Mosquitos del demonio
Cuatro días cubriendo en Salvador de Bahia el brote de virus Zika y sus posibles y devastadores efectos en bebés cuyas madres fueron infectadas durante el embarazo me dejaron con el corazón en la mano. Los recuerdos de los niños enfermos, de la pobreza de la ciudad, siguen ahí para mí, una mujer que espera en algún momento ser madre.
El primer impacto fue en la sala de espera del servicio de neuropediatría del hospital de la Obra Social Irmã Dulce, una ONG que asiste a familias pobres a través del sistema público de salud. Era una sala con hileras de asientos y un calor infernal donde no servían de nada el par de ventiladores que colgaban de las paredes.
Y ahí estaban: varias parejas o madres solas llevando en sus brazos a sus hijos con esa malformación congénita que probablemente les impedirá hablar, caminar o desarrollar su intelecto en el futuro. Cada caso es único y depende de las áreas dañadas del cerebro, pero no se exagera al decir que serán niños y adultos discapacitados en el seno de familias de bajísimos recursos y muy pocas redes.
El nacimiento, “un bombazo”
Una de las parejas que entrevistamos para el reportaje era la de Kleisse y Mateus, quien con toda la sinceridad del mundo describió como “un bombazo” el nacimiento de su hijo, al que esperaban sano. No había ninguna razón para no creerle: era el primer niño que esperaban juntos y él tenía muchos planes para ese pequeño. Su manera de acunarlo cariñosamente, sin embargo, me conmovió profundamente.
Al día siguiente los visitamos en su casa, para captar más imágenes, en uno de esos barrios tan comunes en Brasil que hoy tienen electricidad y servicios básicos pero que antes fueron favelas. O que en realidad siguen siéndolo: comunidades donde no hay nada más que viviendas de construcción irregular, perros callejeros, bares de esquina, pequeños comercios. Ni parques, ni centros culturales, ni transporte público, bibliotecas o atención médica adecuada.
La casa era estrecha y calurosa, desprovista de cualquier adorno más que un par de fotos familiares, con un televisor y un ventilador en la sala. Kleisse me dijo que el agua se iba a menudo, lo que los obligaba a juntarla en depósitos para tomar baños o lavar la loza. Y en estos trópicos el agua estancada es el caldo de cultivo de los mosquitos que transmiten el zika.
Ahí está uno de los grandes problemas de este virus que se propagó con tanta fuerza en Brasil: la precariedad de los servicios básicos y la gran cantidad de personas que vive sometida a esa miseria.
El secretario de Salud de Bahía nos dijo más tarde que el virus “es democrático” y puede afectar a cualquier persona sin importar su clase social, pero ahí mismo matizó que es mucho más probable que afecte a personas pobres que viven en casas sin aire acondicionado, que almacenan agua porque el suministro se interrumpe frecuentemente y con criaderos de mosquitos en el patio o los sucios callejones de sus barrios.
Kleisse me dijo que toda la vida la han picado los mosquitos, que sólo ahora hay este problema. Su marido, escuchándola, exclamó: "¡mosquitos del demonio!".
Por razones personales conozco a fondo el costo emocional y económico de tener a una persona enferma en el núcleo familiar. Y esa era una cuestión que me rondó durante todos los días de reportaje.
Kleisse y Mateus, por ejemplo, viven en la casa de la madre de él. Mateus está cesante hace un tiempo y Kleisse suspendió su trabajo de vendedora para dar a luz. Pensaba volver después de su licencia, pero ahora lo más probable es que deba dedicarse a cuidar de su hijo enfermo. Le preguntamos si recibiría algún tipo de ayuda económica, pero no estaba segura. Según la información que ella tenía, el beneficio sólo llegaría a familias más desfavorecidas aún.
Otra pareja que entrevisté venía una vez a Salvador desde el interior del estado, a unas tres horas de viaje. ¿Quién costearía esos gastos? Por ahora llevaban al bebé en los brazos, pero ¿cómo lo harían cuando fuera un niño mayor? Era una pareja humilde, muy joven, los primeros que entrevisté aunque no quisieron hablar mucho: estaban con prisa por tomar el autobús de vuelta a su hogar.
Una pareja espera que su bebé de dos meses, quien padece microcefalia, reciba fisioterapia en un hospital de Salvador de Bahia, el 28 de enero de 2016
En estas coberturas lo más delicado es llegar a esas personas. Nunca me resulta fácil abordar a aquellos que son víctimas de alguna tragedia porque cualquier pregunta me parece, de antemano, una impertinencia. Una pareja con su niño en brazos no quiso fotos ni aceptó hablarnos. Con rabia, nos dijo que por nuestra culpa tendrían que esperar más tiempo para ser atendidos por la doctora a quien habíamos entrevistado. No dije nada.
Aborto solo en caso extremo
Otro de los asuntos delicados que puso sobre la mesa este nuevo virus es el aborto, que en Brasil sólo está permitido en casos extremos: cuando está en riesgo la vida de la madre, en caso de violación o de feto anencefálico. La microcefalia no cabría en estas premisas y las mujeres brasileñas no serían capaces de decidir si quieren o no seguir adelante con la gestación. Pero tal como dijo estos días un famoso médico brasileño, “el aborto ya es libre en Brasil, es sólo tener dinero para hacerlo en condiciones hasta razonables. Todo el resto es falsedad e hipocresía”.
Brasil es el país con más católicos en el mundo y, en el Congreso, una ola conservadora quiere restringir aún más la ya estricta legislación sobre interrupción del embarazo. Eso motivó el año pasado masivas movilizaciones de mujeres.
Sin embargo también es necesario matizar todo esto: muchas mujeres jamás optarían por el aborto pese a estos diagnósticos y eso también lo oí en el hospital de Salvador.
Preguntas sin respuestas
Por estos días hay mucho pánico en torno a este nuevo virus y muchas preguntas que no tendrán respuesta rápidamente. Una de ésas es si efectivamente afecta a los niños en gestación y cómo lo hace, porque por ahora sólo se ha establecido un nexo temporal entre la irrupción del virus y el alza de los casos de bebés nacidos con microcefalia.
Termino este post con un asunto personal: cuando estaba en Salvador recibí varios mensajes de amigas que tampoco tienen hijos porque quisieron hasta ahora enfocarse en sus carreras profesionales. Habían leído mi primer reportaje y estaban en pánico. Una de ellas me preguntó “¿Y ahora será que nunca voy a poder ser madre?”.
Natalia Ramos es corresponsal de AFP en Sao Paulo, Brasil.