De regreso en un Reino Unido dividido por el Brexit
LA HAYA – Volver al país luego de años de expatriación es a menudo una prueba difícil y a veces incluso asombrosamente dura. Los tiempos han cambiado, uno ha perdido contacto con el mundo que dejó cuando se fue. Regresé a Europa justo cuando las tensiones por la cuestión del Brexit llegaban al paroxismo.
Volví justo a tiempo para ver a mi país lidiando con su peor crisis política desde hace años. Una crisis que, por parafrasear a los Clash, el grupo punk londinense cuyas canciones me acompañaron en la adolescencia, se reduce a “Should we stay or should we go?”. ¿Deberíamos quedarnos o deberíamos irnos? Estamos hablando de la Unión Europea.
El 23 de junio, los británicos participarán en lo que probablemente será la votación con mayores consecuencias de su generación. Por desgracia, como a millones de otros ciudadanos que viven en el extranjero desde hace más de quince años, la ley me impide participar.


Pero desde que nos mudamos a Holanda en agosto pasado, mi familia y yo hemos vuelto de visita a Gran Bretaña varias veces. Eso es un lujo que no pudimos permitirnos durante todos los años que vivimos lejos de Europa. Así que hemos podido asistir, como simples espectadores, a la creciente polémica sobre el futuro de nuestro país. Lo que comenzó como un debate educado se fue haciendo cada vez más amargo y desgarrador hasta convertirse en una dura y sórdida pelea donde todo está permitido.

El mes pasado, durante una pequeña reunión familiar en Inglaterra, me sorprendió no encontrar una sola persona a la que le convenciera la campaña para permanecer en la UE impulsada por el primer ministro David Cameron. Claramente, después de todos estos años en el exterior, había perdido por completo el pulso de la realidad en Gran Bretaña...
“No queremos que nos gobierne Merkel”, me dijo una señora mayor durante una conversación en un hermoso día de primavera. “Hicimos dos guerras mundiales para no caer bajo el control de los alemanes, así que ¿por qué someternos a ellos ahora?”
Casi me echo encima mi taza de té. Justo el día antes le había dicho en broma a mi marido, un ex actor al que le gusta imitar el famoso discurso “We shall fight them on the beaches” de Winston Churchill para desconcertar a los niños, que dejara de hacer eso porque ahora ya nadie habla de guerra. Pensé que en nuestra época globalizada, conectada de forma permanente y donde es más fácil viajar pagando no demasiado, la desconfianza entre los europeos había quedado confinada al baúl de los malos recuerdos, junto con ese día de principios de 1970 cuando un hombre en una lavandería escupió a mi madre por su acento alemán y le gritó que se fuera a su país.

Sí, soy mitad alemana. Soy la consecuencia del encuentro, en la Berlín dividida y todavía aún en ruinas de la década de 1950, de un inglés y una alemana. Mientras mi abuelo, un dentista, había sido reclutado por el ejército nazi al final de la guerra para hacer su trabajo en un U-Boot (submarino), el abuelo de mi marido desembarcaba con la avanzada en las playas de Normandía. Mi abuela inglesa había perdido a su primer amor en la matanza de la Primera Guerra Mundial. Y mi Oma alemana era una de las Trümmerfrauen que limpiaba a mano los escombros de las calles de Berlín en la década de 1940.
Cuando yo era niña, nunca me identifiqué de forma tajante como británica o como alemana. Desde muy pequeña, cuando mis compañeros de clase me preguntaban de dónde era, yo siempre respondía: “Europea”.

Tengo un pasaporte británico, me gusta el té tan fuerte que la cuchara se sostiene parada sola en la taza y prefiero untar Marmite en la tostada. Crecí leyendo las aventuras del oso Paddington y Las Crónicas de Narnia, y después viví el vuelco de la política británica durante la era Thatcher.
Pero también esperaba con impaciencia la llegada del Lebkuchen que mandaba mi Oma para Navidad. Mi infancia estuvo amenizada por las canciones alemanas que me cantaba mi madre y que están todavía profundamente grabadas en mi mente. Y lloré cuando vi por televisión la caída del muro de Berlín y la reunificación de una ciudad siempre sentí como mi segundo hogar.
En resumen, como muchos en Gran Bretaña, soy un producto de la inmigración. Y como es precisamente el tema de la inmigración el que domina las disputas sobre el Brexit, presenciar este debate sobre la conveniencia o no de estar en la UE es verdaderamente difícil para mí. Es una pelea visceral, devastadora, que divide a muchas familias -incluyendo la mía- y que polariza al país.

Uno de mis familiares, que había hecho campaña para la permanencia del Reino Unido en el Mercado Común en el referéndum de 1975, ahora se dispone a votar por el Brexit. No por la inmigración supuestamente fuera de control, dijo, sino a causa de las normas europeas cada vez más asfixiantes y de la burocracia de Bruselas que tanto irrita a los británicos de carácter tradicionalmente testarudo.
Unas semanas después de la conversación con la anciana que no quería ser gobernada por Merkel, llegué nuevamente a Gran Bretaña por otro encuentro familiar. Esta vez la reunión era en el otro lado de los Apeninos que, hace seis siglos, marcaba la frontera entre las dos ramas rivales de la Casa Plantagenet durante la Guerra de las Rosas. Y esta vez, la mayoría de los presentes se declaró a favor de mantenerse en la UE.

¿El argumento? Sí, Europa necesita reformas, pero el Reino Unido puede ayudar desde dentro. Abandonar la Unión nos privaría de todos los beneficios y agravaría nuestros problemas económicos. ¿Y quién quiere solicitar una visa para cada viaje a Francia o a España?
Por pura coincidencia, la reunión tuvo lugar a menos de treinta kilómetros de Bristall, la ciudad de Yorkshire donde la diputada Jo Cox fue asesinada el 16 de junio. Un asesinato que conmocionó al país, lanzando una nueva y siniestra luz sobre el debate en torno al Brexit.
Cox fue apuñalada y tiroteada a plena luz del día en la calle por un hombre al grito de “¡Britain first!” (Reino Unido primero). La policía habló de un ataque “dirigido” contra la parlamentaria, ferviente partidaria de la permanencia en la UE. En su primera comparecencia en el tribunal para levantarle cargos, el sospechoso, descrito como un extremista mentalmente perturbado, pronunció una sola frase: “Muerte a los traidores, libertad para el Reino Unido”.
Tras el asesinato, el primero de un parlamentario en ejercicio desde 1990, muchos británicos, incluyendo a mi familia, están tratando de entender cómo las cosas pudieron llegar tan lejos. Cualquiera que sea el resultado del referéndum del 23 de junio, las heridas que habrá dejado esta histórica batalla no se cerrarán fácilmente.
