El cosmonauta ruso Oleg Kononenko se despide de su familia el 21 de julio de 2015, un día antes de dejar Bainkonur hacia la Estación Espacial Internacional (AFP / Alexander Nemenov)

3, 2, 1... Despegue hacia las estrellas

BAIKONUR, Kazajistán, 31 de julio de 2015 – “Pero, ¿qué está pasando en Kyzylorda? Usted es el quinto al que veo pasar con una cámara”. Es el agente de seguridad del aeropuerto de Moscú el que me interroga, intrigado por este desfile de periodistas hacia el sur de Kazajistán.

Estoy camino al cosmódromo de Baikonur donde, dentro de 48 horas, veré partir al ruso Oleg Kononenko, al estadounidense Kjell Lindgren y al japonés Kimiya Yui hacia la Estación Espacial Internacional. Mi colega fotógrafo Alexander Nemenov, con quien viajo, perdió ya la cuenta de sus coberturas de lanzamientos espaciales. Pero para mí será la primera.

La estepa kazaja desde el aire (AFP / Paul Gypteau)

Tras tres horas de vuelo, el avión inicia su descenso. A través de la ventanilla se ve la estepa. No es hasta que comienza el aterrizaje que se distingue la pista de Kyzylorda. Aún falta recorrer 250 km de carretera para llegar a Baikonur.

Caballos y dromedarios salvajes

"Esta es la autopista que une Europa a China", nos dice orgulloso nuestro conductor, Mujtar, al ingresar a ella. En su Kia negro, con 15.000 km en el contador, los parasoles y los apoyacabezas aún están cubiertos con el plástico de fábrica.

El sol parece derretir el asfalto. En el horizonte, al final de esta línea interminable, la ruta y el cielo parecen mezclarse en un extraño mar imaginario. A uno y otro lado de la carretera hay vacas, manadas de caballos salvajes y dromedarios. La vegetación se va reduciendo a medida que nos acercamos al cosmódromo.

La plaza Lenin en el centro de Baikonur, con las oficinas de la agencia espacial rusa Roskosmos a la izquierda y a la derecha el hotel donde se alojaban los periodistas (Paul Gypteau)

En la entrada de Baikonur un autobús espera a los periodistas. No es posible penetrar por cuenta propia las fronteras de esta ciudad cerrada, vigilada y administrada por Rusia. En este lugar, desde donde despegó Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al espacio en 1961, tenemos que mostrar las credenciales.

Unidad de élite rusa con fusiles colgados

El autobús finalmente se interna en la fortaleza. La seguridad ha sido reforzada para la rueda de prensa antes del despegue, con detectores de metales y la presencia disuasiva de una unidad de élite del ministerio de Interior ruso bautizada "Scorpion", con sus fusiles colgados.

Un gran vidrio separa al público de los astronautas, en cuarentena para evitar cualquier posible contaminación. Una cuarentena relativa o aleatoria: una organizadora va y viene entre las dos salas...

El estadounidense Kjell Lindgren, el ruso Oleg Kononenko y el japonés Kimiya Yui saludan al público unas horas antes del despegue del cohete Soyuz desde el cosmódromo de Baikonur en Kazajistán el 22 de julio de 2015 (AFP / Alexander Nemenov)

En la pequeña sala se encuentran, junto a los periodistas, familiares y parientes de los astronautas y una horda de admiradores, algunos venidos de muy lejos. Los fans japoneses son los más numerosos. Más tarde me explicaron que Kimiya Yui en Japón es considerado un héroe nacional. 

Construida desde cero en 1950

Al día siguiente tenemos tiempo libre hasta el final de la tarde. Aprovecho para curiosear por la ciudad. Construida desde cero en el medio del desierto en la década de 1950, Baikonur tiene en la actualidad cerca de 35.000 habitantes. Un proyecto estratégico y top secret iniciado al comienzo de la conquista espacial y la carrera armamentista con los estadounidenses. El nombre de Baikonur fue tomado de un pueblo minero a unos cientos de kilómetros de distancia de aquí para engañar a los espías y confundir.

Afiche en una calle de Baikonur, en julio de 2015, “A la gloria de Yuri Gagarin, el primer cosmonauta del planeta. 12 de abril de 1961” (Paul Gypteau)

La ciudad cumple este año 60 años. En las calles se han instalado pancartas y carteles de “Feliz Cumpleaños” para conmemorar el evento. Desde su creación, casi nada parece haber cambiado.

Como en toda ciudad soviética, Lenin tiene su estatua y su plaza. Toda la vida local gira en torno a los lanzamientos espaciales, y de la actividad que generan: los nombres de las calles, de las tiendas y de los cafés, por no hablar de la arquitectura. 

Aquí un restaurante llamado "Cielo estrellado", allá un cohete Protón tamaño real levantado en un parque, fotos de archivo, mosaicos y estatuas en honor de los cosmonautas soviéticos... y los dirigentes de la época.

Y, por supuesto, el omnipresente Gagarin, símbolo de la conquista espacial soviética y fuente de un enorme orgullo nacional, representado en estatuas, pinturas y mosaicos.

Habitantes de Baikonur se refrescan al borde del río Sir Daria al atardecer en julio de 2015 (Paul Gypteau)

Entre los pocos hoteles que acogen a visitantes y periodistas hay una biblioteca, una oficina de correos, una piscina, algunos cafés y restaurantes. En Baikonur reina una atmósfera extraña. Y para los jóvenes que crecen aquí, nos imaginamos una falta total de perspectivas.

Verano a 50 grados

Este día sofocante hay pocas personas en las calles. Con temperaturas que rondan los 50 grados en verano, los residentes se esconden en sus casas con aire acondicionado y salen recién cuando se pone el sol.

Aún faltan ocho horas para el despegue. Los espacionautas dejan su hotel y la prensa se enfila hacia la plataforma de lanzamiento. Nuestro autobús avanza flanqueado por un brillante crepúsculo rojo a la izquierda y la estepa desierta a la derecha.

El estadounidense Kjell Lindgren, el ruso Oleg Kononenko y el japonés Kimiya Yui dejan su hotel antes del despegue en Baikonur el 22 de julio de 2015 (AFP / Alexander Nemenov)

Última etapa: la presentación de los cosmonautas en trajes espaciales. Uno por uno, se introducen en sus asientos inclinados hasta la horizontal sobre sus espaldas, con las piernas levantadas en ángulo recto, rodeados de una docena de técnicos y médicos que realizan una serie de pruebas bajo la mirada de los periodistas. La escena es surrealista.

Fuera, en el parking, se amontonan los curiosos. Fieles a su fervor del día anterior, los japoneses han desplegado enormes pancartas en honor a Kimiya Yui, y una veintena de ellos viste kimonos con su rostro.

El estadounidese Kjell Lindgren se realiza pruebas unas pocas horas antes del despegue en Baikonur el 22 de julio de 2015 (AFP / Alexander Nemenov)

Una hora más tarde, los tres héroes atraviesan esta congregación bajo aplausos. Resta un corto paseo en traje espacial hasta llegar a un puñado de representantes de sus respectivos países y confirmarles que están "listos" para ir al espacio. Un ritual inamovible que es parte de una larga serie de ellos que se repiten sin cambios desde la partida de Gagarin, por superstición y para cargarse de buena suerte. Los cosmonautas suben a su autobús. Son las 12H10. El despegue es en casi tres horas.

El japonés Kimiya Yui deja el hotel antes de despegue, en Baikonur, Kazajastán, el 22 de julio de 2015 (AFP / Alexander Nemenov)

Al igual que ellos, enfilamos en dirección del lugar de lanzamiento.. Yo viajo con mi cámara, mi trípode, la computadora y el transmisor satelital  -unos 30 kilos, lo que pesa la autonomía aquí en la estepa.

Paulatinamente y a medida que uno se aleja del autobús, la oscuridad se convierte en total. Todos sacan su lámpara frontal salvo yo, que no había previsto este pequeño desafío. La linterna de mi teléfono se encarga. Objetivo: evitar caer en un agujero.

En el corazón de Baikonur

El punto de observación es un ruinoso promontorio de hormigón armado, al que se accede por una pendiente empinada y resbaladiza de escombros. La rampa de lanzamiento se encuentra justo en frente de nosotros, a 1.200 metros. El cohete Soyuz se encuentra en medio del lugar, majestuoso. Detrás de mí, dos enormes antenas con cuatro parabólicas gigantes.

Los periodistas en la oscuridad sobre el punto de observación de Baikonur antes del despegue el 22 de julio de 2015 (Paul Gypteau)

No hay duda de que estamos en el corazón de cosmódromo. La salida está prevista en más de dos horas, pero la carrera continúa. El tiempo arrecia y aún tengo que montar y transmitir las imágenes que tomé a lo largo de toda la noche y que deben llegar a nuestros clientes antes del despegue. Termino a las 02H50. El despegue comienza en 10 minutos.

El cielo está despejado, las estrellas brillan imponentes, el viento barre la estepa y refresca el ambiente.

Mentalmente ensayé este desafío técnico: la plataforma de lanzamiento pasará en un instante de la oscuridad a una luz tan fuerte como el sol. Debemos seguir el movimiento del cohete que se eleva mientras ajustamos el brillo sin hacer ningún movimiento en falso.

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Las instrucciones de un ingeniero del centro de control espacial rompen el silencio del desierto. Como un viejo altavoz en el andén de una estación. Tres, dos, uno... A lo lejos un rugido sordo corta el aire, yo pulso “Rec”, los brazos articulados que sujetan el cohete se desarman, los reactores lanzan llamas.

En mi pantalla, el pequeño punto negro en la distancia se enciende: el cohete Soyuz despega. Son las 3 horas, 2 minutos y 45 segundos: el timing previsto. Pasa menos de un minuto treinta entre que se ve el fuego y desaparece el punto luminoso en la atmósfera. Diez minutos más tarde, las imágenes están en el hilo de video de AFP.

Sobre las seis de la mañana llegamos a nuestro hotel. A lo lejos el halo rojo de las primeras luces del alba. Dos horas y media más tarde, nuestros astronautas ocupan sus lugares a bordo de la Estación Espacial Internacional. A 402 kilómetros por encima de nuestras cabezas.

Paul Gypteau es periodista de AFPTV radicado en Moscú.

El cohete Soyuz despega hacia la Estación Espacial Internacional el 22 de julio de 2015 (AFP / Alexander Nemenov)