No somos bienvenidos en Madre de Dios

Juan CASTRO OLIVERA

Un cartel en el ingreso a un campamento minero en Madre de Dios en noviembre de 2014 (Juan Castro Olivera)

PUERTO MALDONADO, Perú, 5 de diciembre de 2014 - Había mucho para mostrar y contar en Madre de Dios. Pero no éramos bienvenidos. Esa bellísima región de la Amazonía peruana, cerca de la frontera con Brasil y conocida como la capital de la biodiversidad, hoy es símbolo de la peor destrucción de la naturaleza por el mal uso de lo que nos ofrece generosamente.

Tiene un nombre que algunos asocian a la Madre Tierra, la Pachamama que adoran desde tiempos antiguos los habitantes andinos. 

Explosivos usados en zonas de extracción ilegal de oro en Mega 13, Madre de Dios, en enero de 2014 (AFP / Sebastián Castañeda)

El oro abundante hace aún más rica esa tierra inundada de bosques y ríos. El oro abundante genera ambiciones oscuras y contrastes. Tierra muy rica con gente muy pobre.

La explotación descontrolada de la naturaleza muestra que la belleza puede convertirse rápidamente en algo horrendo.

Un hombre cruza un riachuelo contaminado por el mercurio usado para sacar oro en la mina Mega 13, en Madre de Dios, el 25 de enero de 2014 (AFP / Sebastián Castañeda)

Cifras oficiales dicen que unas 50.000 hectáreas de bosque amazónico ya han sido destruidas en Perú.

Hemos visto la densidad del bosque devorado por máquinas excavadoras que abren espacios para sacar grandes cantidades de tierra. Tras lavarse con agua, quedará un fino polvo de oro que el mercurio ayudará a amalgamar.

Hemos visto la selva ultrajada, inundada de inmensas lagunas contaminadas de mercurio. Imaginar el retorno de ese paisaje a lo que fue es imposible.

Huepetue, campamento minero convertido en pueblo, noviembre de 2014 (Juan Castro Olivera)

Los campamentos mineros de Madre de Dios se convierten de a poco en pequeños pueblos que se han extendido junto a varios ríos de esta región amazónica. El proceso de extracción de oro no se detiene y en cada puesto trabajan día y noche en horarios rotativos.

Muchos de esos sitios son impenetrables. Cuando ingresa un extraño es inmediatamente detectado y corre peligro de pronta muerte. Cada semana aparecen cadáveres tirados por el suelo, abandonados por días, sin que nadie dé explicaciones, nos cuentan pobladores de la zona y delegados de varias ONG que trabajan en el lugar. La ausencia policial se paga con kilos de oro que juntan entre los mineros. Allí no hay ley. Pero si hay una norma no escrita: el silencio y la impunidad beneficia a todos.

Compra de oro y envíos a todo destino en Huepetue, noviembre de 2014 (Juan Castro Olivera)

Hay pequeños bares que funcionan las 24 horas donde muchas veces el alcohol conduce a violentas peleas. Los mineros se pelean a menudo. Se roban el oro entre ellos o se enfrentan por mujeres. La prostitución, la trata de personas, y criminales fugados que encontraron allí refugio, completan un cóctel letal.

 

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En los campamentos mineros de Madre de Dios no quieren a los periodistas. Detestan que estemos allí para informar sobre contaminación, destrucción y crímenes. Tan evidentes que no hay cómo mirar a otro lado.

Campamentos en zonas de extracción ilegal de oro en Mega 13, región Madre de Dios, en enero de 2014 (AFP / Sebastián Castañeda)

"¿Para que han venido? Ustedes no van a decir nada bueno", increpa un minero y llama a otros a que se acerquen. "Van a dejarnos sin trabajo. Tenemos familias. Váyanse", nos piden de forma violenta.

Las lagunas de relave del oro inundan la zona con mercurio, noviembre de 2014 (Juan Castro Olivera)

Nos exigen que borremos las fotos que hemos tomado y las imágenes de video grabadas. Nos rodean y nos amenazan. Varios toman piedras del suelo. Golpean a nuestro fotógrafo antes que logremos alcanzar el auto y escapar.

Más tarde recorremos el río Madre de Dios. Contaminado por los efluentes de agua con mercurio que lanzan los campamentos mineros en toda la zona. 

Barcas de pescadores amarradas en un muelle en la ciudad de Puerto Maldonado, a orillas del río Madre de Dios (AFP / Cris Bouroncle)


Desde canoas delgadas los pescadores lanzan sus redes. Llegamos hasta un mercado de frutos donde varias barcazas descargan banano, bolsas de papa, carbón. Todos trabajan. La madre no tiene horas para ser sólo madre y carga al niño junto con los atados de bananas. El abuelo no tiene edad para retirarse y trepa un barranco cargando cocos que más tarde intentará vender.

Una madre carga bananas y a su hijo, noviembre de 2014 (Juan Castro Olivera)

La vida del mercado nos devuelve la hermosura del Amazonas natural. Allí no hay oro. Allí no hay riesgos.

Juan Castro Olivera es jefe de Redacción para Perú y Bolivia en la oficina de AFP en Lima.