Donald Trump de cerca
Manchester, New Hampshire, EEUU, 24 de febrero de 2016 - Desde la distancia, no tiene sentido. ¿Cómo explicar que una exestrella de un programa de TV, conocido sobre todo por sus millones, por un horroroso divorcio en la década de 1990, y más recientemente por el pedido de no permitir el ingreso de musulmanes al país pudo haber ganado las primarias en New Hampshire, en Carolina del Sur y en Nevada?
Pero quienes se hacen esa pregunta no han estado nunca en un acto público de Donald Trump.
En New Hampshire, el público comienzó a hacer las colas de acceso más de una hora antes de que abrieran las puertas, aguantando temperaturas cercanas a los cero grados. Cuando Trump subió al escenario -media hora tarde, a causa de la nieve- una multitud de entre 3.000 y 4.000 personas ya había enfrentado condiciones peligrosas para poder ver al ídolo.
Jeb Bush logró reunir apenas el 10% de ese número en el comedor de una escuela, dos días antes. Marco Rubio logró atraer alrededor de 1.000 personas, pero con la oferta de panqueques calientes, aunque en realidad sirviera finalmente café y galletas.
"¡Será fenomenal!"
"Supongo que vine para divertirme", dijo un estudiante de 19 años que esperaba pacientemente por Trump.
"¡Será fenomenal!", comentó Brian Carey, propietario de una compañía de construcción y quien mandó a instalar en el techo de su empresa un cartel enorme que dice: "Make America Great Again!" ("Recobrar la grandeza de Estados Unidos", el lema de Trump). Carey dijo que no está dispuesto a retirar el cartel.
Trump, en cambio, está lejos de preferir los locales pequeños que agradan al senador Ted Cruz en un intento por parecer más cercano a los electores.
Poco importa si la tradición política en New Hampshire es la de estrechar manos y hacerse fotos con electores en pizzerías y restaurantes. Fiel a su estilo, Trump simplemente alquiló el mayor espacio de la ciudad, el estadio Verizon Wireless Arena, con capacidad para 10.000 espectadores. Y todo, como el presentador se aseguró de recordar a los asistentes, pagado por Trump, de su propio bolsillo.
Y mientras Jeb Bush empieza sus reuniones con un juramento de lealtad, los seguidores de Trump compran comidas rápidas ygaseosa, como si estuvieran yendo a un partido de basquetbol o a un concierto de rock.
Mientras los electores se acomodan, en los altoparlantes suena a todo volumen Nessun Dorma, los Beatles o Elton John, éste último una preferencia un poco fuera de lugar. "¿Por qué tenemos que escuchar a este liberal rarito?", preguntó un elector.
Acto de poder
En otros países, los políticos hacen todo el esfuerzo posible para fingir que son personas normales, pero a Trump nada le gusta más que recordarle a todo el mundo cuán rico y exitoso es.
Más que cualquier otra cosa, su acto de campaña proyecta poder. El escenario es decorado con un cartel que en rojo, blanco y azul repite su lema de campaña (Make America Great Again!) y una serie de banderas estadounidenses que se ven muy presidenciales.
Cuando ya todos están sentados, el presentador pide al público que por favor no use la violencia en caso de protestas. Claramente, estamos ante el inicio de una noche diferente.
Instantes previos a la llegada del astro de la noche, un video exhibido en una pantalla incluye una retrato de familia en un cuarto dorado, con su hijo menor montado en un león embalsamado.
Y en el instante en que aparece, el público parece perder la razón. Están cautivados. Cuanto más insulta a países y personas a quienes culpa por los males de Estados Unidos, más lo aman.
¿Puede uno imaginarse a un político llamar a otro "cagón"? Trump lo hizo con Cruz. Durante el acto público, una mujer de la audiencia gritó algo sobre Cruz, y Trump no dejó pasar la oportunidad. "Ella está diciendo que él (Cruz) es un cagón. ¡Eso es terrible!", gritó Trump abriendo los brazos en un gesto de falsa indignación, en medio de una enorme ovación y silbidos de aprobación.
Sus propuestas son tan conocidas que ya son incluso usadas para dialogar con las multitudes. "¿Quién va a pagar el muro?", preguntó al público. "¡México!", respondió el estadio entero en una sola voz, para luego iniciar el coro "¡USA!, ¡USA!, ¡USA!"
Es evidente que resulta fácil burlarse del candidato y sus seguidores. A cada paso ha roto todas las reglas sobre campañas electorales, y sin embargo de alguna forma sigue al frente de los aspirantes republicanos.
Es necesario presenciar uno de sus extraordinarios actos de campaña para que el motivo se haga evidente. Mientras analistas en Washington y Nueva York ven a Estados Unidos como un rompecabezas de rojo y azul, o estados demócratas y republicanos, o de votantes negros y ciudades industriales, muchas personas están cansadas de ser vistas como bancos de voto, cuyas urnas sirven cada cuatro años y después son olvidados.
Estadounidenses privados de derechos se acercan a Trump porque se han alejado de la política al tiempo que él les ofrece fama. Sienten resentimiento hacia los políticos profesionales, los medios de comunicación y hacia todo el sistema. En varias ocasiones ocurrió que personas de la audiencia a quienes me acerqué se negaron a hablar con una periodista.
Menos política y más espectáculo
Es un hombre de espectáculo que ocupa el escenario como un astro de rock, y mantiene electrizados a sus interlocutores. Su fórmula es menos política y más espectáculo, y por ser espectáculo ninguno de sus adversarios políticos profesionales tiene idea de cómo enfrentarlo.
En un país tan grande, verse bien en la televisión es vital para ganar elecciones, especialmente si uno quiere ser presidente. La estrategia de campaña de Trump fue retirarle todo el oxígeno disponible a los otros aspirantes republicanos apareciendo diariamente en los programas periodísticos de la mañana, insultando a sus adversarios o atacando a los musulmanes, los mexicanos, las mujeres, los discapacitados o cualquiera que se le cruce en el camino.
Se trata de un multimillonario ultra famoso que logra que la gente crea que puede transferirle un poco de su éxito con tan solo su cercanía.
Su audiencia generalmente está compuesta por trabajadores blancos, alarmados con el deterioro de la imagen del país en el mundo. Algunos están desempleados o tienen que hacer enormes esfuerzos para llegar a fin de mes en una ciudad aburrida. Pero Trump llega, les arroja por encima un poco de polvo mágico y se los mete en el bolsillo.
Trump es suficientemente inteligente para identificar los problemas y los miedos de muchos estadounidenses. Pero sus oponentes coinciden en que él no tiene ninguna de las respuestas.
Jennie Matthew es corresponsal de AFP en Nueva York. Síguela en Twitter