El tsunami, la radiación y la línea de Dios
Tokio - Uno de los sismos más potentes jamás registrados sacudió el 11 de marzo de 2011 la costa noreste de Japón provocando un devastador tsunami que causó el accidente nuclear de Fukushima.
La oficina de la AFP en Tokio se movilizó rápidamente y sus periodistas han viajado en numerosas ocasiones a la zona afectada de Tohoku. Una década después del desastre, que dejó unos 18.500 muertos y desaparecidos, regresaron al lugar para realizar una serie de artículos previos al aniversario.
Cuatro de los periodistas involucrados en esta cobertura -Shingo Ito, Hiroshi Hiyama, el fotógrafo Kazuhiro Nogi y la videoperiodista Harumi Ozawa- relatan aquí su experiencia.
“La línea de Dios”
Nogi se encontraba en un tren en Tokio cuando se produjo el sismo de 9,0 grados de magnitud a las 14:46, “una violenta sacudida como nunca antes había sentido”.
“Me bajé del tren para escapar, pero el sismo era tan fuerte, que no podía caminar derecho,” recuerda. Vio los rascacielos que se sacudían en medio de los temblores.
Ese mismo día se dirigió junto al equipo de la AFP al noreste del país, arribando al día siguiente a la zona de Minamisoma, en el departamento de Fukushima.
“Un paisaje desolador, sumergido en el agua del océano, se desplegó ante nuestros ojos”, evoca. Hiyama estaba con él, aún vestido de impecable traje, corbata y zapatos de cuero puesto que no tuvo tiempo de cambiarse antes de partir.
Cuando el equipo llegó al ayuntamiento de Minamisoma, todo parecía en orden, pero todo cambió a medida que conducían hacia la costa: “de pronto la ciudad terminó,” dijo Hiyama. “Era como si Dios hubiera trazado una línea y decidido destruir con el agua todo lo que estaba al este de ella.”
La línea invisible -que marca hasta dónde llegaron las imponentes olas del maremoto- impactó también a los otros integrantes del grupo. Ito recuerda la sensación de conducir desde la normalidad hacia un mundo distinto. “Todo cubierto de barro, las calles anegadas, los puentes derrumbados, los malecones derrumbados. Las olas salpicaban al aire... la forma de las comunidades ya no coincidía con lo que marcaba el mapa”, dijo.
“Tuve la impresión de que esa línea separaba al paraíso del infierno”.
Ozawa había viajado a la región un año antes de la catástrofe, cuando se había ordenado evacuar a la población ante el riesgo de un tsunami tras un terremoto en Chile.
En aquel momento se encontró con una mujer en el gimnasio de una escuela que se había transformado en refugio en Minamisanriku, quien había perdido a su hijo 50 años antes mientras huían de un maremoto. “Pensó que había atado bien a su hijo a su espalda, pero el niño debió resbalarse de su quimono pues cuando llegó a tierra seca ya no tenía nada en su espalda”, recuerda Ozawa.
Cuando regresó a Minamisanriku en abril de 2011, se encontró con que la ciudad había sido arrasada por el agua y recordó a aquella mujer. “Escuché que el agua alcanzó lo alto de la colina donde se encontraba la escuela. El gimnasio apenas resistió”.
Temor a la radiación
Hiyama y Nogi estaban al costado de una calle el 12 de marzo cuando un bombero se detuvo. “La planta nuclear ya no está”, anunció, haciendo con sus manos el gesto de una explosión. El equipo se subió rápidamente al auto y se dirigió a un área de descanso a unos 20 km de la planta de Fukishima Daiichi. Un televisor seguía las instancias de la crisis en desarrollo.
“Es difícil imaginar una situación en la cual un presentador de televisión te dice que estás en medio de un accidente nuclear”, dijo Hiyama. “Revisé el mapa varias veces para asegurarme de que estabá más allá del radio de evacuación de 20 km. Pensé en mi esposa embarazada y en mi hijo de dos años”.
El peso del desastre nuclear no golpeó del todo a Ito si no hasta el día en el que visitó una granja en una zona prohibida, donde las vacas morían enfermas o de inanición. “Sentí por primera vez temor por algo invisible. Algo que no podemos ver ni oler, un peligro que solo un medidor Geiger puede detectar”, señaló.
Insportables pérdidas
En abril de 2011, Ozawa vio a un hombre sentado en una roca oteando el mar. Se acercó pero “parecía que no me había oído, que ni siquiera se había dado cuenta de que yo estaba allí”. Un familiar explicó que había perdido a su nuera y a tres nietos.
“Aún recuerdo la escena: el cielo azul y el océano y la sensación de temblor en mi corazón cuando intenté hablar con él, pero no pude”, dijo. Arrimarse a personas que habían sufrido enormes pérdidas causaba conflicto y culpa en los periodistas.
Un día, Ito se encontró con una mujer que lloraba de rodillas ante el cuerpo de un familiar tirado en el suelo y cubierto con una manta. “Debería haber hablado con ella... Solo permanecí parado junto a ella por largo tiempo, sujetando mi grabadora en mi mano temblorosa”, evoca. “Esa es la parte más difícil de nuestro trabajo”.
Traumático
Nogi luchó contra la culpa mientras cubría el desastre: “después de todo, me ganaba la vida tomando fotografías de aquellos que estaban sufriendo”.
“Pero también es cierto que la empatía y objetividad que aprendí durante este tiempo y la forma de encender y apagar el interruptor de mis emociones es algo que he podido aplicar en la cobertura de desastres naturales posteriores”, agregó.
Le impactó enterarse por un trabajador del hospital de lo difícil que era tratar a los pacientes que tenían arena en los pulmones por aspirar agua de las olas del tsunami. El hombre le dijo que aún no había podido contactarse con su familia para confirmar si estaban a salvo.
“Tenía que priorizar su trabajo... pero estaba lleno de preocupaciones”, dijo Nogi. “Yo pensé: ‘¿Y yo?’ ‘¿Sería capaz de trabajar más que proteger a mi propia familia?’”
Ito pronto se acostumbró a las escenas anormales como ver barcos sobre tejados, “aunque la muerte era un asunto completamente distinto”. “Aún no soy capaz de olvidar el olor y las banderas rojas ondeando con la brisa oceánica que indicaban los lugares donde se habían recuperado cuerpos”
“Una noche, camino de regreso al hotel, íbamos todos callados en el coche, en parte porque estábamos exhaustos, en parte porque estábamos traumatizados, o al menos yo lo estaba”, relató. “Tenía ganas de gritar. En la noche, recordé una horrible escena, y desperté empapado en sudor en la cama del hotel.”
Tristeza colectiva
El equipo de periodistas de la AFP visita regularmente la región de Tohoku y Ozawa se emociona en cada viaje, incluyendo su última visita a Fukushima este año.
“Por primera vez en toda mi carrera, no pude retener las lágrimas”, contó. “Un hombre de 83 años nos dijo que había perdido a su esposa en las aguas del tsunami. No importa cuan fuerte la sujetara en sus brazos, su cuerpo se escurrió y la perdió”.
No pudo luego buscar su cuerpo debido a la radiación; sus restos se descompusieron antes de que fueran recuperados. Un policía trajo después una fotografía de su cuerpo, que no se parecía en absoluto a la imagen que guardaba de su esposa en la memoria. El hombre estaba tan horrorizado que pidió al policía que quemara la fortografía en ese instante, lo cual el agente hizo.
“Había logrado contener las lágrimas durante muchas entrevistas anteriores”, dijo Ozawa. “Pero no esta vez. Afortunadamente todas las lágrimas cayeron dentro de mi mascarilla”.
Al regresar este año, Hiyama sintió el contraste entre la recuperación de la región y sus memorias. "La vida continúa... en algunas zonas parece que la vida transcurre en enormes obras de construcción”, dijo.
“Todas esas nuevas estructuras se erigen en terrenos donde murieron o desaparecieron casi 20.000 personas. Es como si la tristeza colectiva y la miseria de las familias del lugar también estuvieran enterradas en lo profundo, debajo de la fachada de la nueva Tohoku”, agregó.
Un lugar de alegría
Los periodistas de AFP seguirán reportande desde Tohoku, e Ito espera poder hacer un seguimiento del reverendo Sato, a quien entrevista hace varios años, desde que se vio obligado a dejar atrás su iglesia situada en la zona afectada por la radiación. Después del desastre, Sato soñó con construir una nueva iglesia: lo hizo y muchos de sus fieles originales ahora acuden allí.
Pero Sato espera poder regresar a su iglesia original una vez que se levanten las órdenes de evacuación, quizás el año próximo.
“Tenemos muchas historias tristes de Fukushima, pero la suya es alentadora”, señaló Ito . “Espero poder ver su próximo capítulo en el futuro”.
Hiyama afirma que Tohoku es mucho más que el desastre de 2011, incluyendo su belleza natural y afamados productos. “Allí el océano, si uno se posa en el lugar indicado, puede dejarte mudo de asombro”.
“La región también es prueba de la resiliencia de los seres humanos. Tohoku no es todo tristeza. También es un lugar de alegría”.