Fotografiando el volcán de Fuego
COLIMA, México, 5 de agosto de 2015 - No era la primera vez que hacía la ruta de Jalisco a Colima para fotografiar el Volcán de Fuego, por eso cuando vi una nube negra que se alzaba lentamente del cono de la montaña, supe que no iba a ser una jornada como las anteriores.
Aceleré para llegar lo más cerca posible en el poco tiempo que tenía y, en apenas cinco minutos, se produjo una explosión de tal alcance que, según los expertos, no se había registrado en el último siglo. Detuve el carro y retraté el paisaje que comenzaba a cubrirse de ceniza volcánica. Volví al auto para rodear la montaña y conseguir la mayor cantidad de primeros planos posibles.
El Volcán de Fuego tiene un significado especial para mí, marca el inicio de mi carrera con AFP. En 2002, cuando apenas comenzaba a trabajar como fotógrafo, se registró actividad inusual en la montaña. Decidí recorrer los 200 km hasta el lugar, a pesar de nunca haber fotografiado un volcán. Debido a lo lejos que se encuentra de la capital, no había muchos fotógrafos en el área y decidí ofrecer el material a la agencia. Fueron mis primeras fotos con AFP.
Desde entonces he revivido el viaje unas cinco veces sin que se produjese algo más que una falsa alarma.
Este 11 de julio fue distinto. Pasé toda la noche despierto retratando la lava incandescente que emanaba el volcán, pero rápido entendí que necesitaba hacer algo diferente para componer una historia única, principal desafío cuando tienes decenas de fotos de la montaña y cuando el área comienza a llenarse de fotógrafos.
En vez de ir a los refugios, me desplacé en dirección a las comunidades que habían quedado completamente cubiertas bajo un manto de cenizas. Quería recorrer las calles, ir a las casas y capturar los cambios en la cotidianidad de esos hogares por causa del volcán.
Las autoridades no permitían el ingreso en un radio de 12 kms, así que tuve que dejar el auto en los recién instalados puestos de control de tránsito y caminar ese trayecto para alcanzar las comunidades de Yerbabuena, La Becerra y La Mesa, las más afectadas por las cenizas.
Al llegar, encontré una patrulla de rescatistas que buscaban personas extraviadas o atrapadas. Esos son los momentos mágicos que tiene la fotografía: nunca sabes con qué te vas encontrar, y de pronto frente a ti tienes una historia invaluable.
Me presenté ante el director de la unidad, y les acompañé a La Mesa, a tan solo 4 kms del cráter del volcán, una oportunidad perfecta para fotografiar el fenómeno desde la menor distancia posible.
Estar cerca de un evento de la naturaleza es una experiencia única en la vida: presenciar la fuerza de un huracán o el arribo de tortugas a una playa son experiencias inolvidables.
Un volcán activo entra en esa categoría, pero tiene un elemento adicional: es en extremo desgastante, ya que no hay forma de predecir cuándo tendrás la mejor oportunidad fotográfica. Puede ser al atardecer con un espectacular contraluz, o al medio día cuando la luz natural no favorece en nada, o al amanecer con un cielo de intensos colores y lava corriendo por las laderas. Y, además, la espera se complica con las condiciones climáticas.
Instalé mi trípode en el punto más oscuro para hacer una larga exposición y me quedé esperando durante varias horas, expectante de lo que pudiera ocurrir. A menos de 40 kms del volcán, en la costa del Pacífico, transcurría una tormenta tropical que provocaba lluvia y nublaba el cielo por las noches, lo que dificultó aún más el trabajo.
A pesar de todo, escuchar una montaña viva que estremecía el silencio de la noche cada 10 minutos con un intenso crujir desde su interior, y ver el fuego surgir en medio de la intensa bruma, me hizo recordar una frase que alguna vez escuché y que me ha acompañado durante estos años de trabajo: “Un fotógrafo no se hace fotógrafo solo para tomar fotos, sino para vivir la experiencias que solo un fotógrafo puede vivir”.
Héctor Guerrero es fotógrafo de AFP en México