La “guerra contra el crimen” en Filipinas

El presidente de FilipinasRodrigo Duterte, ganó los comicios de mayo con su promesa de erradicar el crimen aunque se tenga que matar a decenas de miles de delincuentes.

Sus amenazas durante la campaña fueron respaldadas por su labor en la ciudad sureña de Davao, la cual gobernó durante dos décadas con despiadadas políticas de ley y orden. Fue acusado de mantener o tolerar, escuadrones de la muerte que asesinaron a más de 1.000 sospechosos.

La policía dice que 405 sospechosos de tráfico de drogas fueron abatidos el mes pasado y los grupos defensores de los derechos humanos afirman que otros cientos fueron asesinados. Miles fueron detenidos y enviados a prisiones, ahora abarrotadas de gente, por largos períodos.

Reclusos en la prisión de Ciudad Quezón en Manila esperan ante de ser llevados al tribunal, el 29 de julio de 2016 (AFP / Noel Celis)

MANILA – A veces se necesita toda la noche y a veces los cadáveres aparecen temprano. Lo único seguro es que los policías y los periodistas que trabajan de noche en Manila cumplen el horario de la muerte.

Tras la elección presidencial del 9 de mayo, además de trabajar en la oficina de la AFP en Manila, empecé a pasar las noches alrededor de las comisarías de la capital. 

Rodrigo Duterte fue electo presidente con la promesa de que mataría a cientos de criminales. Quería estar en las calles cuando eso sucediera.

Tras las elecciones, la policía empezó a detener a borrachos, a niños solos y a personas sin camisa.  Jamás habíamos visto algo así.

Esto fue unas semanas antes de que los cuerpos empezaran acumularse.

Para mantenerme informado de lo que sucede en la ciudad, escucho la radio. Siempre la tengo prendida, incluso mientras duermo.

Personas observan el cuerpo de un conductor abatido en Manila el 22 de Julio de 2016 (AFP / Noel Celis)

En la lucha contra el crimen es útil tener una vasta red de contactos dentro de la policía, pero uno de mis principios consiste en no ser amigo de los agentes. A muchos de ellos les agrada aparecer en los medios de comunicación. En sus oficinas, cuelgan orgullosos los artículos de los crímenes que han resuelto. Un día, un oficial me contactó para pedirme que fuese a fotografiar un ladrón que él mismo acababa de detener.

Era la noche del 25 de junio cuando la radio me alertó de la primera matanza, que tenía lugar cerca de donde me encontraba. La policía irrumpió en un barrio pobre en una zona musulmana al norte de Manila y mató a tres personas sospechosas de traficar drogas.

El cuerpo de un presunto traficante de drogas en una calle en Manila el 27 de Julio de 2016 (AFP / Noel Celis)

Para llegar al lugar del crimen, me escurrí junto a mi equipo de 18 kilos (compuesto por cámaras y una computadora portátil) a través de un hoyo en un muro de hormigón que desembocaba en un largo y sombrío callejón. “¿Y si me asaltan aquí?”, pensé. Mi única ‘arma’ era una linterna.

Pero llegué al lugar sin problemas y me encontré con múltiples equipos de canales de televisión y con otros fotógrafos.

El hecho que más me marcó ocurrió la noche del 22 de julio. El conductor de un rickshaw (una especie de bicitaxi)  fue abatido en un cruce muy concurrido. La novia de la víctima atravesó la cinta policial y mientras abrazaba a su novio muerto pedía ayuda a gritos. La foto de esa escena desgarradora, que parecía la escultura ‘La Pieta’ de Miguel Ángel, se volvió viral.

(AFP / Noel Celis)

Muchos de los fotógrafos capturaban el suceso, que era la tercera muerte de la noche, cuando de pronto la mujer gritó: “¡Dejen de tomar fotografías y ayúdennos!”.

Quedamos impactados. Algunos obedecieron y dejaron de tomar fotos. Otros comenzamos a cuestionarnos por qué estábamos allí y por qué fotografiábamos ese momento tan doloroso. Nos sentimos unos buitres. Ninguno pudo cenar esa noche ni hablar durante el trayecto en auto que nos llevó de vuelta a la ciudad. Todos nos sentíamos culpables por no haber ayudado. Más tarde me enteraría que un fotógrafo de un diario local que había estado allí esa noche renunció a seguir trabajando en ese turno.

En la guerra contra las drogas en Filipinas la muerte puede llegar por tres vías.

La primera es por una operación policial en la que agentes vestidos de civiles simulan querer comprar droga.  Luego se encuentra al presunto narcotraficante con una bala debajo del ojo y con una de sus manos inerte sobre un arma.

Una pistola al lado de la mano de un presunto narcotraficante abatido por la policía en Manila el 15 de julio de 2016 (AFP / Noel Celis)

La segunda forma de morir es ser el blanco de los llamados “ángeles de la muerte”. Estos circulan en moto por las calles, generalmente de a dos. Según los testimonios y las imágenes de las cámaras de vigilancia, ocultan su rostro con bufandas y cascos. La forma de proceder es la siguiente: uno de ellos conduce la moto y el otro se acerca al objetivo, le dispara y vuelve rápidamente a la moto en la que posteriormente se fugan.

(AFP / Noel Celis)

Los motoristas armados fueron los responsables del asesinato del conductor del richshaw. Siempre reivindican sus crímenes ya sea dejando un pedazo de cartón con una frase en tagalo que dice “soy un narcotraficante, eres el próximo”, “soy un narcotraficante, no seas como yo” o dibujando el símbolo de Batman.

La tercera forma de morir está vinculada a asesinos misteriosos. Nunca se ven, pero sí se encuentran sus víctimas heridas de bala en calles solitarias y mal iluminadas o en terrenos baldíos. Envuelven las caras de sus víctimas, y a veces la totalidad de sus cuerpos con cinta de embalaje, como si se tratara de una momia egipcia. Allí también, un cartón los acusa de estar vinculados al narcotráfico.

Algunas noches, se contabiliza hasta 18 muertes. Es físicamente imposible cubrirlas todas.

Para mostrar el panorama completo de la “guerra” anti criminal de Duterte, la oficina de la AFP en Manila decidió ir a conocer a las personas que fueron detenidas durante la represión. Propuse visitar la cárcel del barrio de Quezon, en Manila, construida para 800 detenidos, pero que hoy alberga a cerca de 4.000.

Reclusos en la prisión de Ciudad Quezón en Manila el 18 de julio 2016 (AFP / Noel Celis)

Después de esperar durante semanas un turno de visita, finalmente nos autorizaron a cubrir un concurso de danza en el patio de la prisión.

Un guardia nos dijo que las condiciones de los presos eran mucho peores en la noche, cuando duermen en ese mismo patio unos arriba de otros. “¡Esa es la foto!”, pensé. Le preguntamos al guardia si podíamos volver más tarde. Aceptó.

(AFP / Noel Celis)

Lo que vimos nos dejó impresionados. Los presos estaban acostados apretados como sardinas en el patio. Dentro de las celdas atiborradas de personas casi no había espacio para avanzar entre las improvisadas camas y las hamacas. Tuve que pedirle a  uno de los presos que se levantara para poder pasar. 

Si en este momento hay una revuelta, morimos, pensé. ¿Y si deciden tomarnos como rehenes?

(AFP / Noel Celis)

Veo que algunos de los prisioneros duermen en una escalera, así que para tomar una foto trepé por una ventana.  La noche siguiente volví al barrio y me subí a un techo cercano para tomar una vista panorámica de la prisión.

Durante los primeros diez años de mi carrera como fotógrafo de prensa, las noches eran diferentes. Los únicos periodistas que trabajaban en ese horario lo hacían para radios locales. Buscaban historias sobre incendios en barrios pobres, accidentes por culpa de peatones imprudentes o robos a los pasajeros de los jeepneys, los pequeños camiones convertidos en minibuses que componen el sistema de transporte público de Manila.

(AFP / Noel Celis)
(AFP / Noel Celis)

 

Pero ahora, aumentó la cantidad de reporteros que trabaja en la noche. Incluso, también hay periodistas estrella de distintas cadenas de televisión. Algunos días, los primeros cadáveres aparecen a las seis de la tarde, pero en ocasiones hay que esperar hasta las cuatro de la mañana. Durante las largas horas de espera, los periodistas matan el tiempo comiendo comida chatarra y contándose viejas historias.  Pero cuando se descubre un cuerpo, todos se levantan y hasta comparten los vehículos para llegar al lugar del crimen.

Un supuesto delincuente espera para someterse a una prueba de drogas en la estación de policía Camp Karingal en Manila, el 24 de junio de 2016 (AFP / Noel Celis)

Acceder a la escena del crimen puede ser frustrante. Algunos policías directamente se rehúsan con mal humor a dejar pasar a los fotógrafos. En algunos barrios está prohibido tomar cualquier tipo de fotografía.  Pero a veces, los agentes dejan trabajar libremente a los periodistas hasta la llegada de la SOCO, la unidad de escenas de crimen de la policía científica.

La mayoría de las veces, los periodistas nos apuramos para llegar antes que la SOCO y así poder acceder al lugar del asesinato. A veces tenemos suerte y disponemos de hasta 30 minutos para tomar fotos.

Reclusos esperan en un calabozo del tribunal de Ciudad Quezón en Manila, el 29 de julio de 2016 (AFP / Noel Celis)

También sucede que los policías de la SOCO nos dejan trabajar hasta que el servicio funerario se lleva el cuerpo. La condición es que no caminemos sobre las balas, la sangre o los trozos de carne dentro de la cinta policial amarilla.

La cobertura en la cárcel hacinada ha sido lo más cerca que he estado del infierno. Me recordó a los viejos cuadros de Dante. Si el infierno fuera real, sería así.

Nuestro trabajo como fotógrafos y periodistas que cubrimos esta guerra contra el crimen tiene el poder de impactar y hacer que la gente reflexione sobre lo que está sucediendo. Espero ir más allá y poder hacer algo al respecto.

Este artículo fue escrito con Cecil Morella en Manila.

(AFP / Noel Celis)

 

Noel Celis