos de control de Uruzgan hay niños esclavos. En algunos de estos puestos hasta cuatro. Algunos comandos se rehúsan a ir a otro puesto si no hay un ‘bacha’. Otros amenazan con irse si sus ‘bachas’ son trasladados. En ocasiones, los ‘bachas’ fueron motivo de celos y tiroteos entre los comandantes. Un juez provincial me dijo que los talibanes “no son ciegos” y que notan “que esta adicción es peor que el opio”.
Escribir esta historia fue desgarrador y nunca olvidaré una escena en particular: los tristes y llorosos ojos de un niño esclavo que me encontré en Dehjawze, una remota aldea de Uruzgan, en un inframundo surrealista.
En un punto de control en medio de una plantación de amapolas, donde había pájaros enjaulados y un perro rabioso atado en la entrada, el niño, con los ojos delineados y el pelo enrulado teñido de rubio, estaba sentado en una esquina, sirviendo tranquilamente vasos de té para un invitado del comandante de la policía local que presumió abiertamente de su “bello bacha”.
El comandante, un hombre robusto de mediana edad, no hizo ningún esfuerzo por ocultar que poseía al adolescente desde hacía dos años, hablando en un tono casual, banal, sin remordimientos, que me provocó náuseas.
Estaba impaciente por hablar con el niño, pero el comandante lo vigilaba como si fuera un halcón. Me contuve para no causarle problemas. He visto muchos ojos tristes en mi carrera como periodista, pero ningunos como esos. No hablaba, pero su silencio pedía ayuda a gritos.
Hay muchos otros como él, víctimas mudas de la práctica ‘bacha bazi’. Muchos de sus captores son tan posesivos, que no toleran que otros hombres les hablen por temor a que se los roben.
“Padres pobres han venido a rogarnos: ‘¡Hagan algo! Policías (pedófilos) están secuestrando a nuestros niños. ¡Deténganlos!’”, me contó un oficial.
Ese oficial tenía tanto miedo de hablar que susurraba en su propia oficina: “¿Piensas que los comandos policiales nos dejarían con vida si probamos sus delitos?”.
Un detalle desgarrador que descubrí fue que muchos padres del lugar tienen miedo de vestir bien a sus niños, por temor a que puedan ser raptados por pedófilos. Su miedo es un reflejo de lo arraigado que está el abuso y cómo los perpetradores generalmente lo hacen con impunidad.
Las víctimas son generalmente “bacha bereesh”, es decir, niños imberbes. Los jóvenes del lugar suelen hacer un chiste perverso sobre ello: dicen que si sales de casa sin barba, lo haces a tu propio riesgo.
Paradójicamente, ‘bacha bazi’ no es visto como un comportamiento homosexual. La homosexualidad se considera una desviación sexual prohibida por el islam, pero no la pedofilia.
La práctica está tan aceptada culturalmente que durante mi trabajo, un hombre oriundo del lugar me ofreció un poco en broma: “¿Quieres un niño para la noche?” Sentí como si me dieran una patada en el estómago.
Uno puede entender cómo los talibanes, que prohibieron el ‘bazi bacha’ durante su gobierno entre 1996 y 2001, han logrado utilizar a estos niños para realizar sus ataques internos. Un niño que ha sido torturado como esclavo sexual está listo para vengarse de su torturador. En muchos casos, matar a sus abusadores es la única manera de escapar de la servidumbre.
Así que los niños resultan doblemente victimizados. En primer lugar como esclavos sexuales por sus captores y luego como asesinos por los talibanes.
Mi reporte exclusivo provocó que el presidente Ashraf Ghani lanzara una “investigación a fondo” y prometió hacer lo que sea para castigar a los que abusan de los niños en las fuerzas de seguridad.
También provocó la condena internacional, y algunos observadores plantearon que la ayuda extranjera debía condicionarse a la acción del gobierno contra el institucionalizado abuso infantil, especialmente si éste influye perjudicialmente en la seguridad.
Pero sorprendentemente falta algo en todo este debate y es una pregunta que debería ser el centro de la discusión: ¿qué se está haciendo, si es que se hace algo, para recuperar a los niños cautivos en los puntos de control?
Muchos también han exigido reformas rápidas de la policía y criticaron ferozmente a la OTAN por aparentemente darle poder a los depredadores sexuales en las fuerzas afganas, mostrando esta práctica como un "mal menor" en la lucha contra los talibanes.
Desde mi investigación, elevé esta interrogante a muchos oficiales y sólo obtuve respuestas evasivas. El gobierno afgano prometió justicia, diciendo que tiene tolerancia cero por el ‘bacha bazi’.
Solo en Uruzgan, cientos de niños son esclavos sexuales. La verdadera justicia sería dejarlos libres y detener ese silencio que grita en sus ojos.