Corazones rotos en Beirut
Beirut - No sufrí en carne propia la guerra civil de Líbano. Nunca tuve que correr a un refugio subterráneo para esconderme de los bombardeos y los disparos. Nací en 1983, cuando el conflicto aún estaba en pleno apogeo, pero crecí en una aldea remota en el sur del país que milagrosamente escapó a los combates. Tuve una infancia normal.
Pero a lo largo de los años escuché las historias de mis padres, mis parientes y los amigos que hice cuando me mudé a Beirut, todos marcados por la guerra entre 1975 y 1990. Devoré libros, artículos y documentales. Aprendí de los testimonios de excombatientes que habían decidido dedicar el resto de sus vidas a la paz.
Mi marido también es hijo de la generación de la guerra. Elie tenía dos años cuando estalló el conflicto y 17 cuando terminó.
Estos días se divierte observándome perder la paciencia en la cola de la farmacia, la panadería o el supermercado. Me cuenta que durante la guerra se mudó de casa cuatro veces y estaba dos años atrasado en la escuela debido a los combates. Pasaba noches en albergues, contando las bombas que caían afuera y hacía horas de cola para conseguir agua, una garrafa de gas o una bolsa de pan.
Como periodista, cubrí muchas crisis políticas en el país multiconfesional donde nací; la mayoría de ellas consecuencia de una guerra civil que terminó con una ley de amnistía general pero sin una auténtica reconciliación.
Hace unos días, Líbano conmemoró 46 años del inicio del conflicto que dejó 150.000 muertos y 17.000 desaparecidos.
El 13 de abril de 1975, estallaron enfrentamientos en la capital libanesa entre cristianos y palestinos, éstos últimos respaldados por facciones de izquierda y musulmanas. Durante los siguientes 15 años, la guerra arrasó a Beirut. Las líneas del frente separaron a vecinos, familiares y amigos. Las masacres aparecían repetidamente en los titulares. En algunos puestos de control las personas eran secuestradas simplemente por su religión. Cientos de miles de libaneses huyeron en busca de seguridad para sus hijos, aumentando una creciente diáspora.
Nunca pensé que llegaría el día en que los sobrevivientes de esa guerra me dijeran que las cosas estaban peor ahora, en tiempos de paz. Es que la economía del país colapsó a fines de 2019 y están asustados, enfrentando la pobreza y el hambre.
“Morir en un bombardeo es mejor, al menos no hay sufrimiento... mientras que hoy, sufrimos y morimos lentamente todos los días ”, me dijo Abla Barotta, de 58 años, hace unos días cuando la entrevisté para una historia con motivo del aniversario.
Sobrevivió tanto a la guerra civil y como a lo que denominó “explosión de la corrupción”, en alusión a la enorme deflagración que provocó el incendio de toneladas de fertilizante en un depósito del puerto de Beirut el verano boreal pasado, que dejó más de 200 muertos y devastó a la capital... La vida era mejor durante la guerra, dice esta viuda madre de tres hijos.
“Solíamos escondernos en casas o sótanos cada vez que escuchábamos las bombas durante la guerra, pero hoy ¿dónde podemos escondernos del hambre, de la crisis económica, de la pandemia de coronavirus y de nuestros líderes políticos?”, dijo.
Muchos de la generación anterior creen que incluso los días más oscuros de la guerra eran más amables que la actual "humillación" de luchar para llegar a fin de mes. Entre ellos mi suegra, que nos reitera que nunca experimentó tal “miedo a lo desconocido”, que nunca se preocupó tanto por lo que le depararía el día siguiente.
Recientemente la visité mientras se recuperaba del coronavirus. En la televisión, una funcionaria daba una conferencia de prensa, pero no quiso subir el volumen para escuchar. “Todo lo que han estado diciendo durante años son mentiras”, dijo. Muchos ya no creen en la clase política -dominada durante décadas por las mismas familias e incluso por antiguos señores de la guerra que cambiaron el uniforme militar por trajes y corbatas- ni en su capacidad para resolver la crisis.
Hace un año y medio, Líbano se vio sacudido por protestas sin precedentes. Decenas de miles salieron a las calles en octubre de 2019 para denunciar el deterioro de las condiciones de vida y exigir la reforma integral de una clase política a la que acusan de incompetencia y corrupción.
Pero actualmente las protestas disminuyeron, aún cuando la crisis económica empeoró. Muchos emigraron mientras que otros perdieron la esperanza o están demasiado ocupados luchando por sobrevivir. Médicos, arquitectos, jóvenes licenciados se van a Europa, a América del Norte, a los países del Golfo, a Egipto, al igual que otros lo hicieron durante la guerra. Los que se quedan están completamente absortos en la necesidad de mantener a sus familias, llenar el frigorífico, pagar las matrículas escolares de los niños.
El valor de la libra libanesa se desplomó en el mercado negro, los precios se dispararon y decenas de miles perdieron sus trabajos o parte de sus salarios. Los drásticos controles de capital tienen a los ahorros de la gente atrapados en los bancos. Mientras tanto, los políticos parecen vivir en otro planeta. Durante ocho meses no han podido formar un nuevo gobierno. Y ninguna medida parece capaz de detener el colapso.
La explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020 que dejo 200 muertos, 6.500 heridos y devastó distritos enteros de la ciudad, fue la gota que desbordó el vaso para un pueblo ya humillado: la tragedia los traumatizará para siempre.
Pese a que no viví la guerra, las interminables colas en las panaderías, gasolineras y farmacias de hoy son muy parecidas a las vistas en las imágenes de archivo transmitidas previo al aniversario de la guerra civil.
La crisis cambió la vida de los libaneses, especialmente la de una clase media acostumbrada a disfrutar, viajar y tener coches último modelo. Actualmente, un 55% de los más de cuatro millones de libaneses viven por debajo del umbral de pobreza con menos de 4 dólares al día, según la ONU.
En los supermercados, algunos productos importados desaparecieron de las góndolas o han subido de precio. A veces hay peleas entre clientes por productos subsidiados más baratos.
Solía disfrutar de ir al supermercado, pero hoy me siento abrumada por la culpa, pues aún puedo llenar mi carrito. Veo como un padre persuade a su hijo para que compre una marca de café más barata o una mujer que devuelve una botella de aceite de cocina al estante tras descubrir que cuesta alrededor de una cuarta parte del salario mínimo.
Hace unas semanas, fui a hacer compras para mí y mis padres, que viven fuera de Beirut. En la caja, una mujer de unos cuarenta años se impacientó conmigo. Quería pagar solo unos pocos artículos, mientras que mi carrito estaba casi lleno. “Algunos viven en el lujo y no se avergüenzan, mientras que otros se mueren de hambre”, dijo de repente en voz alta y cortante. Me quedé impactada. Sentí una mezcla de rabia, vergüenza y tristeza.
No supe qué hacer, si intentar defenderme... Salí afuera con mi carrito y me quité la máscara: respiré profundamente, tratando de no llorar. Crecí en una familia de clase media de tres hermanos. Mi padre se jubiló en 2019 después de 45 años de trabajo como maestro, pero hoy, después de la devaluación, su pensión vale solo 200 dólares.
Mi hermano, empleado de banco, lucha por mantener a su familia. Mi hermana se mudó hace unos años a Dubai con su esposo. Unos días después del incidente en el supermercado, vi a una amiga que trabaja para una ONG internacional y que cobra en dólares. Me dijo que se siente culpable de recibir moneda fuerte que la protege de la inflación y le permite mantener una vida cómoda, mientras sus familiares luchan por sobrevivir.
Como muchos, intenta ayudar a su familia, pero no sabe por cuánto tiempo, pues "la situación no hace más que empeorar".
Quienes conocieron a Líbano en la década de 1960, antes de la guerra y las crisis subsiguientes, lo recuerdan como una época dorada. Beirut era conocida como "la perla del Medio Oriente". En Facebook, un académico amigo explicó recientemente que al menos durante la guerra, sabías que algún día terminaría. Pero hoy “no hay esperanza. Se acabó el país que conocíamos”, escribió.
Quizás la pérdida de esperanza es lo que más sofoca a nuestros jóvenes. Incluso aquellos que tienen más suerte que la mayoría dicen que han perdido la "alegría de vivir"; esto, en un país famoso por su amor por la fiesta, incluso en momentos difíciles.
Mi amiga Oumaima, enfermera de un prestigioso hospital de Beirut, me dijo hace unas semanas que se mudaba a Arabia Saudita. “Odio la idea de irme, pero ya no tengo fuerzas para seguir”, dijo. “No es por un salario mejor, pero aquí es demasiado agotador”. Otra amiga, madre de un niño pequeño, dijo: “Nuestros padres vivieron una guerra de cohetes y balas, (nosotros) estamos viviendo una guerra de hambre”. “Lo más importante es que nuestros hijos no se queden en este basurero”, agregó, el referencia al país que alguna vez fue conocido como la Suiza del Medio Oriente.
Texto de Layal Abou Rahal traducido por Alice Hackman en Beirut. Edición: Michaëla Cancela-Kieffer in Paris. Traducción y edición en español: Yanina Olivera Whyte