El centinela del norte
Lagos - Cuando tenía ocho años, la hija de Aminu Abubakar, corresponsal de AFP en Kano, la segunda ciudad más grande de Nigeria, le preguntó por qué trabajaba todo el tiempo. “Porque mi trabajo es contarle al mundo lo que está sucediendo aquí, le respondí”.
Para Aminu, quien acaba de cumplir los 50 años, “aquí” significa todo el norte de Nigeria: una región donde viven unos 100 millones de personas, arruinada tras 12 años de combates entre el ejército y los yihadistas de Boko Haram y con millones de desplazados. Rompe todos los récords de pobreza, sufrimiento y violencia.
La oficina de AFP está en el sur, en la animada urbe económica y cultural de Lagos, donde la vida no es fácil ni relajante y a veces incluso es peligrosa, pero para sus habitantes “el norte” es una tierra ajena y lejana. Y para la AFP, Aminu Abubakar es su centinela.
“Duermo cuando estoy seguro de que todo está tranquilo”, me dijo un día. A pesar de toda la admiración y respeto que tenemos por nuestro corresponsal en Kano desde hace 21 años, temblamos cada vez que el nombre de Aminu aparece en el visor de nuestros teléfonos. Sabemos que generalmente son malas noticias y que nos espera una larga noche.
Recuerdo muy bien el 31 de diciembre de 2016. Fue mi primera nochevieja de guardia para la AFP en Nigeria. Cuando faltaban 10 minutos para la medianoche, me preparaba para sacar el champán y los primeros fuegos artificiales iluminaban los cielos de Lagos, Aminu me mandó una historia para editar.
Se trataba de un intento de atentado suicida con una niña de unos 10 años que murió al explotar algunos metros antes de llegar al objetivo, una multitud reunida en la calle para celebrar el Año Nuevo, en Maiduguri, cuna del grupo islamista Boko Haram. "Ella murió instantáneamente", dijo a la AFP Grema Usman, habitante del barrio, quien agregó que hubo varios heridos, uno de ellos "muy grave".
¿Cómo respondes ese tipo de correo? ¿Diciendo Feliz Año Nuevo?
La triste verdad es que, lamentablemente, estamos acostumbrados a cubrir noticias muy sombrías. Demasiado acostumbrados, de hecho. A menudo las escribimos en la mesa de la cocina mientras escuchamos música Afrobeat. Pero también es cierto que no informamos sobre todos los asesinatos cuando el número de víctimas es inferior a 10. Si lo hiciéramos, no haríamos nada más que eso.
Este país de 200 millones de habitantes está plagado de conflictos, yihadismo, crimen organizado y piratería. Pero de ninguna manera esa es la historia completa. Nigeria también es un país enormemente diverso, dinámico y abierto, con las personas más orgullosas y curiosas que he conocido.
Su juventud es creativa e increíblemente talentosa; su clase media crece y es atractiva. Nigeria no se puede reducir a sus atrocidades, eso no sería justo.
Al mismo tiempo, odio decirle a Aminu: “No, no cubriremos ese ataque en Monguno o el sur de Kaduna que se cobró seis vidas”. Puedo sentir el incómodo silencio al otro lado del teléfono. Sé lo que está pensando. ¿Quién hablará de estas víctimas si la AFP no lo hace? Una vida significa tanto en Katsina como en Cotonou o en Lyon.
Desde el punto de vista editorial, es un difícil acto de equilibrio, que se complica aún más por el hecho de que la nación más poblada de África se hunde cada vez más en la pobreza extrema, lo que trae consigo una violencia inimaginable.
Creíamos que habíamos cubierto todo tipo de atrocidades. Fábricas de bebés donde se encierra a mujeres para procrear, niños suicidas con bombas, masacres a gran escala.
Pero desde hace tres meses, el horror ha alcanzado nuevos niveles, ya que gran parte de nuestros informes diarios tratan sobre secuestros masivos de niños para pedir rescate. Las bandas criminales están tomando cautivos a cientos de jóvenes inocentes para obtener dinero.
El primero, a principios de diciembre en Kankara, en el estado noroccidental de Katsina, donde hombres armados secuestraron a 344 niños, nos causó un verdadero shock.
Por supuesto, ya había ocurrido el caso de Chibok en 2014, cuando Boko Haram se llevó a 276 niñas de secundaria. Después de ese famoso caso, quizás no deberíamos habernos sorprendido tanto.
Sin embargo, cuando Aminu nos envió el primer video que mostraba el pedido de rescate filmado por los secuestradores, descubrimos que en lugar de ser estudiantes de secundaria como habíamos estado refiriendo, las víctimas eran en realidad niños pequeños. Debían tener entre ocho y 13 años y se veían agotados, con miedo en los ojos y los rostros cubiertos de polvo y arañazos. ¿Cómo podíamos estar preparados para eso?
Kola Sulaimon y John Okunyomih, fotógrafo y videoperiodista de la AFP basados en Abuja, tomaron un avión temprano para unirse a Aminu en Kano y luego viajaron a Kankara. El equipo se quedó casi una semana -el tiempo que se tardó en liberar a los niños- junto a padres preocupados o enojados y varias decenas de jóvenes que habían logrado escapar después del ataque.
Entrevistaron a un niño que había huido. Le mostró sus pies a John, nuestro videoperiodista. Sangraban porque los atacantes los habían obligado a caminar descalzos toda la noche. “Me emocioné, porque tengo dos niñas, tienen 13 y 10 años, y estaba pensando que podrían haber sido ellas”, dijo John, quien trabaja para la AFP desde hace más de tres años.
“Emocionalmente es difícil. Aparte de ser periodista, soy un ser humano, soy un padre. Y como padre hoy (en Nigeria), temo por mis hijos”.
Yo no estaba en el terreno, pero recuerdo claramente esa entrevista. Dejó un nudo en mi garganta. A menudo nos envían entrevistas como esa, por correo electrónico o WhatsApp, para agregar a nuestras historias. Es posible que no experimentemos de primera mano la tristeza y los sentimientos de los padres, pero nos golpea la violencia de la historia.
La preocupación por el bienestar de nuestros compañeros en el terreno es constante, no solo por su seguridad física sino también por el impacto psicológico de este tipo de coberturas.
Me afectaron particularmente las declaraciones de un padre angustiado tras el secuestro de 279 adolescentes en el estado de Zamfara a fines de febrero. Dijo que hubiera preferido que sus dos hijas estuvieran muertas a estar en manos de “delincuentes”. Dudamos sobre si incluir la cita en nuestra historia, preguntándonos si un lector en Francia, Alemania o Japón podría siquiera comprender semejante dolor sin juzgar a este padre.
Me pregunté cómo habrían reaccionado Aminu, John y Kola ante esa confesión. Como reporteros, por supuesto, todos nos hemos enfrentado a situaciones humanas difíciles en un momento u otro. Pero conocer a un padre que describe el sufrimiento de no saber dónde están sus hijas, que afirma que prefiere que estén muertas a que estén siendo sometidas vaya a saber uno a qué… No estoy segura de ser capaz siquiera de soportarlo.
Les pregunté cómo se las arreglaron y por qué habían dicho inmediatamente que querían regresar al terreno para cubrir el tercer secuestro masivo en menos de dos meses.
“El primero (a principios de diciembre) en Kankara fue extremadamente difícil, estaba abrumado por el dolor. Fue difícil recuperarme, estaba desanimado”, dijo Kola, un talentoso fotógrafo nigeriano de 32 años. “Pero estoy en una misión por todos los que están siendo secuestrados. Sus espíritus me levantan. Tengo en mente que podría ser mi hermano, mi hermana, mi amigo, eso me ayuda a seguir adelante, incluso si es peligroso.”
Cuando el equipo de AFP llegó al poblado de Jangebe, se encontraron con iracundos residentes que habían bloqueado el paso a los periodistas. Un reportero incluso debió ser llevado al hospital tras ser apedreado. El ambiente estaba muy tenso.
“Acusaban a los periodistas y al gobierno local de restar importancia al secuestro”, dijo Aminu.
Explicaron a los aldeanos que trabajaban para una agencia de prensa internacional y que “sus testimonios presionarían al gobierno para actuar. Cuanto más hablasen, más actuaría el gobierno”.
Tras una larga discusión con los líderes de la comunidad, pudieron hablar con una madre. Fue muy difícil, porque ella lloraba mucho, recuerda Aminu. “No queríamos presionarla demasiado, aunque ella dijo que era un alivio poder hablar”.
Esta foto que tomó Kola de una madre con los ojos cerrados y llenos de lágrimas, fue publicada en todo el mundo.
Los principales medios de comunicación mundiales cubrieron el secuestro, que fue condenado por ONGs y figuras internacionales, incluido el papa Francisco, lo que obligó al gobierno del estado de Zamfara a reconocer el ataque y actuar con rapidez.
Al igual que en Kankara, varios días después, las 279 estudiantes de secundaria fueron liberadas tras negociaciones con los secuestradores y presumiblemente el pago de un rescate. “Fue un momento especial”, dijo Aminu, quien prácticamente no había dormido durante cuatro noches debido a los rumores de una liberación inminente. Aunque cansado, dijo sentirse “feliz y realizado”. “Como periodistas, tenemos un impacto en la vida de las personas. Tenemos una misión y una responsabilidad muy importante”, dijo.
Días después, se produjo un ataque en otra escuela secundaria. Y luego otro, esta vez en una escuela primaria. Eran tantos secuestros que empezamos a perder la pista. En la oficina nos preguntábamos cosas como: ¿fue Kaduna a mediados de marzo el quinto o sexto secuestro de escolares en los últimos meses? ¿Incluimos el incidente de mediados de diciembre cuando 80 niños fueron secuestrados por una noche? ¿Deberíamos empezar a escribir “uno de muchos”? ¿Lo alertamos como noticia de última hora si se llevan a menos de 50 niños?
Dos semanas atrás, en el estado de Kaduna, 39 alumnos y sus maestros fueron secuestrados, así como otros tres profesores. AFP lo informó, por supuesto, pero no enviamos una alerta –noticias destacadas en rojo que remitimos a nuestros clientes y que a menudo aparecen en la parte inferior de las pantallas de la televisión- y ningún reportero acudió al lugar.
Una vez más, una delgada línea editorial. Si cubrimos todos los secuestros, ¿no existe el riesgo de alentar que se produzcan otros? ¿De servir a su estrategia de comunicación del horror? ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los delincuentes para conmocionar a la opinión pública mundial y exigir más dinero?
El 22 de marzo, familiares de los 39 plagiados en Kaduna protestaron por la falta de acción de las autoridades. Bloquearon carreteras y portaron carteles con la esperanza de llamar la atención sobre su sufrimiento.
“Te rogamos, Dios, que tengas piedad de nosotros y ayudes a salvar a nuestros hijos, que toques el corazón de sus secuestradores”, imploró una madre, vestida de negro, con ambas manos levantadas al cielo.
Aminu Abubakar permanece en guardia. Mientras yo escribo, él está ocupado confirmando dos masacres, una de 15 personas y otra de ocho, en el centro y norte del país. “Necesitamos hablar sobre lo que está pasando porque los medios de comunicación tienen el poder de hacer que la gente rinda cuentas por la situación”, dijo Aminu, hijo de un transportista.
Pero para este padre de una familia numerosa, no es una masacre o un secuestro lo que más lo ha marcado su larga carrera. Es la historia de un hombre de 24 años que construyó un helicóptero en los terrenos de su universidad con piezas viejas de automóviles y motocicletas.
“Gracias al artículo, algunas personas lo conocieron y le ofrecieron una beca para estudiar ingeniería en el Reino Unido”, dijo Aminu con orgullo. “¡Verás, no solo informo de malas noticias!”
Por Sophie Bouillon. Edición: Michaëla Cancela-Kieffer. Traducción: Yanina Olivera Whyte .