Un voto, una sonrisa
RANGÚN, 30 de noviembre de 2015 – Decenas, cientos de sonrisas en los rostros de los electores a su salida de los centros electorales: una imagen impensable hasta hace poco tiempo en Birmania que simboliza para mí las elecciones del 8 de noviembre.
Estas son las primeras elecciones nacionales totalmente libres que cubro en mi país. Yo era demasiado joven cuando fueron las últimas, en 1990, que ganó la Liga Nacional para la Democracia (LND) de la opositora Aung San Suu Kyi y cuyos resultados desconoció la junta militar.
Lo primero que me sorprendió fueron las enormes colas de gente en las calles esperando la apertura de los centros electorales a las cinco de la mañana. Hombres y mujeres de todas las edades, en familia, entre amigos, parecían muy dispuestos y hasta ansiosos, como si tuvieran cierto temor a que les impidieran votar en el último minuto.
Una vez que depositaban su voto en la urna, la gente comenzaba a hablar. La mayoría decía que había optado por “Amay Suu” (“ madre Suu”) como muchos birmanos llaman cariñosamente a Aung San Suu Kyi.Aunque algunos seguían reacios a la idea de hablar con los medios, me impresionó ver a tanta gente confiarse. Es otro tiempo para mí.
En 2010, elecciones opacas
Hace apenas tres años, durante las elecciones legislativas parciales de 2012, que permitieron a Aung San Suu Kyi entrar en el Parlamento, nadie se atrevía a manifestar abiertamente sus preferencias políticas. Y en las últimas elecciones nacionales de la época de la junta militar en 2010, boicoteadas por la LND, todo ocurrió de forma más opaca aún: los periodistas no tenían derecho a ir de centro de votación en centro de votación para cubrir el escrutinio y hablar con los votantes. Los militares en el poder habían organizado para nosotros rondas supervisadas por las autoridades. Yo trabajé rodeada de funcionarios.
En pocos años, muchas de esas cosas cambiaron. La presencia de tantos periodistas extranjeros siguiendo a Aung San Suu Kyi el día de la votación fue, ya de entrada, impactante para mí.
Inmenso respeto
El 8 de noviembre, numerosos medios venidos de todo el mundo se agolparon alrededor de la “Dama” en una pequeña escuela del centro de Rangún, donde se aprestaba a votar. Todas las cámaras apuntaban a ella, que encarna todavía hoy las esperanzas democráticas de un país que ha vivido bajo el yugo de los militares durante años.
Ella inspira un inmenso respeto en el país pero también internacionalmente por su resistencia no violenta a la opresión y por el sacrificio personal que ha hecho al encarnar el destino de su pueblo.
Cada vez que la veo en libertad viene a mi mente el momento de su liberación.
En septiembre de 2010, la junta se preparaba para las elecciones consideradas como una farsa por la comunidad internacional, que veía una manipulación de los militares transformarse artificialmente en un gobierno civil sin ceder un ápice de poder. Me di cuenta de que la prisión domiciliaria de la opositora llegaría a su fin poco después de las elecciones.
Decidí contactar algunas de mis fuentes. Dos de ellas me afirman que será liberada. Y pude anunciar desde finales de septiembre su inminente liberación.
Aung San Suu Kyi queda libre
El 13 de noviembre de 2010, a la hora indicada por mi fuente, las 17:30, me encontraba en los alrededores de la casa en la que Suu Kyi pasó un total de 15 de los últimos 20 años bajo arresto domiciliario. Tuve cuidado de no acércame demasiado. Temía que pudieran darse vuelta los militares, que podrían cambiar de opinión en el último minuto y detener a todas las personas que estuvieran cerca de la residencia.
Una vez en el lugar, yo tenía dos celulares, uno en cada mano. En el otro lado de uno de los teléfonos, mi fuente que me relataba uno a uno los pasos que se estaban dando dentro de la casa, y en el otro, mi jefe en Bangkok, Didier Lauras, que enviaría la “alerta” a los clientes de AFP. Pasamos cerca de dos horas al teléfono sin interrupción. A las 17H30, Aung San Suu Kyi quedó libre.
De repente, las vallas de seguridad fueron retiradas y eufórica de alegría, la multitud de sus partidarios avanzó para acercarse a la casa. Atrapado en la marea, yo también me metí a cubrir. Necesitaba un lugar entre las primeras filas para ver y entender.
"Mantengan la calma, pasen el mensaje a sus vecinos"
Cuando apareció, caía la tarde. Saqué mi teléfono para hacer un video corto. Las imágenes son oscuras y temblorosas, pues yo estaba subido como podía a un promontorio improvisado. Pero me las arreglé para captar las primeras imágenes suyas detrás de la reja.
Sonriendo, riendo, saludando a la multitud, la disidente se elevó por encima de las rejas que rodeaban su casa. Cientos de manos atravesaron las rejas y se estiraban hacia ella. Ella agarró un ramo de flores que le obsequiaron.
“Los que están más adelante tienen que transmitir este mensaje a los que están detrás. Mantengan la calma, pasen el mensaje a sus vecinos”, dijo a la multitud.
“Estoy muy contenta por esta acogida y todo este apoyo", continuó. “Quiero decirles que pronto habrá un momento para hablar, y cuando llegue ese momento les hablaré”.
Cinco años exactos pasaron entre ese momento y el del anuncio de su victoria aplastante en las elecciones parlamentarias. Un largo camino, de grandes transformaciones para ella también, que aprendió los entresijos de la política y promovió la reconciliación nacional.
Descartada la presidencia
La Liga Nacional para la Democracia ganó 80% de los escaños sometidos a elección popular. A pesar de su victoria, a Aung San Suu Kyi le queda todavía un largo camino por recorrer. Están en marcha discretas negociaciones con el régimen saliente. El nuevo parlamento, que asumirá sus funciones a principios de 2016, debe de entrada elegir al presidente del país en febrero o marzo. Un cargo al cual Aung San Suu Kyi no puede aspirar por una Constitución heredada de la junta, que prohíbe la función suprema a cualquier persona que tenga hijos extranjeros (sus dos hijos tienen la nacionalidad británica).
También deberá maniobrar hábilmente para hacer retroceder el dominio persistente del ejército. Siempre de acuerdo con la Constitución, los miembros militares no electos ocupan aún 25% de los escaños en el parlamento, lo que les da de hecho un derecho de veto sobre cualquier enmienda constitucional. El jefe del Ejército es quien nombra a los ministros de Defensa e Interior del nuevo gobierno, que por ende deberá contar con el apoyo de los militares para hacer frente a uno de los principales problemas del país: los conflictos étnicos armados que tienen lugar hace décadas en varias regiones del país.
Pero Aung San Suu Kyi es una mujer tenaz, con una determinación inquebrantable después de más de treinta años de disidencia y luego en la oposición, entre ellos más de quince años bajo arresto domiciliario. Ella prometió que tenía un “plan” para gobernar el país a pesar de estas barreras. Todo el país ha vuelto ahora los ojos hacia ella. Encarna una esperanza inconmensurable.
“Esperamos lo mejor, pero estamos preparados para lo peor”, repiten los birmanos una y otra vez. Los próximos meses serán todavía emocionantes de cubrir.
Hla Hla Htay es corresponsal de AFP en Rangún. Este texto fue escrito con Marion Thibaut en Bangkok.