El corazón roto
NIZA, Francia -- El horror comenzó a invadirme cuando escuché las sirenas. Demasiado estridentes. Luego percibí las columnas de los camiones de bomberos. Muy numerosos. Me dije que algo no iba bien.
Después de la Eurocopa, todos exhalamos un gran ‘ufff’ de alivio.
No obstante, la Eurocopa se terminó y todos exhalamos un gran ‘ufff’ de alivio. Durante el campeonato de fútbol y, sobre todo, en la final que cubrí en París, todo el mundo temía un ataque, todo el mundo vivía esta suerte de espera.
Pero todo salió bien. Los enviados especiales abandonaron París, volvieron a casa, felices de empezar pronto sus vacaciones veraniegas. Y el presidente de la República nos dio seguridad el 14 de julio, día de la fiesta nacional, cuando anunció que pronto se levantaría el estado de emergencia decretado tras los atentados de noviembre en París.
Esa noche de fiesta me distendía y tomaba por puro placer fotografías de los fuegos artificiales anuales de Niza.
A todos les gusta asistir a los fuegos artificiales. Sobre todo a las familias con niños. Sobre todo en Niza, balneario ultraturístico. Y aún más en la tibieza del verano. El famoso Paseo de los Ingleses estaba lleno de gente.
Tomé decenas de fotos. Pero sabiendo que la demanda se concentraría sobre todo en los fuegos artificiales de París sólo envié una a nuestra mesa de edición en París: una imagen de fuegos artificiales sobre un fondo de relámpagos. Luego me fui a casa.

Diez minutos después de haber atravesado la puerta de mi apartamento, en la parte alta de la ciudad, oí las sirenas. Tomé mis cámaras y me subí a mi moto. Sonó el teléfono: era un amigo periodista. "Sucedió algo grave en el Paseo de los Ingleses", me dijo.
Llamé a la mesa de edición, a la oficina de la AFP en Marsella. Encendí la moto y me fui a toda prisa lo más cerca que pude del Paseo.
Luego seguí a pie.

Cientos de personas corrían en todas las direcciones. Algunos gritaban, otros lloraban. « ¡Terroristas! ¡Son terroristas! ¡Disparan! ¡Hay terroristas en Niza! se escuchaba entre la multitud.
Luego oí disparos. No sabía de dónde venían.
Seguí caminando. Trataba de entender en qué situación me encontraba. La policía comenzó a cerrar el sector.
Veo un camión grande con el parabrisas roto por el impacto de las balas, rodeado de policías. Me detengo y tomo algunas imágenes.

Me quedo allí durante diez segundos. Nadie me presta atención. La gente corre desorientada. Luego me indican que un poco más allá hay personas en el piso. Empiezo a acercarme y me doy cuenta de que debo enviar lo más pronto posible las fotos que he tomado. Todavía no sé qué es lo que ha ocurrido y menos aún la cantidad de víctimas: más de 80.
La red está saturada. Enviar las fotos me toma entre 15 y 20 minutos. La imagen del camión fue primera plana en muchos diarios. Es el camión que se abalanzó sobre la gente, por unos dos kilómetros, atropellando a todos los que tuvieron el infortunio de cruzarse en su loca carrera.
Seguí caminando, toda la zona estaba cerrada, el pánico se había apoderado de la gente. Algunos se abrazaban, otros, llorando se apoyaban sobre mí. Eran los sobrevivientes.

Finalmente llego al trecho que, sembrando la muerte, recorrió el camión blanco. Hay cuerpos por todas partes, cubiertos con sábanas blancas y azules. Tomo fotos sin realmente creer lo que muestra mi objetivo. Los cuerpos están esparcidos a todo lo largo de la más importante avenida de Niza.
“Hay terroristas en las calles de Niza”, me dice un policía.

Soy periodista, y los periodistas sabíamos que había un riesgo. Pero acabo de regresar de la cobertura de la Eurocopa y estoy en Niza ¡Niza! Una ciudad turística, de playa, relajada. Sin embargo, los cuerpos se amontonan un poco por todas partes.
Niza tiene un imán para los turistas extranjeros, pero también para los propios franceses. Es 14 de julio, el día de la toma de La Bastilla. Hay muchísima gente. Nunca imaginé que podría ocurrir un ataque en Niza, cuatro días después de terminada la Eurocopa.
El Paseo de los Ingleses está lleno de cuerpos, algunos son muy pequeños, son de niños. Sus padres deben haberse sentido tan contentos de llevarlos a ver los fuegos artificiales del 14 de julio. Y por eso el corazón está roto…
