Creyendo que se trata de un disfraz de Halloween, dos estudiantes posan junto al autor de los crímenes racistas en Trollhättan poco antes de que sembrara el terror con su espada en una escuela el 22 de octubre de 2015 (AFP)

De Gaza a Suecia: cubrir la violencia

Trollhättan, Suecia, 25 de noviembre 2015 – Me di cuenta de que estaba en otro mundo cuando me precipité a cubrir un ataque mortal en una escuela y mi hija ni siquiera se me pasó por la cabeza.

Soy de la Franja de Gaza, donde trabajé para AFP durante varios años. Desde mayo pasado, he estado de licencia no remunerada en Suecia, para ayudar a mis hijos a recuperarse de los traumas de la última guerra. Yo tenía muchas ganas de trabajar como periodista fuera de Gaza y había pedido al jefe de la oficina de AFP en Estocolmo que me tuviera presente si necesitaba refuerzos. 

Y cuando, el 22 de octubre, me envió un mensaje preguntándome si podía ir a cubrir un ataque a una escuela en la ciudad de Trollhättan, en el suroeste, inmediatamente dije que sí.

Los estudiantes y sus padres evacúan la escuela Kronan de Trollhättan tras el ataque el 22 de octubre de 2015 (AFP)

Yo ni siquiera sabía que había habido un ataque. Sentí cómo aumentaba mi adrenalina. Trollhättan está a una hora y media de ruta de la pequeña ciudad de los alrededores de Göteborg, donde vivíamos. Me subí a un taxi y cuando estábamos en camino llamé por teléfono a mi marido para contarle que me había ido.

“¿Un ataque a una escuela? ¿En Suecia? ¿Llamaste a la escuela de Yara?”, me preguntó, refiriéndose a mi hija de 8 años.

Quedé petrificada. En el apuro, mientras estaba tratando de resolver cómo llegar al lugar de los sucesos, ni siquiera pensé en telefonear a la escuela de mi hija Yara y de su hermano Jad para asegurarme de que todo estaba bien.

¡Qué diferencia con Gaza!

La policía sueca acordona la escena del crimen en la escuela Kronan de Trollhättan, el 22 de octubre de 2015 (AFP / Jonathan Nackstrand)

En ese estrecho pedazo de tierra golpeado por la violencia desde hace años, mis hijos eran mi primera preocupación cuando tenía que salir a cubrir bombardeos y combates, lo que podía ocurrir a cualquier hora del día o de la noche.

Cuando recibía una llamada de la oficina y tenía que dejar cualquier cosa a un lado para ir a hacer una cobertura, a menudo dejaba a mis niños en la casa de mi madre de camino. Gaza es pequeña y la posibilidad de que una bomba o un misil cayera sobre tu casa no se podía descartar. A menudo, me sentía egoísta y culpable por separarme de ellos en situaciones peligrosas.

“Sólo nos veremos en el Paraíso”

Una vez, durante la última guerra, en 2014, tuve que ir a la oficina en medio de intensos bombardeos. Mi hija me rompió el corazón cuando, abrazándome con todas sus fuerzas cuando me estaba por ir, me dijo: “No te vayas, mamá. Si sales, te van a matar y sólo nos veremos en el Paraíso”.

Pero ese día no podía trabajar desde casa. La electricidad estaba cortada y tenía que ahorra la batería de mi computadora para poder utilizarlo por la noche.

Para ser honesta, creo que además quería salir, escapar, para no ver el terror en los ojos de mi hija cada vez que sonaba una explosión. Había una cada pocos minutos. Me sentí impotente, el hecho de ir a trabajar era mi forma de escapar.

“Los israelíes no apuntan a periodistas”, le dije para tratar de calmarla mientras me dirigía a la puerta. “Tengo un cartel que dice prensa en mi coche, así que voy a estar bien, no te preocupes. No me va a pasar nada”.

Pero ella no era tonta.

Un misil cae en la ciudad de Gaza el 23 de agosto de 2014 (AFP / Roberto Schmidt)

La última guerra fue especialmente dura para mí, tanto como periodista como en el aspecto. El asistente administrativo de AFP en Gaza murió, yo tuve que salir de mi casa y mudarme a casa de mi hermana, mi marido estaba fuera de la ciudad cuando el conflicto estalló. Mi hija estaba traumatizada. Ella no podía estar sola ni un instante, estaba demasiado asustada. Ni siquiera podía ir al baño sin estar acompañada. Su hermano, un poco más pequeño, estaba aterrado también pero mucho menos consciente de lo que estaba ocurriendo.

Una niña palestina come entre los escombros de su casa en Gaza el 2 de agosto de 2014 (AFP/ Mahmud Hams)

Miedo de estar sola en clase

Cuando surgió una oportunidad de partir a Suecia, de sustraernos a la violencia y la permanente tensión de Gaza, mi marido y yo decidimos aprovecharla. Pero incluso una vez allí, no fue fácil. Mi hija tenía miedo de ir a la escuela, creía que sería bombardeada. Al principio tuve que volver a Gaza por una temporada y mi marido tuvo que permanecer en un lado del salón de clases durante tres meses acompañándola. Al menor sonido del paso de un helicóptero, entraba en pánico.

Nos sentimos muy mal por irnos a Suecia para escapar de la violencia de la Franja de Gaza dejando a nuestra familia allí. Los palestinos tienen un fuerte sentido de lo familiar. Yo no podía dejar a los niños en la casa de mi madre, contar con los vecinos para echarles un vistazo mientras jugaban afuera o verlos disfrutando con su montón de primos en alguna grande y ruidosa reunión familiar.

Palestinos lloran la muerte de seres queridos tras un ataque al hospital Al Shifa de Gaza, el 28 de junio de 2014

Garantizar el bienestar y la seguridad de mis hijos fue la principal razón para mudarnos a Suecia, y heme aquí yendo a cubrir un ataque en una escuela sin que mis hijos me pasaran ni un segundo por la cabeza, sin tener el reflejo de hacer una llamada por precaución a su escuela.

En Gaza la violencia es una parte constante de la vida, y es tan pequeño su territorio que vivimos permanentemente con la angustia de que esa violencia afecte a tus seres queridos. Pero en Suecia, tan tranquila y segura, es imposible imaginar que la violencia nos pueda tocar.

Máscara de Darth Vader y casco alemán

En Trollhättan, una ciudad industrial de 57.000 habitantes donde reside una importante comunidad inmigrante, un ataque racista el 22 de octubre se cobró la vida dedos personas. El atacante de 21 años, Anton Lundin-Pettersson, completamente vestido de negro, usando una máscara de Darth Vader y un casco militar alemán de la II Guerra Mundial, sembró el terror en una escuela que recibe a unos 400 alumnos de entre 6 y 15 años, la mayoría de origen extranjero, en un barrio desfavorecido.

Una alumna es sacada de la escuela de Trollhättan tras el ataque el 22 de octubre de 2015 (AFP / TT News Agency/ Bjorn Larsson Rosvall)

Armado con una espada, comenzó posando en fotos con estudiantes que creían que era una disfraz de Halloween. Luego fue pasando de un aula a otra buscando a los “piel oscura”, matando a un estudiante y un auxiliar escolar e hiriendo a dos personas más.

“Llamó a la puerta. Un estudiante abrió. El chico no dijo una palabra, simplemente se lanzó al ataque con su espada. El estudiante gritó: ‘¡Oh, miren, me cortó!’ Ninguno de sus compañeros le creyó hasta que vieron la sangre que le chorreaba”, me contó uno de los alumnos presentes. El asesino fue finalmente abatido a tiros por la policía, que lo ubicó en la escuela siguiendo las gotas de sangre que dejaba caer su arma. La investigación terminó describiendo a un joven solitario, fascinado por la guerra, por Hitler y el nazismo.

Habitantes de Trollhättan se manifiestan contra el racismo delante de la escuela Kronan al día siguiente del ataque el 23 de octubre de 2015 (AFP/ Jonathan Nackstrand)

Violencia con impactos diferentes

Cuando llegué a la escuela, varias decenas de personas estaban reunidas en la calle, detrás del perímetro de seguridad. Muchos hablaban árabe y yo me sentí un poco como en casa. Pero hasta ahí llegan los parecidos. Todo el mundo parecía estar en shock. La escena me parecía una especie de película de Hollywood. Era muy diferente a las situaciones de violencia que estaba acostumbrada a cubrir en Gaza, donde es raro ver policías uniformados en los lugares de los ataques y las personas que se acercan nunca se quedan a un lado. Se amontonan entre los escombros, tratando de ayudar a los heridos y recoger los cuerpos.

Yo comencé a hablar con los testigos, todos estaban sorprendidos, tristes y asustados. Ese fue otra notable diferencia: la violencia no tiene el mismo impacto aquí que en Gaza.

Delante de la escuela de Trallhattan el 23 de octubre de 2015 (AFP / Jonathan Nackstrand)

Por supuesto que en Gaza la gente se entristece y sufre cuando pierde a sus familiares o amigos. Pero rara vez se muestran conmocionados o sorprendidos. Era muy común para mí entrevistar a alguien que acababa de perder un hijo y que dijera. “Estoy orgulloso, es un mártir, estoy dispuesto a sacrificar todos mis hijos por Palestina y por Dios”.

Nada que ver con lo que ocurría en Trollhättan. Amal Ahmad, una iraquí de 37 años madre de un estudiante de la escuela estaba de pie fuera del edificio con un cartel que decía “Varfor” (Por qué).

“Tengo miedo y me preocupan mis hijos”, dijo. “No quiero que nada les haga daño”.

“Soy de Irak. Salimos de nuestro país buscando seguridad aquí en Suecia, no queremos violencia”.

Creo que lo la lección más importante de mi experiencia de cubrir el ataque racista en Trollhättan fue que la violencia es horrible en todas partes, pero su impacto depende del lugar dónde ocurre.

En Gaza, donde la violencia es el pan de cada día, provoca ira, frustración y a menudo se vive como un desafío. En la apacible Suecia, no encontré más que tristeza, miedo y abatimiento.

Mai Yaghi es periodista de AFP, excorresponsal en Gaza, actualmente residiendo en Suecia. Este blog fue escrito junto con Yana Dlugy (@yanadlugy) en París