Víctimas esperan ser rescatadas en el techo de una casa en Nueva Orleans al día siguiente del paso del huracán Katrina, el 30 de agosto de 2005 (AFP / pool / Vincent Laforet)

Recuerdos del caos diez años después de Katrina

Corresponsal de AFP para la región central de Estados Unidos

CHICAGO, 28 de agosto de 2015 - Mi hotel de Nueva Orleans se sacude como un tren de carga a toda velocidad. Las ráfagas de viento mortales del huracán Katrina rompen los techos, arrancan los árboles de raíz y empujan imponentes muros de agua salada kilómetros adentro de la costa. Hace diez años de esto, y algunas imágenes del “Big Easy” sembrando el caos y la desolación aún me atormentan.

Como la de aquel anciano que yace desplomado en una silla fuera del Centro de Convenciones de Nueva Orleans. Está muerto, su cuerpo está cubierto con una manta amarilla. Alrededor, un mar de gente hambrienta y sedienta, derrotada y desesperada, tras días de espera de una ayuda que nunca llega.

Los cuerpos de dos víctimas del huracán delante del Superdome de Nueva orleans, el 2 de septiembre de 2005 (AFP / Robert Sullivan)

O como la de esa madre que, descalza y exhausta, cruza cojeando un puente de metal con su bebé de cinco días de vida apretado contra su regazo. Me cuenta su rocambolesco escape por una tabla de madera hacia la ventana de una casa vecina mientras la inundación engulle la suya.

O como la de esa patrulla de soldados fuertemente armados que aparecen ante las luces de los faros de nuestro automóvil cuando conducimos por las negras calles del Barrio Francés. Tienen la orden de disparar a matar.

Soldados patrullan las calles del Barrio Francés de Nueva Orleans el 4 de septiembre de 2005 (AFP / Nicholas Kamm)

El huracán Katrina, uno de los más violentos en la historia de Estados Unidos, abatió la costa sur del país el 29 de agosto de 2005 y dejó más de 1.800 muertos, la mayoría en Nueva Orleans. Cerca del 80 por ciento de la ciudad quedó sumergida. Los diques mal mantenidos cedieron a la presión y el nivel del mar subió hasta seis metros. La inundación ocurrió tan abruptamente que muchos murieron ahogados dentro de sus casas.

Pantano sofocante

En las horas y lo días que siguieron, Nueva Orleans se convirtió en un pantano sofocante. Decenas de miles de personas quedaron atrapadas en los techos, calcinándose bajo el sol inclemente al borde de las autopistas o abandonados a su suerte en los muy mal equipados refugios de emergencia.

El miedo y la desesperanza se agravaron por los saqueos y los rumores -la mayoría falsos- sobre disturbios, que obstaculizaron las operaciones de rescate y ayuda. Hubo que esperar cinco días para ver llegar los primeros camiones de suministro con comida y agua potable. Para los que esperaban, esos cinco días parecieron cinco años.

Un hombre espera a los rescatistas en el techo de su casa en Nueva Orleans, el 2 de septiembre de 2005 (AFP / pool / Robert Galbraith)

El lunes 29 de agosto por la mañana, poco después de que hubiera pasado el ojo de huracán, el fotógrafo independiente James Nielsen y yo nos aventuramos fuera del hotel. Bajo la fuerte lluvia y un viento furioso, nos movemos agarrándonos a las paredes de los edificios, en busca de daños causados por el huracán.

Construidos sobre las alturas, las zonas más antiguas de Nueva Orleans –el Barrio Francés, el Garden District y el centro financiero- quedaron relativamente a salvo de la ira de Katrina. Nos llevó varias horas entender la magnitud de la catástrofe.

Nos detuvimos detrás de una ambulancia estacionada en una rampa de acceso a la autopista y ahí mi corazón dio un salto: todos esos triángulos que sobresalían en el agua eran los techos de las casas.

Imagen de satélite del huracán Katrina el 29 de agosto de 2005 (AFP / NOAA)

Ante nuestro ojos, un bote salvavidas rescata a un hombre que rema sobre una balsa improvisada con palets de madera. La embarcación luego se dirige hacia una casa prácticamente sumergida. Un anciano es sacado a tirones a través de la ventana y subido a bordo. No doy crédito a lo que ven mis ojos.

Cuando el bote está lleno, se acerca a los bomberos que esperan en la rampa de acceso de la autopista con una escalera. El anciano sacado por la ventana está empapado y tiritando de frío a pesar del calor. Otro rescatado me dijo que el agua subió a tal velocidad que apenas tuvo tiempo para agarrar un martillo y un destornillador y correr al altillo. Los utilizó para abrir un boquete en su techo y esperar allí. Sin ellos, probablemente no habría sobrevivido.

Al día siguiente, descubrimos que, en vez de comenzar a replegarse como era de esperarse, el agua había subido aún más por el desbordamiento de un canal.

Un barrio de Nueva Orleans inundado por el Katrina, el 30 de agosto de 2005 (AFP / James Nielsen)

James Nielsen y yo seguimos a un convoy militar hasta un puente que conducía al inundado barrio de Lower Ninth Ward. James se las arregla para subirse con su cámara a un bote, mientras yo me quedo hablando con los supervivientes que han sido traídos a tierra firme. 

Ahí es cuando me encuentro con la joven con su recién nacido hambriento. También hablo con una mujer que vio cómo su esposo era arrastrado por la crecida cuando trataban de llegar a la vivienda. Sollozando, me pregunta a si sé dónde podría encontrar su cuerpo. Nunca supe si alguna vez lo encontró.

Barbacoa en tinieblas

Vemos algunos saqueos en el barrio francés, pero en general la gente todavía mantiene su ánimo ese día. Encuentro un restaurante que sirve cerveza tibia y Gumbo caliente: no hay electricidad, pero la estufa de gas todavía funciona y el cocinero quería hacer todas las reservas de alimentos antes de que se echaran a perder. Muchos residentes deciden hacer lo mismo y encienden la barbacoa esa noche.

Un vendedor de alfombras frente a su tienda llena de graffitis escritos para intimidar a saqueadores, el 4 de septiembre de 2005 (AFP / Nicholas Kamm)

El miércoles, dos días después del huracán, la situación se deteriora. Los salvados por un milagro, en un principio agradecidos por haber sido rescatados de sus hogares inundados, se encuentran hacinados en el centro de convenciones, sin comida, sin agua, sin atención médica y con baños en pésimas condiciones. En la inundada Canal Street, un incendio arrasó con una tienda de zapatos durante un saqueo. Los hoteles comienzan a pedir a sus clientes que se vayan.

La ola de rumores dice que hay disturbios, caos y violencia. Asustadas, muriendo de sed, las víctimas comienzan a huir, errando por las carreteras de asfalto bajo un sol abrasador. En estado de shock, una enfermera me dice que los helicópteros que evacúan a los niños no podían despegar porque escucharon disparos en los alrededores.

Un soldado del Ejército de Estados Unidos y un asistente del sheriff de Nueva Orleans evacúan gente en un helicóptero cerca del Superdome, el 2 de septiembre de 2005 (AFP / Nicholas Kamm)

El jueves fue una pesadilla. Pasé la mañana hablando con los refugiados que se las arreglan por su cuenta en la carretera. Me preguntan cómo el gobierno de Estados Unidos puede enviar ayuda humanitaria a todo el mundo, pero no es capaz de rescatar a sus propios ciudadanos. En el agua fangosa allá abajo veo cuerpos flotando.

Infierno en el Superdome

Decido meterme en las zonas inundadas para ir al Superdome, un estadio convertido en un refugio de emergencia, donde se amontonan 26.000 personas en condiciones deplorables. El olor de la orina y las heces es insoportable. La situación es tan desesperada que la gente pasa a los bebés de brazos en brazos por encima de la multitud, que esperaba contra las barricadas para salir. Solo de recordar esa escena, se me hace un nudo en la garganta. Todavía no puedo creer que algo así haya sucedido en Estados Unidos.

Víctimas del Katrina pasan a un bebé de mano en mano por encima de la multitud mientras esperan ser evacuados del Superdome en Nueva Orleans, el 1 de septiembre de 2005 (AFP / James Nielsen)

El viernes, un ayudante del sheriff con aspecto duro estalla en lágrimas frente a mí al describirme la atroz muerte de sus reclusos, ahogados o quedaron atrapados en los alambres de púas al tratar de salir de la prisión anegada. No puede entender por qué luego de haber evacuado a los internos sobrevivientes, los alguaciles adjuntos y sus familias fueron abandonados en una autopista toda la noche. Mientras hablamos, un helicóptero aterriza cerca de nosotros. La ayuda finalmente llega...

El viernes, Nueva Orleans parece un campamento fortificado. Miles de soldados han ocupado la ciudad, y con ellos, los camiones de agua y alimentos, así como los autobuses para evacuar a la gente. Durante los días que siguen, el ejército trata de restablecer el orden y evacuar a los todos los habitantes, con excepción de los más tercos.

Miles de víctimas en el Superdome, el 2 de septiembre de 2005 (AFP)

El sábado, de golpe me veo tirada en el suelo inmundo de los alrededores del Superdome: un francotirador ha abierto fuego. Un coronel que supervisa la operación de evacuación sacude la cabeza a ambos lados: "A medida que esto se deteriore más, esos tipos van a ser cada vez más".

Una prisión improvisada

Ese mismo día más tarde me encuentro con una cárcel improvisada en una estación de autobuses. Acaba de recibir a su primer inquilino post-Katrina. El director de servicios penitenciarios de Luisiana supervisa personalmente el levantamiento de este centro de detención por prisioneros venidos de otros rincones del Estado en autobuses. Hasta ahora, me explica, la policía no se ha molestado en detener a ningún delincuente porque "no hay lugar dónde encerrarlos".

Miembros de la Guardia Nacional socorren a una mujer en estado de shock en el Superdome tras una serie de disparos, el 1 de septiembre de 2005 (AFP / Robert Sullivan)

El domingo, me detengo un rato en la tumba de una víctima, hecha de pedazos de escombros y una hoja blanca con las palabras: " Aquí yace Vera. Que Dios nos ayude".

En el transcurso de la semana siguiente, cubrí los esfuerzos desesperados por rescatar a los últimos supervivientes y la siniestra búsqueda de cadáveres. Acompañé a equipos dedicados a buscar mascotas. Hablo con gente que se rehúsa obstinadamente a abandonar sus casas. Incluso me topo con el actor Sean Penn, que usa una taza de plástico para sacar el agua del barco en el que participa en los rescates.

Un cementerio inundado en Nueva Orleans el 30 de agosto de 2005 (AFP / pool / Vicente Laforet)

“A los cocodrilos les encanta este tipo de cosas”

Por fin puedo darme una ducha, la primera en nueve días, en el puesto de comando de emergencia instalado en el aeropuerto. Un portavoz de la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA) me hace helar la sangre declarándome, en un tono fríamente pragmático, que muchos de los cuerpos jamás serán encontrados porque "a los caimanes les encanta este tipo de cosas".

He regresado a Nueva Orleans muchas veces para hacer seguimiento a la reconstrucción, y también para cubrir los estragos del derrame de petróleo de BP en el Golfo de México. Poco a poco, he aprendido incluso a querer al “Big Easy”.

Pero esos primeros días tras el paso del Katrina me transformaron.

Un conductor atrapado en el techo de su vehículo a la espera de ser rescatado en Nueva Orleans, el 4 de septiembre de 2005 (AFP / pool / Robert Galbraith)

Yo era una periodista novata cuando mis jefes me enviaron a cubrir este huracán. Perdí la confianza en todas las instituciones gubernamentales, y mi rabia no se pasa cuando pienso en todas las personas que murieron o que han sufrido a causa de la ineficacia de los poderes públicos para hacer frente a esta catástrofe.

Pero se reforzó mi fe en la humanidad gracias a todos los actos de valentía, de abnegación y de amabilidad de los que fui testigo. Como el de ese hombre que pasó días transportando en su barco a los vecinos para ponerlos a salvo de las zonas inundadas, y que no tuvo ni un minuto para dedicar a una periodista.

Nunca supe su nombre.

Mira Oberman es una periodista de AFP de la oficina de Chicago, responsable de la cobertura del centro de Estados Unidos. Síguela en Twitter

Un víctima y su gato en el Superdome, el 3 de septiembre de 2005 (AFP / Nicholas Kamm)
Mira Oberman