Un verano de fuego en Sarajevo
PARÍS, 12 de agosto de 2015 - “Junio de 1995. Nunca se debe leer el diario con los pies encima del escritorio. ¡Si lo sabré! Especialmente al acercarse el verano, cuando los voluntarios para salir de misión escasean.
Precisamente por olvidar ese detalle, unos segundos después estoy en la oficina de la jefatura de redacción de la AFP en París. Necesitan a alguien hasta septiembre para enviar a la oficina de Sarajevo, donde la situación se deteriora cada día más. Digo que sí, evidentemente. Pero la misión es un poco más complicada. Se trata de remplazar al enviado especial anterior, Christian Millet, que la víspera resultó herido por un proyectil de las fuerzas serbias que dejó al vehículo blindado de la AFP en una zanja apenas unos días después de su llegada a Bosnia.
Dos días más tarde, me encuentro cruzando Herzegovina en coche. Mostar, cuyo centro histórico y puente antiguo quedaron destruidos durante los enfrentamientos entre el ejército bosniaco y las fuerzas croatas de la región (se decía « bosniaco » en aquella época, la palabra “bosnio” apareció más tarde), no es más que un amasijo de ruinas y de calles devastadas. Luego de pasar por el monte Igman, llego a Sarajevo.
Conocía un poco los Balcanes pues cubrí el principio de la guerra en Eslovenia cuatro años atrás junto al reducido equipo de la oficina de Belgrado, hasta el acuerdo de Brioni en julio de 1991. Luego estuve en Croacia -Sisak, Osijek…- cuando el conflicto se trasladó allí. De ahí el interés de la jefatura de redacción de enviarme allá. Pero nunca he puesto un pie en Bosnia. Y lo que aún no sé es que voy a ser testigo del final.
Tres años bajo las bombas
Sarajevo está sitiada desde hace más de tres años y la situación parece estar totalmente bloqueada. Decenas de miles de personas –la mayoría musulmanes, pero también serbios- intentan sobrevivir bajo las bombas y el fuego de francotiradores apostados en las alturas. Con el buen tiempo, la vegetación renace entre las ruinas. Pero para los habitantes de Sarajevo, la banda sonora es la misma desde hace tres años: incesantes disparos de proyectiles seguidos de gruesas columnas de humo en los puntos de agua, en el mercado central y en el hospital para aterrorizar y hacer huir a la población.
La hermana de Zlatko Fabijani, un soldado croata de Bosnia mató en el frente en Sarajevo, durante el funeral de su hermano el 7 de agosto de 1995 (AFP / Fehim Demir)
El ejército bosniaco lanzó una ofensiva a principios de junio para tratar de disminuir la presión y las fuerzas serbias respondieron intensificando los bombardeos. Los cascos azules de la ONU están desplegados por la ciudad, pero el objetivo de la comunidad internacional es ante todo evitar que el conflicto se extienda a otros países de la región. Mientras los combates se concentren en torno a Sarajevo, el resultado es para ellos en general aceptable. Frente a la intensificación de los bombardeos, Francia y Gran Bretaña finalmente deciden enviar una Fuerza de Reacción Rápida en Bosnia –con morteros pesados, cañones de 155 mm, tanques… - para proteger a los soldados de la ONU. El principio del verano se consagra por tanto a seguir el avance de estos cañones, que no acaban nunca de llegar. Sin embargo, una vez que llegan, pueden lanzar su proyectil a una decena de kilómetros de distancia sobre las posiciones militares serbias en el otro lado de la ciudad, con una precisión de pocos metros. Una primera luz de esperanza para la población de Sarajevo.
"¿Quieres Schtock?"
La oficina de AFP está ubicada en el subsuelo de una antigua pizzería en el centro de la ciudad, con su bar, por desgracia vacío, y sus mesas atornilladas al suelo. Sacos de escombros tapan las entradas para proteger al equipo en caso de que proyectiles de morteros exploten en la calle. Los enviados especiales cambian, pero el personal local ha sufrido el sitio desde el inicio. El fotógrafo Fehim Demir fue expulsado de su barrio de Dobrinja, cercano del aeropuerto, desde los primeros días de la guerra. Estuvo meses apañándose como podía para sobrevivir hasta conseguir equipos para poder retomar el trabajo. La señora que nos cocina está preocupada por su hijo -musulmán bosniaco, pero viviendo en Belgrado-, pues teme que sea obligado a alistarse en el ejército yugoslavo y enviado al frente.
Víctimas de bombardeos en la morgue de Sarajevo, le 16 juin 1995 (AFP / Fehim Demir)
Recuerdo las protestas en la oficina cuando las autoridades bosniacas inflaban las cifras de bombardeos para dramatizar más la situación (los servicios de la ONU publican su propias cifras, pero varias horas después). Recuerdo el «Schtock», un aguardiente que los habitantes de Sarajevo introducen clandestinamente por el túnel secreto que pasa por debajo del aeropuerto, y que debes compartir con ellos para entablar una conversación: «Do you want Schtock?» No se rechaza una bebida a alguien para quien, tal vez, sea la última.
Me acuerdo de Ksenija Crvenkovic, una señora mayor con su francés perfecto, que tradujo al serbio-croata “El primer hombre”, la novela póstuma de Albert Camus publicada un año antes en París. Uno de los pocos libros, quizás el único, publicado aquel año en Sarajevo. Y traducir a Camus en 1995 en Bosnia es un verdadero acto de resistencia.
La masacre del mercado
Estoy escribiendo un trabajo sobre ella un día de calma. Pero la actualidad nos atrapa de nuevo al día siguiente.
El 28 de agosto, poco antes del mediodía, varios proyectiles caen sobre el mercado cubierto de Markale, en pleno centro, causando decenas de muertos -37 según el saldo final- y un centenar de heridos. Gente que había acudido a hacer sus escasas compras, gente paseando por el lugar equivocado... Cuando llego allí, los rescatistas están sacando cadáveres en medio de una atmósfera irrespirable y ese olor a pólvora y a quemado que dejan los bombardeos. Frente a cada cuerpo sin vida, un policía abre un pasaporte o una licencia de conducir que la víctima tenía consigo para identificarlo. Muchas mujeres, vendedoras informales, niños... Caras sonrientes en las fotos de sus documentos de identidad.
La mujer y los hijos de un hombre herido por un proyectil saliendo del hospital Kosevo de Sarajevo, el 21 de julio de 1995 (AFP / Joël Robine)
Es la rutina en Sarajevo, solo salvo por una cosa: Markale fue escenario de una primera masacre un año y medio antes -68 muertos, 144 heridos- y, después de la masacre de Srebrenica -8.000 hombres y adolescentes bosniacos ejecutados por las fuerzas serbias en el verano, aunque hasta este momento todavía no sabemos la magnitud del daño-, la segunda masacre de Markale quizás es demasiado.
En ese mismo momento, llega un oficial francés de la ONU, rodeado de cascos azules, para recoger testimonios. Advierte a los que acaban de sobrevivir a la matanza: "Presten mucha atención a lo que van a decir. Esto puede tener consecuencias importantes". Los serbios de Bosnia acusan frecuentemente a los bosniacos de bombardear a su propio pueblo para provocar una intervención de la OTAN, por lo que hay que identificar claramente el origen del fuego. Pero esta vez no tarda mucho. El escándalo de la guerra en Europa se ha vuelto intolerable.
Un cañon francés de 155 mm en el monte Igman, el 30de agosto de 1995 (AFP)
Dos días más tarde, la alianza atlántica lanza una fuerte campaña de bombardeos aéreos de posiciones militares y de depósitos de municiones de los serbios en los alrededores de Sarajevo. Los cañones 155 mm apoyan la operación. A partir de ahí, las fuerzas serbias no cesan de recular. Columnas blindadas abandonan la ciudad los días siguientes hacia Serbia. Me paso varias noches en la calle buscando los destellos de las explosiones para saber donde golpean los aviones.
En el momento en que salgo de Sarajevo, a principios de septiembre por la carretera del monte Igman, con un colega de la radio y el enviado especial del Nouvel Observateur, un pequeño avión civil aterriza en la pista del aeropuerto por primera vez desde hace mucho tiempo. En diciembre, los Acuerdos de Dayton ponen fin a los combates. Y dos meses después, Bosnia anuncia oficialmente el fin del asedio más largo de la era moderna.
La guerra tiene vida propia –esta es una de las reglas de la estrategia-, y se trasladará a Kosovo.
Veinte años después, dos cosas vienen a mi cabeza.
Hace algunos meses, fui invitado a hablar brevemente de Sarajevo a estudiantes de periodismo. Y me di cuenta de que ha transcurrido tanto tiempo entre el final de la guerra en Bosnia y el comienzo en el oficio de estos jóvenes como entre el final de la guerra de Argelia y el año en que yo entré en la agencia. Veinte años. Es decir, una eternidad. Habría tenido casi tanto éxito si les hubiera dicho que cubrí la batalla del Marne o el incendio del Reichstag ("¡Oh! ¿Tú estabas allí también?").
Cascos azules de la ONU distribuyen agua en Sarajevo, el 23 de julio de 1995 (AFP / Joël Robine)
Una buena lección de humildad para aquellos que lo necesitan. Estos acontecimientos extraordinarios, enormes, históricos a veces, que nosotros somos llevados a cubrir no dejan muchas huellas en la memoria colectiva. ¡Esto está lejos de eso! Es bueno ser periodista, pero eso no impide que tengamos un poco de lucidez. Es incluso recomendable, si recuerdo bien.
Una última cosa para terminar. En 2010, paso varias semanas en el este de Afganistán con un fotógrafo para cubrir las operaciones de la fuerza multinacional. El lugar es casi tan alegre como Bosnia bajo las bombas. Con 40 grados menos en el termómetro. Los soldados franceses dérouillent bien dans la région cette année-là : quince muertos en combate y decenas de heridos. Y los atentados dejan cientos de víctimas civiles. En resumen, la situación parece tan desesperada como la de Sarajevo hace 15 años.
Pero un suboficial con el que converso parece más optimista: “¡Mira! Yo hace diez años estaba en Kosovo. Allá también pensábamos que aquello nunca se acabaría. Ahora, voy de vacaciones con mi esposa”.
Una mujer se protege durante un tiro de francotirador en el centro de Sarajevo, el 14 de junio de 1995 (AFP / Anja Niedringhaus)
Me sabe mal decirlo, pero ¡este militar tenía razón!
El verano siguiente vuelvo a Mostar. Los bosnios han reconstruido todo. El puente, la ciudad otomana… No solo han construido en el mismo lugar. También han reconstruido a la antigua. El Stari Most está impecable como el día de su inauguración hace 450 años. Allí donde no había más que ruinas y perros callejeros, la gente conversa en las terrazas de los nuevos cafés. Como si la guerra nunca hubiera ocurrido. Como para desanimar a todos los asesinos que queman ciudades y pueblos en todo el mundo. Afortunadamente, la vida se impuso.
Dominique Chabrol es actualmente periodista en el servicio político de AFP en París.
Competencia de buceo desde el "Stari Most" en Mostar, en julio de 2015 (AFP / Elvis Barukcic)