Una mujer llora junto a los tres cuerpos encontrados en Xolapa, Guerrero, el 6 de junio de 2015 (AFP / Pedro Pardo)

Guerrero: una herida abierta de México

Leticia PINEDA

CHILPANCINGO, 16 de julio de 2015 – Siguiendo una mancha de sangre tras otra, en un camino que era alumbrado con dificultad por las lámparas de los camarógrafos, descubrimos la tragedia de Xolapa, una humilde comunidad mexicana de unos 500 habitantes cercana a la zona turística de Acapulco.

Estábamos en Guerrero para cubrir las elecciones regionales de México, cuando recibimos una llamada para avisarnos sobre una masacre en una pequeña comunidad. Un grupo de reporteros, fotógrafos y camarógrafos recorrimos a toda velocidad la autopista que lleva hacia Acapulco para llegar por un camino vecinal a Xolapa.

En la entrada del pueblo había una vivienda con amplias estancias abiertas hacia la calle, una arquitectura típica de las zonas cálidas de México.

Fotógrafos y camarógrafos entraron con prisa a la casa. Un cadáver con el cráneo destrozado estaba tirado detrás de una pared. Las gafas estaban intactas sobre su vientre como si hubiera tenido tiempo, antes de morir, de quitárselas y colocarlas ahí, al lado de su arma. Alguien le había puesto una toalla en la cabeza.

Los pasillos de la casa tenían grandes manchas de sangre por todos lados, parecía que algo había sido arrastrado. Cartuchos de diferentes colores, que habían sido disparados con escopetas, y casquillos dorados de  fusiles AR-15 y AK-47 – una de las cosas que enseña la cobertura en México es a diferenciar los tipos de casquillos- estaban regados en los pisos de cemento y de tierra. 

Un policía vigila la escena del crimen en Xolapa, Guerrero, el 6 de junio de 2015 (AFP / Pedro Pardo)

La gente del pueblo había empezado a bajar, los niños corrían nerviosos, los bebés lloraban y unas adolescentes sollozaban. Sobre la mesa en la estancia principal estaban tres cuerpos cubiertos con sábanas blancas. Eran el líder de una autodefensa y sus dos hijos. Nuevos huérfanos y viudas, muchos descalzos, llenaban el patio.

En otra casa en la misma acera había otros dos cadáveres en escenas similares, más allá en otra vivienda otros dos. Al menos fueron 12 muertos, todos hombres e integrantes del Frente Unido por la Seguridad y el Desarrollo del Estado de Guerrero (FUSDEG), una milicia que hacía poco se había divido en dos facciones: los Negros y los Pintos. 

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Cuando recorríamos aquella desoladora calle, un policía paró en seco, se llevó el dedo índice a la boca en señal de silencio y luego apuntó con la otra mano hacia la maleza que estaba a un costado, donde al parecer alguien martillaba un arma. Todos retrocedimos lentamente.

A medida que avanzaba la cobertura de cinco días por Guerrero se hacían más necesarios los chalecos y cascos antibalas que por precaución subimos a la camioneta cuando iniciamos el viaje. 

Esa tarde ambas facciones se enfrentaron cuando se encontraban reunidas en la casa de la entrada del pueblo que hacía las veces de su comandancia.

La refriega empezó cuando las mujeres calentaban tortillas de maíz para la cena en estufas de leña. La lluvia de balas retumbó en los 20 minutos más largos de la vida de Xolapa. Hubo un prolongado silencio antes de que bajaran por la misma pendiente por la que nosotros llegamos para llevarse a sus muertos en carretillas de construcción.

  (AFP / Pedro Pardo)

En las elecciones intermedias del 7, México renovaba la Cámara de Diputados, 900 alcaldes y nueve gobernadores, entre ellos el de Guerrero. Pobladores y autoridades rechazaron que la matanza hubiera tenido alguna relación con la jornada electoral, pero ocurrió unas horas antes de que se abrieran los centros de votación.

Esa noche apenas tuvimos tiempo para transmitir el material, y a las 04H00 de la mañana tomamos la carretera que lleva a Ayotzinapa, la escuela para maestros donde estudiaban los 43 jóvenes desaparecidos en Iguala en septiembre pasado a manos de policías corruptos que, según la versión oficial, los entregaron a integrantes de un cartel del narcotráfico que los mató e incineró.

Los padres y compañeros de los 43 desaparecidos habían anunciado que impedirían la elección al menos en Tixtla, el municipio en el que se encuentra Ayoztzinapa. Al llegar a ese pueblo aquella madrugada, ya habían levantado una barricada con neumáticos encendidos que vigilaban cubiertos por pasamontañas y pañuelos en la cara. Aguardaban frente al fuego con una caja de Coca-Cola en la que traían bombas molotov.

Residentes de Tixtla en un enfrentamiento cerca del centro de votación, el 7 de junio de 2015 (AFP / Pedro Pardo)

En medio de enfrentamientos con simpatizantes de los partidos políticos que se armaron con palos y machetes transcurrió la jornada electoral. Los estudiantes y padres de los 43 consiguieron su cometido de sabotear la elección en Tixtla, pero no concretaron una manifestación contundente que sellara  la anulación del sufragio.

La acción era un símbolo del descrédito de procesos democráticos de los que han surgido funcionarios como José Luis Abarca, el izquierdista exalcalde de Iguala que envió en septiembre pasado a los policías a atacar de manera brutal a los estudiantes antes de que desaparecieran. 

Esa noche otro ataque violento dejó un muerto en Tlapa, el centro en el que confluyen varios pueblos indígenas de las montañas altas, donde se encuentra Cochoapa,  el municipio más pobre de México y una zona en la que los carteles narcotraficantes producen la amapola y trasiegan la goma de opio. 

A la mañana siguiente supimos que el fallecido era Antonio Vivar. Este joven de 25 años y padre de un bebé de ocho meses cursaba el último año de la licenciatura en Desarrollo Comunitario Integral con especialidad en pueblos indígenas.

Lo habíamos entrevistado antes en la escuela para maestros de Tlapa. Llevaba un sombrero café tipo Panamá, un libro sobre el Che Guevara y varios cuadernos con apuntes. Al término de la entrevista, nos explicó porqué los maestros de esa región se habían unido a sus compañeros de Ayotzinapa tras la desaparición de los 43. Los docentes habían acordado acciones “certeras y contundentes” contra el Estado como la desestabilización de las elecciones.

Miembros del Movimiento Popular Guerrerense confrontan la policía en Tlapa, el 5 de junio de 2015 (AFP / Pedro Pardo)

Los maestros de Tlapa no se habían conformado con planear acciones de protesta,  habían elaborado una propuesta para promover gobiernos populares colectivos en sus municipios, inspirados en la organización de los pueblos indígenas, explicó el joven.

Al día siguiente, Juan Tenorio, uno de los profesores que había estado con nosotros esa noche, fue molido a palos durante un enfrentamiento contra un grupo de choque de civiles pagados, que en coordinación con policías,detuvieron al mediodía a Tenorio y a otro colega en represalia por la protestacontra las elecciones.

A plena luz del día en una céntrica calle del pueblo se armó la trifulca. Los golpeadores les pegaron sin piedad, luego los policías los llevaron hasta la plaza principal. Caminaron a través de las calles de Tlapa exhibiendo a Tenorio bañado en sangre y al otro profesor con los palos marcados a carne viva en la espalda.

Una ambulancia de la Cruz Roja llegó al palacio municipal para curarlos. Tenorio tenía los dos brazos rotos, la nariz fracturada y  el cuero cabelludo abierto de par en par. El otro profesor cayó inconsciente con un pulmón gravemente dañado.

Un policía es detenido por miembros del Movimiento Popular Guerrerense en Tlapa, el 5 de junio de 2015 (AFP / Pedro Pardo)

Muy temprano empezaron los enfrentamientos. Mi fotógrafo, Pedro Pardo, apenas alcanzó a bajarse del auto y a sacar su cámara cuando quedó en medio de una guerra de piedras y palos. No tenía para dónde moverse. Una roca cayó sobre su mano, que quedó prensada con la cámara. Fue atendido por los paramédicos que llegaron al lugar.

Una sensación de indefensión nos invadió cuando gritaban “¡fuera prensa!” cada vez que Pedro, que seguía retratando todo, se acercaba.  

Poco antes del anochecer llegaron a un acuerdo. Los maestros devolvieron a los policías y los golpeadores entregaron a Juan Tenorio, mientras que el otro profesor herido fue trasladado de emergencia a un hospital.

Oficiales de la policía caminan junto al miembro del Movimiento Popular Guerrerense, Juan Tenorio, el 5 de junio (AFP / Pedro Pardo)

Salir ileso, física y emocionalmente, es el mayor desafío de una cobertura de esta naturaleza. Las jornadas empiezan muy temprano y terminan muy tarde, y transcurren bajo constante tensión. 

Al terminar los comicios, las autoridades mexicanas celebraron que la jornada electoral en el país hubiera transcurrido en paz y dijeron que los principales riesgos que amenazaban el proceso fueron superados con el operativo de seguridad desplegado.

Después de tanta sangre, era difícil no discordar. Nosotros solo íbamos a cubrir las elecciones en Guerrero, y terminamos relatando nuevas-viejas historias de procesos que no transcurren en paz en una región que desde hace  décadas es una herida en la geografía mexicana que no deja de supurar.

Leticia Pineda es corresponsal de AFP en México

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