En la NYFW, sin miedo al ridículo

"¡Salta el charco, Susie, salta! ¡Mójate los pies para la foto, por favor!". Más de una decena de paparazzi se arremolinan en una calle de Chelsea en torno a una joven asiática vestida con jeans deflecados y una falda superpuesta de gasa transparente naranja flúo, con hileras de pequeños volantes fruncidos.

Ambas acabamos de salir de un loft blanco inmaculado frente al río Hudson en un soleado mediodía de verano, tras asistir al desfile de la marca española Delpozo, conocida por sus sofisticadas piezas de construcción cuasi arquitectónica.

Una modelo exhibe una creación de la marca española Delpozo en la New York Fashion Week, el 13 de septiembre de 2017 (AFP / Slaven Vlasic)
Detalle de una creación de la marca española Delpozo en la New York Fashion Week, el 13 de septiembre de 2017 (AFP / Slaven Vlasic)

En la calle, la joven salta el gran charco de agua de lluvia riendo y cae dentro, mojándose graciosamente sus zapatillas Nike de suela transparente, para deleite de los fotógrafos. "¿Quién es ella?", pregunto a uno de los fotógrafos que la persigue esquivando el tráfico y gritándole su nombre. "¿Una bloguera?"

 

"¡No es una simple bloguera, es LA bloguera! ¡Susie Style Bubble! ¡Todos los demás blogueros quieren ser como ella!", me responde con cara incrédula, como si estuviese tomándole el pelo.

La bloguera Susie Style Bubble en la New York Fashion Week 2017 (AFP / Laura Bonilla)

Bienvenidos a la New York Fashion Week, la fiesta bianual de la moda de una de las mayores metrópolis del mundo, un circo donde prácticamente toda la especie humana está representada.

Hay diseñadores, hay artistas, hay celebridades, hay supermodelos. Hay empresarios, hay compradores de grandes tiendas y pequeñas boutiques, hay expertos en lanzar marcas y alistar colecciones. Hay blogueros de moda y otras tribus: 'influentiers', 'trend-setters', 'wanna-bes', 'attention-seekers', es decir, personas que influyen en la moda, que imponen tendencias, que buscan fama, que quieren captar la atención. Sin hablar de los curiosos que esperan horas en la puerta para sacarse una 'selfie' con un famoso, paparazzi y periodistas.

Todos celular en mano, 'instagrameando' cada look que llama la atención, cada celebridad que avistamos.

Los periodistas somos en general los que tratamos de pasar desapercibidos, de ropa discreta y zapatos cómodos, bloc y bolígrafo en mano. 

Entrada a un desfle de la New York Fashion Week, el 13 de septiembre de 2017 (AFP / Mike Coppola)
Desfile de Tumbler And Tipsy By Michael Kuluva fashion, en la New York Fashion Week, el 13 de septiembre de 2017 (AFP / Mireya Acierto)

Pues, ¿cómo se viste uno para cubrir la NYFW?

 

El consejo de mi colega Thomas Urbain, un veterano en el tema, fue clave para mi primera NYFW, en febrero pasado, cuando recién llegada a la mayor ciudad de Estados Unidos puse por primera vez un pie en el mundo de la moda luego de dos décadas de coberturas principalmente políticas, diplomáticas y económicas.

"No trates de impresionar a nadie. Y vístete de negro", me dijo cuándo le consulté un poco en broma sobre la posibilidad de llevar a mi primer show, de Kate Spade, una vistosa capa de más de 100 años, bordada a mano, que heredé de mi tía abuela.

Imagen de la capa bordada a mano y de la acreditación del desfile de Delpozo, en la New York Fashion Week 2017 (AFP / Laura Bonilla)

No sabía aún que una gran tormenta de nieve, granizo y lluvia helada, con temperaturas bajo cero y gélidos vientos, azotaría la isla de Manhattan durante toda la semana.

Les han dicho seguramente que para ser periodista uno debe superar la timidez y toda vergüenza.

(AFP / Laura Bonilla)

Es muy cierto, y esta frase posiblemente alcanzó para mí sus máximos niveles cuando tras un recorrido pesadillesco a pie y en metro desafiando la naturaleza debí enfrentarme en el 'backstage' de un desfile a un refinado diseñador de alta costura vistiendo un horroroso pero abrigado anorak negro largo hasta el piso, que se asemejaba a un saco de dormir empapado, y unas botas de nieve de 20 dólares compradas de urgencia durante un Foro de Davos, manchadas de moho tras pasar cinco años en un armario de Rio de Janeiro.

Nací y crecí en Uruguay, un pequeño país de tres millones de habitantes donde todos se visten de manera bastante sobria y parecida -en general tratando de imitar las tendencias de la moda argentina-, y la diferencia se castiga habitualmente con la burla o el desprecio.

Imagen de la colección de Ego Soleil, en la New York Fashion Week, el 14 de septiembre de 2017 (AFP / Andrew Toth)

En Washington DC, donde viví después varios años, banqueros, diplomáticos y funcionarios de gobierno se visten de manera clásica, por no decir aburrida. Blusas y vestidos sin mangas, mostrar los talones o los dedos de los pies y no usar pantis puede ser considerado un pecado. Vivir en París tras esa censura sartorial fue refrescante, y aprendí a admirar la sobria elegancia de las francesas. Años más tarde, en Rio de Janeiro, constaté que un par de Hawaianas y un pequeño bikini son los mayores íconos de la moda brasileña.

Por eso en Nueva York, con sus 8,5 millones de habitantes llegados de cada rincón del planeta, vivo con la boca abierta cada vez que pongo un pie en la calle, sobre todo durante la Semana de la Moda, cada febrero y septiembre. Aquí todos quieren exhibir su individualidad, ser diferentes.

Imagen de las calles de Nueva York, durante la NY Fashion Week, en septiembre de 2017 (AFP / Mike Coppola)
 
Imagen de las botas de un joven en la entrada de un desfile de la NY Fashion Week, en septiembre de 2017 (AFP / Mike Coppola)

 

En las calles o en las pasarelas de Chelsea, el West Village o el Soho, donde en general se celebran los desfiles, se apila una fauna tan diversa como fascinante, con tantos estilos como personalidades.

Los hay elegantísimos y sofisticados, los hay audaces, y los hay francamente ridículos. Pero qué divertidos son todos.

He visto de todo un poco, desde hombres vestidos enteramente de fucsia o amarillo yema, de pies a cabeza, con gigantescos lentes redondos de grueso marco negro o bastones usados como adornos, hasta otros de carterita Gucci y pasamontañas rosa, estilo subcomandante Marcos en clave romántica. Hay hombres de tacos altísimos, mujeres de pantuflas peludas, de vestidos transparentes que dejan ver las bragas, de enteritos dorados pegados al cuerpo y pelucas afro rubias, de gordos abrigos de piel blanca como bolas de nieve pese a los 30ºC.

(AFP / Laura Bonilla)
(AFP / Laura Bonilla)

Se ha sentado a mi lado en el desfile de Custo Barcelona un hombre de más de 70 años, tez bronceada, largas mechas blancas, chaqueta de lentejuelas doradas y sombrero vaquero de piel de serpiente. Le sacan fotos, es un famoso que no conozco. ¿Será un rockero? El anciano escribe un mensaje de WhatsApp en su iPhone con mano temblorosa. Puedo leerlo, y ver su firma: Jim Goldstein. Lo googleo sin que se dé cuenta en mi propio teléfono, mientras nuestros muslos se tocan. Es un millonario superfanático de la NBA conocido por su extravagante estilo.

Jim Goldstein (I) junto a Custo Dalmau (C), diseñador y fundador de Custo Barcelona, en la NY Fashion Week, en septiembre de 2017 (AFP / Laura Bonilla)
 
Detalle de la NY Fashion Week, septiembre de 2017 (AFP / Mike Coppola)

 

Lo mejor llega en general al final del desfile (aunque a veces es antes). Tras los aplausos y el recorrido de todos los looks por la pasarela, corremos tras bambalinas a entrevistar al diseñador esquivando modelos semidesnudas -y a veces totalmente desnudas- y amigos y famosos que quieren felicitar al artista.

 

Las entrevistas con los grandes creadores son muy cortas, en general de 3-4 minutos, pero al menos son exclusivas.

(AFP / Andrew Toth)
Backstage del show de Maison The Faux, en la NY Fashion Week, el 8 de septiembre de 2017 (AFP / Andrew Toth)

A veces pasan cosas inesperadas. La colección del joven creador mexicano Víctor Barragán, un talento emergente de la NYFW que desafía los géneros, me ganó en sorpresa. "¿Ese es hombre, o es mujer?", pregunto a mi vecina de banco, una artista neoyorquina, cuando pasa una modelo de largo cabello vistiendo top, falda y tacos altas, pero con pelo en el pecho y en el abdomen.

En mi cabeza, solo pienso en qué palabras explican mejor lo que veo: ¿transgénero, travesti, afeminado, masculinizado? Luego sabré que su nombre es Richie Shazam, que es una estrella de las redes sociales, y que se niega a que lo encasillen en un solo género, ya que no se halla ni hombre ni mujer.

Richie Shazam desfila para Barragán en la New York Fahsion Week, el 12 de septiembre de 2017 (AFP / Frazer Harrison)
 
Richie Shazam en la NY Fashion Week, en septiembre de 2017 (AFP / Robin Marchant)

 

Y luego, correr a enviar el material, y luego a otro desfile, pensando en clave de drapeados, volantes, fruncidos, volumen, estructura, texturas, colores, estampas. O a una fiesta, pero hay tanto trabajo que la perspectiva de una resaca al día siguiente da pereza.

 

A veces, no obstante, una copa de rosé en la terraza, mirando el Hudson al atardecer, puede servir para inspirarse. Un pequeño privilegio de este oficio que nos abre las puertas del mundo de la creación y de una poderosa industria que aporta a Nueva York 900 millones de dólares anuales, para poder contarlo a otros.

En esta temporada, para mi último desfile, he juntado coraje y me he puesto la capa de mi tía abuela.

(AFP / Mireya Acierto)

 

 

Laura Bonilla