El deporte a puertas cerradas
Virus o no virus, algunas cosas nunca cambian. Como la música. No hay nadie en las gradas, pero ello no impide que el sistema de sonido haga vibrar los focos y despierte fantasmas de temporadas pasadas. No importa el estadio, los sonidos son en buena medida iguales y completamente predecibles: el famoso himno de la Champions League en todos los partidos europeos o el Cant del Barça en el Camp Nou, mientras que "Jump" de Van Halen es un favorito universal popular.
En mi parte del mundo, el noroeste de Francia, "Something Just Like This", de The Chainsmokers y Coldplay, salió del banco de suplentes para entrar a la cancha, mientras que "Oh Man" de Jain se ha convertido en un favorito o lo sería si hubiera fans en las gradas.
En la cancha, los jugadores terminan de calentar y regresan a los vestuarios para los últimos preparativos antes de que arranque el partido. Por supuesto que no cuentan con la compañía de pequeñas mascotas, ni estrechan las manos con los oponentes. Los jugadores se deslizan rápidamente hacia sus posiciones, el silbato del árbitro para el saque inicial resuena en las gradas... y un silencio de muerte envuelve el estadio.
La escena se repite desde junio en Europa, de Roma a Berlín, desde las etapas finales de la Champions League en Lisboa a los grandes juegos de la Premier League. De la notificación “Entradas agotadas” a la de “A puertas cerradas”.
En los estadios franceses hubo un vago pulso hasta fines de octubre, cuando el gobierno impuso una nueva prohibición a la asistencia a los partidos. Antes de eso, un límite de 5.000 personas había mantenido un poco la atmósfera, mientras que una reducción a 1.000 aún permitía señales de vida. Pero ‘A puertas cerradas’, la bestia es otra.
Ello pegó especialmente duro durante un partido de la Ligue 1 entre Rennes y Brest a fines de octubre, un clásico bretón, generalmente vibrante, lleno de color, olores y ruido. No había aroma a salchichas o panqueques en la calle frente al estadio, ni el incesante ulular de las cornetas. Ni siquiera una estrofa del himno bretón “Bro gozh ma zadou” (Viejo país de mis ancestros) antes de que los jugadores coparan la cancha. Era triste.
Y la cosa no mejoró al día siguiente, cuando Angers recibió a Niza bajo una pertinaz llovizna, a la sombra de las grúas de construcción que se elevan sobre la grada principal de otro estadio vacío y sin alma.
En Angers, al igual que en un puñado de otros estadios de la Ligue 1, el club intentó luego romper el silencio con efectos de sonido de una imaginaria afición, algo que se ha convertido en una banda sonora consistente con variaciones de intensidad completamente desconectadas con lo que ocurre en el terreno.
Los clubes de básquetbol y balonmano de Francia también han mantenido su producción musical, pero agregaron a un orador que interviene con comentarios sobre el juego y grita “¡Defensa, defensa!”. No está claro con qué propósito, descontando el efecto que pueda tener en los jugadores.
Desde un punto de vista puramente periodístico, es aquí donde radica el auténtico problema. Como los informes de los partidos deben enviarse dentro de un cuarto de hora después del pitido final, pasamos buena parte de la segunda mitad de los cotejos con las narices enterradas en el teclado, confiando en los gruñidos, los ‘ooohs’ y ‘aaahs’ de la multitud, para alertarnos de lo que ocurre en la cancha. Los periodistas extrañan a las multitudes tanto como los jugadores.
Afortunadamente, todavía tenemos radio en vivo en el recinto y los comentaristas han hecho un gran trabajo para llenar el hueco. Sus palabras ahora resuenan claramente en los palcos de prensa y nunca nos perdemos nada.
Por otra parte, las medidas sanitarias quitaron lo mejor: los buffets y la camaradería de las salas de prensa, esos momentos previos a un partido en que colegas de distintos lugares se reúnen e intercambian figuritas. Ahora, todos tienen un lugar asignado, distanciado, en el que pueden tomar un pequeño refrigerio individual y tal vez, si les apetece, charlar a los gritos con los colegas. Difícil si uno quiere embarcarse en una misión para chequear información en forma íntima.
Pero también hay beneficios. Aparte de que en muchos estadios los palcos de prensa están muy altos, el silencio ahora nos permite escuchar las voces del campo. Gritos de dolor, de rabia, de aliento, insultos, instrucciones… ya no hay escondite para los jugadores a los que les gusta hablar.
Antoine Maignan, que cubre fútbol para la AFP en París, vio al golero francés Hugo Lloris desde otra óptica durante un cotejo internacional disputado en Suecia en septiembre.
“Inmediatamente comprendimos porqué luce el brazalete de capitán”, dice Antoine. “Está constantemente organizando, corrigiendo, alentando, motivando. Gritando a Adrien Rabiot ‘¡Sal de ahí! o ‘¡Adri, más cerca!’.” En este sentido, estar a puertas cerradas de hecho nos abrió una nueva puerta.
Sin las gradas vacías, la disputa racista que estalló durante el partido de la Champions League entre Paris Saint-Germain y Basaksehir el 8 de diciembre pudo haber pasado desapercibida.
Desde el palco de prensa, nadie escuchó al cuarto árbitro rumano Sebastian Coltescu decir “negru”, la palabra rumana para "negro", al referirse al entrenador asistente del club turco, Pierre Achille Webo.
Pero en un estadio abarrotado, eso también podría haber escapado al banco del equipo de Estambul, de la misma manera que anteriores episodios de racismo a menudo fueron difíciles de distinguir sin un detenido análisis de las grabaciones de video y audio.
Por otro lado, a Alexis Hontang y Adrien Vicente, que cubrieron el partido para la AFP, no se les escapó la rápida reacción de los directivos y los jugadores, en particular del delantero de Basaksehir, el senegalés Demba Ba, que habló con la suficiente claridad como para ser oído desde el palco de la prensa: “Cuando uno menciona a un blanco, uno nunca dice ‘este fulano blanco’, solo dice ‘este fulano’, así que ¿por qué cuando se menciona a un negro se dice ‘este fulano negro’?”.
Atrapados en su galería de prensa sin siquiera retorno de video, tuvieron que aguzar el oído para escuchar los comentarios de televisión cercanos, que tenían acceso a imágenes y sonido desde el borde del campo. Siguieron dos horas de confusión, ante un campo vacío y un silencio ensordecedor después de que los jugadores se marcharon, antes de que el partido fuera oficialmente pospuesto.
Sin los jugadores en la cancha, el acceso a toda la información se volvió aún más difícil. ‘A puertas cerradas’ se ha convertido también en la norma para los entrenamientos, al tiempo que desapareció la zona mixta, en la que la prensa intentaba sonsacar una o dos frases después del partido a jugadores reacios que se aprestaban a abandonar el estadio.
En el mejor de los casos, los periodistas son confinados en la sala de conferencias a esperar a que un equipo se digne a enviar a alguien a hablar. Asimismo, a menudo nos quedamos en el palco de prensa intentando plantear nuestras preguntas a un entrenador o jugador a través de Zoom desde las entrañas del estadio, o que nos hablen a través de un grupo de WhatsApp mientras caminan de un lado a otro a apenas 15 metros de distancia.
En el peor de los casos, solo tenemos derecho a un video subido a YouTube en el que los directores técnicos y jugadores responden preguntas leídas por su staff.
Peter Hutchison, periodista de la oficina de Nueva York, descubrió esta mezcla de intimidad y distancia mientras cubría el US Open de tenis a principios de septiembre. En ausencia de los 23.000 espectadores, la prensa pudo escuchar el aliento de Serena Williams en la cancha y no tuvieron que abrirse paso a codazos para ver a los jugadores en la práctica.
“Nos sentimos como si estuviéramos en una exhibición privada e íntima de los mejores tenistas del mundo”, señala. Sin embargo, fue imposible acercarse a ellos ya que todas las conferencias de prensa o entrevistas tuvieron lugar por Zoom.
Estas entrevistas por videoconferencia también cambiaron el juego para Jean-Louis Doublet, en la cobertura del automovilismo. Jack Miller, el afable, divertido y hablador piloto australiano de MotoGP, se muestra un poco más apagado a través del video, mientras que su colega francés Johann Zarco, que es bastante tímido en persona, se luce mucho más cómodo a través de la pantalla.
Pero sobre todo, las medidas sanitarias han aislado a los periodistas en una burbuja que se mueve de Gran Premio en Gran Premio, sin nunca tener contacto directo con los equipos. “Uno solía detenerse tomar café con uno u otro, pasabas a los pilotos detrás de sus camiones… Ahora, todo es a través del video, ya sea que estés a 1.500 km de distancia o en el cuarto contiguo”, dijo Jean-Louis.
“Y sin el público, viajamos miles de kilómetros para ver siempre el mismo Gran Premio. Cada vez encontramos las mismas caras, los mismos camiones”.
“Los públicos de Italia, México o Alemania reaccionan de diferentes maneras y eso es lo que caracteriza e individualiza a cada circuito. Las 24 Horas de Le Mans sin papas chips, salchichas y conciertos ya no es Le Mans. Monza, sin la multitud de italianos, es apenas una masa de hormigón en un bosque oscuro, como un mausoleo”.